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Literatura

Los libros leídos en el 2010

Aunque un poco tarde, me dispongo a comentar los libros leídos en este año pasado del 2010. Ha sido un año fructífero en el que el volumen de lecturas ha sido bastante alto en comparación con otros años. Básicamente las lecturas, con alguna excepción han girado sobre tres vértices: el cuento, la novela negra y la historia.

Si en el año 2009 el género del cuento lo aparqué mucho, no puedo decir lo mismo del año 2010. El cuento siempre ha sido un género literario que me ha gustado mucho y que de manera modesta incluso he practicado alguna vez. Particularmente siempre he sentido predilección por el cuento fantástico clásico. Me refiero a autores como Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne, Sheridan Le Fanu, el alemán E.T.A. Hoffmann o Lovecraft , ante cuyas historias siempre me gusta volver. En este sentido fue un placer leer la colección que sacó El País de cuentos fantásticos y de terror a principios del año pasado, en la que aparte de los autores mencionados me encontré con muy gratas sorpresas, caso del cuento El invitado de Drácula de Bram Stoker, El clan de los parricidas de Ambrose Bierce y sobre todo los cuentos de Horacio Quiroga –El almohadón de plumas o La insolación-, que me pareció un auténtico maestro para saber extraer el terror de lo cotidiano. También dentro de esa colección hubo sus decepciones en los cuentos de Emilia Pardo Bazán o en los cuentos de Washington Irving extraídos de sus Leyendas de la Alhambra, que me parecieron bastante insulsos. Dentro del género fantástico, pero ya fuera de la colección editada por el periódico de Prisa leí con interés algunos cuentos de Cortázar, al que hasta entonces nunca había leído. He de admitir que tiene algunos cuentos magistrales –La noche boca arriba creo que es el cuento que más me ha gustado de los que he leído este año- y que es un maestro en el ejercicio de la escritura y en cómo hacer que te adentres en sus relatos. Sé que es un escritor laureado, considerado uno de los grandes cuentistas de la historia de la literatura, pero quizás por las expectativas que me habían creado esperaba más. No soy para nada un erudito de la literatura, jamás he leído un libro de crítica literaria y desde aquí doy mi opinión como mero lector; en ese sentido deben de tomarse mis palabras. Creo que algunos autores han querido emular a Cortázar en esa cotidianeidad, de la que éste sabía sacar punta y así, me encuentro con cuentos muy bien escritos pero que luego no dicen nada y carecen de argumento. Ese fue el caso de Roberto Bolaño y sus Llamadas telefónicas y el de Juan Bonilla y El estadio de mármol. De este último había leído algunos volúmenes suyos de cuentos como Minifundios, El que apaga la luz y La noche del Skylab, en los que había encontrado una voz bastante original, no exenta de ironía, con una notable capacidad para sorprender al lector. Sin embargo a excepción de Vitíligo, El estadio de mármol me aburrió bastante, teniendo más de prosa poética que de relato; muy bien escrito eso sí, pero sin la tensión necesaria para que te emocione. Si Llamadas telefónicas de Bolaño me pasó bastante inadvertido, no puedo decir lo mismo de La literatura nazi en América, libro configurado a modo de pequeña enciclopedia ficticia sobre autores americanos del siglo XX de extrema derecha. Es una obra inclasificable, que se lee con mucho interés, casi de seguido, y que tiene un último cuento –a partir del que el autor escribiría su novela Nocturno de Chile- que tiene un punto de angustia y zozobra, que nos hace ver muy a las claras que el malogrado escritor era una voz con una imaginación y un talento al alcance de muy pocos. Finalmente dentro del cuento leí una de las primeras obras del nobelizado Vargas Llosa, Los jefes, cuyo estilo seco y realista creo que le debe mucho al gran escritor mexicano Juan Rulfo, aunque sin la brillantez de éste.

