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centaurodeldesierto

Piscinas de verano

 

La primera vez que lo sentí fue en el club de socios al que acudía todos los veranos. Mi padre, con la frontal oposición de mi madre y con la mejor de las intenciones, había pensado que estaría bien que sus hijos se relajaran y divirtieran en piscinas de coto privado, lejos de la multitud dominguera que suele llenar las piscinas municipales. Sin embargo, mis hermanos y yo mirábamos éstas con deseo y a esa masa de gente que se agolpaba en ellas los días gratis y los fines de semana, con envidia. Casi todos nuestros amigos de la infancia iban allí y alardeaban de lo bien que se lo pasaban, de lo ancha y larga que eran las proporciones donde ponían sus culos a remojar, de su ignota profundidad y de cómo se arriesgaban para hacer pie en la parte más honda. Uno, en su afán inocente de compartir esos alardes de los amigos, recurría a defender las virtudes de las piscinas del club privado -que si eran más limpias, que éstas eran todavía más grandes y anchas que las municipales...-; incluso llegando a alguna discusión fuerte de varios días sin hablar.

Sin embargo, en mi fuero interno yo sabía que todo era un engaño, una mentira. El club privado no me gustaba, y no me gustaba porque no tenía amigos allí. La mayoría de aquellos niños, imitando el comportamiento de sus señores padres, se sentían muy ufanos de pertenecer a aquel selecto cortijo, aunque aquello de selecto tuviera poco. Era un círculo cerrado en el que era difícil entrar, en el que para acceder habías de mostrar continuamente credenciales si no querías correr el riesgo de estar marginado y convertirte en un apestado. Ser diferente, disentir de las normas tácitas que aquella panda de orgullosos engreídos compartían dentro de su vacío contubernio, suponía condenarse a ser mirado por encima del hombro. Recuerdo que aquellos veranos sentí esa sensación muchas veces. No era agradable, y además de esto, no lo veías justo, sino caprichoso. Repelía aquella sensación. Fue hasta que crecí y comencé a sentirla cada vez más y más que no supe poner nombre a esa impresión. Se llama clasismo, un mal más a exterminar.

 

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