De Marx a yonqui
Algún psicoanalista se retraería hasta mi más tierna infancia, cuando mi tío, persona elocuente y culta, llevaba unas barbas enormes. Teorías freudianas aparte, lo cierto es que durante mi adolescencia comencé a experimentar interés por las teorías del señor Karl Marx y por su amigo y colaborador Friedrich Engels. Algunos de sus libros se agolpaban entre las estanterías de mi casa, recuerdo de los años de juventud de mi padre. En la portada de algunos de ellos, las fotos de perfil de ambos marcando unas luengas barbas y unos amplios bigotes me dejaron impactados, inspirándome un recuerdo imborrable de sabiduría, respeto y cierto aire venerable. En este sentido la suerte me sonreía, ya que desde los catorce años me había ido saliendo una barba super cerrada que me llegaba hasta justo debajo de los ojos y que crecía como si la regaran todos los días. Ya había hecho algunos tímidos intentos, aparte, odiaba afeitarme... Sí, ya estaba preparado, era mi primer año de universidad y al fin podría dar el salto, el gran salto cualitativo. A mis dieciocho años yo quería tener unas barbas que me llegaran al pecho, con un bigote que pareciera el rodillo de un pintor de brocha gorda. Según estimé en mis cálculos iniciales, que parecían sacados de un plan quinquenal, el proceso por el cuál pasaría a convertirme en el alter ego del filósofo alemán duraría tres años. Tres años que me darían un aspecto que parecería una mezcla de aquellas fotos de perfil de Marx y Engels y un enorme mostacho a lo Niestzche. Finalmente el plan quinquenal se quebró y se redujo todo a un año, un año que fue de Febrero de 2000 a Febrero de 2001, un años entero, ya no sin afeitarme, sino sin recortarme para nada.
Sin embargo...no, mi aspecto barbado no emulaba al de Marx, ni de lejos alcanzaba ese aire venerable y cuasi sacro que aparecía en las portadas de la editorial soviética Progreso. Es más, ni tan siquiera mis barbas emulaban a las de mi querido tío, recuerdo entrañable de mis más tiernos días. Para explicar esto hay que situarse en el contexto de aquellos años:
a) Tras unos inicios prometedores la barba dejó como de crecer, y aunque llegaba al pecho, se volvió rala y algo deshilachada, con un bigote que lejos de crecer como el de Niestzche crecía hacia abajo y tapando mi labio superior.
b) Como estudiante universitario que vive fuera de su casa y que está acostumbrado a que su santa madre se lo haga todo, mi dieta no era muy completa, reduciéndose a chistorra, huevos fritos, bacon, sopa de sobre y puchero congelao. Si a esto sumamos que no soy precisamente una persona fornida, y que no he pisado un gimnasio en mi vida, el resultado era el de un tipo enclenque que parecía sacado de un campo de concentración nazi.
c) No era una persona por aquellos días muy higiénica -de hecho en el transcurso de aquel año alcancé mi récord sin ducharme, ocho días-. A esto habría que añadir que tenía unas melenas que me llagaban hasta la tetilla y que a menudo gustaba de llevar sueltas, merced al viento.
El resultado en definitiva era un resultado marcado por la precariedad. Una precariedad que dio lugar a millares de anécdotas. Entre ellas destacaría:
a) Cuando mis barbas crecieron, pronto me di cuenta de que resultaba algo incómodo dormir de lado, por lo que dormía boca arriba, con mis barbas puestas por encima de las sábanas y de las mantas.
b) Uno de mis alimentos base como ya he señalado era la sopa de sobre. Debido a algunos factores mencionados anteriormente y a que soy de una naturaleza despistada era muy normal que mis barbas acabaran remojándose en el plato.
c) Víctima de un consumo desmedido de cannabis, no era raro que de pronto comenzase a darme manotazos en la barba al prender alguna china.
Definitivamente no había logrado mi propósito. La efigie de Marx se perdía cada vez más en la lejanía y una madrugada lo vi claro. Me desperté a las cuatro de la mañana hambriento. Vivía en el piso de papel y el verano todavía no se había ido. Hacía calor y mi cuerpo famélico se cubría únicamente por unos calzoncillos. Avancé hacia la cocina y allí rebosaba una olla enorme de sopa de sobre con fideos fría. Me pareció un manjar. Rápido me abalancé sobre ella y con un cazo bebí con fruición, el tacto frío de la sopa caía sobre mi cara. Fue entonces cuando percibí que mi compañero Rafa (Capi) estaba apostado sobre el quicio de la puerta de la cocina. Me miró con legañas en los ojos, envuelto todavía en el sueño y con desolación murmuró: "Tío, eres un yonqui".
13 comentarios
Maki -
Valdex -
mato -
CAPI -
Salud!!
Daniel M. -
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