Dentro de la novela negra, acabé por leer todos los libros de Philip Kerr de la serie Berlín Noir y protagonizados por su detective Bernard Gunther. La habilidad de Kerr reside en hacer de Gunther un personaje muy real –aunque el lector no deje de escapar una sonrisa ante la enésima vez en la que el detective sale ileso de los atolladeros en los que se mete-, pero sobre todo a la hora de trazar el contexto histórico del III Reich y la inmediata posguerra en el que se mueve el personaje. No obstante, Kerr no consigue aprehender la realidad latinoamericana y muy especialmente la Cuba prerrevolucionaria en la que acaba por insertar a Gunther. Asesinato en el Comité Central de Vázquez Montalbán, me pareció una obra clarividente de lo que le acabaría por ocurrir al Partido Comunista cuando comenzara su andadura en la democracia española –no hay que olvidar que la obra se escribió a finales de los setenta-. Cronista excepcional de la transición, los libros de Vázquez Montalbán y su detective Pepe Carvalho serán fundamentales para los historiadores que se quieran acercar a aquella época de la historia de España. La mejor novela negra que he leído este año pasado y de la que ya edité una reseña en el blog ha sido sin duda El poder del perro, que trata sobre el mundo de la droga en México y la frontera con Estados Unidos. También leí dentro del género tres novelitas de la francesa Fred Vargas (Que se levanten los muertos, El hombre de los círculos azules y Huye rápido, vete lejos), fácilmente digeribles y muy bien redactadas, sorprendiéndome muy gratamente. Para terminar con la novela negra a finales de año, leí del islandés Arnaldur Indridason El hombre del lago, que me pareció una novela al igual que Islandia, fría.

En lo que se refiere a libros de historia, lo primero que leí en el 2010 fue el libro Fermín Salvochea (1842-1907): Historia de un internacionalista, editado en Cádiz y dirigido por mi buen amigo José Manuel Mato, en el que se hace un acercamiento al anarquista gaditano a través de su contexto histórico e ideológico. También leí el clásico de Gabriel Jackson La República y la Guerra Civil, obra escrita en los sesenta y pionera en su tiempo ya que contradecía con mucho rigor todos los mitos elaborados por el franquismo sobre dicho período. Es una obra honesta, pero que presenta un profundo desconocimiento sobre qué es el anarquismo, movimiento de gran importancia en la época de la república y la guerra civil, cayendo en los lugares comunes que presenta a los anarquistas como una mezcla de bandoleros románticos y terroristas combinado con una pátina de ingenuidad. Con interés leí en el verano del 2010 Historia de la Unión Soviética de Carlos Taibo, en el que se subrayaba lo alejado que estaba del socialismo y sus principios del experimento soviético. Finalmente, este año he leído sobre todo libros de historia relacionados con el nazismo. Me llamó particularmente la atención Nazismo y revisionismo histórico de Pier Paolo Poggio, donde el autor hace una aguda crítica sobre el fantasma revisionista que no hace sino minimizar los crímenes nazis y cómo dicho fenómeno se instala en la vida política de muchos países europeos caso de Alemania e Italia. También de Sergio Bologna me pareció muy sugerente Nazismo y clase obrera, donde el autor señalaba los mecanismos que usaron los nazis para adentrarse en los barrios obreros y la contestación de las formaciones proletarias al nacionalsocialismo antes y durante el III Reich.

Por último también leí algunas cosas infumables como el voluminoso Mason y Dixon de Thomas Pynchon y del que apenas entendí nada; algo de novela histórica con la prosa decimonónica de Víctor Hugo –ya nadie escribe así- y su obra sobre la revuelta de La Vendée El noventa y tres; algo que aspira a ser novela histórica caso de Los pilares de la tierra del afamado Ken Follett –a pesar de todo me gustó y me enganchó el libro-; la maravillosa obra satírica de George Orwell Rebelión en la granja y que sin duda habría de ser un libro de obligada lectura en las escuelas; una novela insulsa de Paul Auster (La música del azar); un canto a la naturaleza y a la vida con Regreso a la tierra de Jim Harrison; algo de novela victoriana a caballo entre la aventura y la ciencia ficción: el Ella de Haggard; un escueto librito muy didáctico sobre el mercado y la globalización de José Luis Sampedro.

El poder del perro

Libera mi alma de la espada

mi vida de las garras del perro.

