El poder del perro
Libera mi alma de la espada
mi vida de las garras del perro.
La novela El poder del perro del estadounidense Don Winslow me ha dejado atónito y ha sido de lo mejor que he leído últimamente. En un lenguaje sucio, sórdido, también muy periodístico, se hace un auténtico descenso a los infiernos durante más de setecientas páginas, para contarnos los intríngulis de un tema tan controvertido como es el tráfico de drogas. Las peripecias de Art Keller, agente de la DEA –la agencia antidrogas estadounidense- en su afán por acabar con el clan de los Barrera en México, servirán a Winslow para hacernos un recorrido desde los años 70 hasta la actualidad de gran parte de la historia actual de América en general y México en particular. Y es que El poder del perro también se puede leer en clave histórica, desvelándonos la importancia que ha tenido y tiene en el Nuevo Mundo el narcotráfico en muchos de los avatares políticos de la región. Así, si queremos saber qué está pasando en México donde la guerra de las drogas ha dejado ya 15.000 muertos en lo que va de año, si queremos entender la preeminencia del PRI en el país durante más de setenta años, si queremos acercarnos a alguna de las pistas del asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosío en 1994, El poder del perro es un excelente libro para aproximarse al tema.
Cuando uno lee esta novela confirma lo que ya sospecha: el doble juego, la hipocresía con la que se procede con un producto como la cocaína que es de los que más beneficios económicos genera, lo que evidentemente conlleva que este dinero sucio salpique por todas partes: financiando operaciones políticas por parte de la CIA apoyando a la contra nicaragüense en los años 80, generando hombres de paja que ocupan el sillón presidencial de países como México, creando enormes complejos hoteleros para blanquear dinero al que los blancos occidentales acceden en masa, apoyando a corrientes ideológicas en el seno de la Iglesia como el Opus Dei frente a la izquierdosa teología de la liberación… Es entonces cuando uno cae en la cuenta con inquietud de lo cerca que está la limpieza de la inmundicia, el traje pulcro y bien planchado de los asesinatos más sanguinarios, las altisonantes declaraciones políticas en los medios de comunicación de las cloacas del Estado. No, en El poder del perro no hay buenos ni malos y optar por el bando aparentemente bueno –el de la lucha contra el narcotráfico- lleva inevitablemente el romper muchos huevos, pringarlo todo de estiércol, de manera que tu supuesta autoridad moral se diluya como un azucarillo.
La conclusión de El poder del perro es que no hay solución mientras el tráfico de drogas siga siendo ilegal, no esté regulado y por tanto cree unos máximos económicos superlativos que lo enquistan en las altas esferas del poder; pero claro cuando bajo la supuesta guerra al narcotráfico se esconde una guerra contra la subversión como si estuviéramos en un nuevo Vietnam–véase el Plan Colombia-, que a su vez es financiada por los grandes capos de la cocaína, todo se aclara.
Han dicho de la novela de Don Winslow que es El Padrino del siglo XXI. Sin embargo no lo creo así, no sólo porque sea mejor novela, sino porque mientras la obra de Mario Puzo era una radiografía de la mafia y sus conflictos internos, El poder del perro intenta ir más allá señalándonos cómo el dinero del narcotráfico está por todas partes y tiene una gran importancia en el mundo en el que vivimos desde las clases más altas de la sociedad hasta las más bajas. Quizás compararía la novela con esa serie majestuosa de la HBO que ahora mismo estoy disfrutando y que se llama The Wire y que disecciona todos los entresijos de la ciudad norteamericana de Baltimore.
En definitiva una obra maestra que con una muy cuidada economía de vocablos –se nota la influencia de Ellroy- y un lenguaje muy directo crea un ambiente de locura en el que muchos estetas –no es mi caso- encontrarán imágenes de gran belleza. El horror, el horror… que diría el coronel Kurtz.
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