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centaurodeldesierto

El reloj

Imaginen una gran ciudad con edificios de protección oficial en las afueras, un piso estrecho, pequeño, que sólo a ratos se hace cómodo. Allí vive el Sr. Remanto, un hombrecillo gris, que come comida congelada y sopa de bote, mientras entre bostezo y bostezo ve la televisión. Trabaja como oficinista desde hace tantos años que ya no sabría contarlos, y aunque es cierto que muchos lo podrían considerar un empleado modélico en el sentido de que siempre llega puntual, siempre sonríe al resto de sus compañeros con actitud servicial y siempre es el último en abandonar su puesto cuando a la caída de la tarde acaba la jornada, por otra parte nunca ha destacado en su trabajo y permanece en el mismo puesto desde el día en que llegó: en una gran sala dominada por un enorme reloj, con cien oficinistas más, sentado en torno a una estrecha mesa de aglomerado, con espacio para una máquina de escribir, un teléfono de ruedecilla y un taco de los papeles amarillentos con el membrete azul típico del departamento de contabilidad demográfica. Hombre silencioso y tímido, su relación con los demás compañeros jamás ha pasado de las conversaciones triviales alrededor de la máquina de café, pasando inadvertido para la mayoría de éstos. Sin embargo hoy todo va a cambiar, todo va a comenzar a ser distinto, porque no hará ni diez minutos que han llamado a nuestro protagonista a la planta de arriba. Allí el Gran Jefe lo espera.

Esa misma mañana se levantó a su hora de siempre. Su señora roncaba de espaldas a él y con cuidado para no despertarla se calzó sus zapatillas y aún adormilado se dirigió al cuarto de baño. Se miró al espejo y al ver su reflejo le invadió una sensación extraña, como si aquel tipo que veía con el pelo revuelto y el pijama gastado fuera otro, una tercera persona. Sin dar mucha importancia a aquello se dirigió a la cocina y al abrir la nevera para coger la leche y prepararse el primer café del día, de pronto decidió alterar esa pequeña rutina, ese hacer de todos las mañanas y entonces recordó que la noche anterior tuvo un vago pensamiento sobre ello, sobre su reiterativa vida, que se vio interrumpido por los gritos de euforia de una chica que había ganado un coche en un concurso de la tele.

Rápido, bajó al economato de su calle y compró zumos, huevos y pan recién hecho. Después de desayunar prendió su primer cigarrillo del día mientras miraba por la ventana, en lugar de hacerlo en el coche camino del trabajo como siempre había sido, coche que se negó a coger aquella mañana, eligiendo el metro como medio de transporte.

Este había sido el primer día desde que llevaba trabajando en la oficina que había llegado tarde. Tan sólo un escaso cuarto de hora, pero el tiempo suficiente para que el bedel del edificio lo mirara con cara de cierta sorpresa cuando lo vio aparecer. Sus compañeros por su parte apenas repararon en su tardanza y cuando entró en la oficina, apenas cesó el traqueteo de las máquinas de escribir, tan sólo alguno que otro levantó un momento la cabeza e hizo una mueca que se asemejaba a un saludo.

La puerta del despacho del Gran Jefe se abre. La secretaria le anuncia que ya puede entrar. El Sr. Remanto sólo ha visto al Gran Jefe un par de veces en su vida. Nunca se pasa por la planta baja donde él trabaja, permaneciendo siempre en su despacho en la planta de arriba. El Gran Jefe es un tipo corpulento con cabeza pequeña y manos grandes y gordas, ni viejo ni joven. Habla serio, falsamente condescendiente y en algún momento adopta un tono de ofendido. Nuestro protagonista aguanta el rapapolvo como puede, contesta educadamente, pero nervioso y balbuceante, y promete que nunca más volverá a ocurrir. Inventa una excusa tonta sobre la marcha, con apenas un hilo de voz comenta que sí, que conoce las normas perfectamente, pero que las cosas a nivel personal no le están yendo muy bien y que por eso hoy ha mirado el reloj. El Gran Jefe con aire paternal le pregunta si necesita algo, que si puede hacer alguna cosa que esté en su mano que no dude en recurrir a él, pero que ya sabe de sobra que una de las principales normas de la casa es que sólo hay un reloj, un enorme reloj que domina toda la sala donde trabaja y que mirarlo es una señal de poca atención en el trabajo, y en última instancia de no considerar éste ni importante ni interesante, que en caso de reincidir podría significar la apertura de un expediente o incluso el despido. Al final tras un fuerte apretón de manos el Gran Jefe se permite hasta bromear un poco.

Cuando la puerta del despacho del Gran Jefe se cierra tras de él, el Sr. Remanto comienza a descender por las escaleras que llevan a la planta baja. Allí un enorme reloj domina una fría sala donde un montón de oficinistas teclean sus máquinas de escribir o atienden alguna llamada telefónica. De pronto un fogonazo, una luz como un relámpago. El vago pensamiento interrumpido por los gritos de una histérica concursante, el reflejo de otro en el espejo o sustituir el café de por las mañanas, fumar el cigarrillo mientras se mira por la ventana, no coger el coche o llegar tarde a la oficina… sólo es el principio del camino. Con decisión, el Sr. Remanto agarra una silla y la pone justo enfrente del reloj. Se sienta y lo mira fijamente.

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