 

La novela El poder del perro del estadounidense Don Winslow me ha dejado atónito y ha sido de lo mejor que he leído últimamente. En un lenguaje sucio, sórdido, también muy periodístico, se hace un auténtico descenso a los infiernos durante más de setecientas páginas, para contarnos los intríngulis de un tema tan controvertido como es el tráfico de drogas. Las peripecias de Art Keller, agente de la DEA –la agencia antidrogas estadounidense- en su afán por acabar con el clan de los Barrera en México, servirán a Winslow para hacernos un recorrido desde los años 70 hasta la actualidad de gran parte de la historia actual de América en general y México en particular. Y es que El poder del perro también se puede leer en clave histórica, desvelándonos la importancia que ha tenido y tiene en el Nuevo Mundo el narcotráfico en muchos de los avatares políticos de la región. Así, si queremos saber qué está pasando en México donde la guerra de las drogas ha dejado ya 15.000 muertos en lo que va de año, si queremos entender la preeminencia del PRI en el país durante más de setenta años, si queremos acercarnos a alguna de las pistas del asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosío en 1994, El poder del perro es un excelente libro para aproximarse al tema.

Cuando uno lee esta novela confirma lo que ya sospecha: el doble juego, la hipocresía con la que se procede con un producto como la cocaína que es de los que más beneficios económicos genera, lo que evidentemente conlleva que este dinero sucio salpique por todas partes: financiando operaciones políticas por parte de la CIA apoyando a la contra nicaragüense en los años 80, generando hombres de paja que ocupan el sillón presidencial de países como México, creando enormes complejos hoteleros para blanquear dinero al que los blancos occidentales acceden en masa, apoyando a corrientes ideológicas en el seno de la Iglesia como el Opus Dei frente a la izquierdosa teología de la liberación… Es entonces cuando uno cae en la cuenta con inquietud de lo  cerca que está la limpieza de la inmundicia, el traje pulcro y bien planchado de los asesinatos más sanguinarios, las altisonantes declaraciones políticas en los medios de comunicación de las cloacas del Estado. No, en El poder del perro no hay buenos ni malos y optar por el bando aparentemente bueno –el de la lucha contra el narcotráfico- lleva inevitablemente el romper muchos huevos, pringarlo todo de estiércol, de manera que tu supuesta autoridad moral se diluya como un azucarillo.

La conclusión de El poder del perro es que no hay solución mientras el tráfico de drogas siga siendo ilegal, no esté regulado y por tanto cree unos máximos económicos superlativos que lo enquistan en las altas esferas del poder; pero claro cuando bajo la supuesta guerra al narcotráfico se esconde una guerra contra la subversión como si estuviéramos en un nuevo Vietnam–véase el Plan Colombia-, que a su vez es financiada por los grandes capos de la cocaína, todo se aclara.

Han dicho de la novela de Don Winslow que es El Padrino del siglo XXI. Sin embargo no lo creo así, no sólo porque sea mejor novela, sino porque mientras la obra de Mario Puzo era una radiografía de la mafia y sus conflictos internos, El poder del perro intenta ir más allá señalándonos cómo el dinero del narcotráfico está por todas partes y tiene una gran importancia en el mundo en el que vivimos desde las clases más altas de la sociedad hasta las más bajas. Quizás compararía la novela con esa serie majestuosa de la HBO que ahora mismo estoy disfrutando y que se llama The Wire y que disecciona todos los entresijos de la ciudad norteamericana de Baltimore.

En definitiva una obra maestra que con una muy cuidada economía de vocablos –se nota la influencia de Ellroy- y un lenguaje muy directo crea un ambiente de locura en el que muchos estetas –no es mi caso- encontrarán imágenes de gran belleza. El horror, el horror… que diría el coronel Kurtz.

Los libros leídos en el 2009

 

El primer artículo que escribí en este blog hablaba de Tony Hillerman, escritor de novelas policíacas que tenían como protagonistas a dos policías navajos. En ese artículo confesaba la asignatura pendiente que era para mí la novela negra. He intentado subsanar en parte esto a lo largo del pasado año, no porque fuera una meta a priori, sino porque es un género que cada vez me llama más la atención. Cosecha roja de Dashiell Hammett me encantó, es un libro con mucha acción, saturado de ácidos diálogos, con una trama muy compleja cuyo acabado es brillante. Su protagonista, el Agente de la Continental, es un tipo duro, manipulador, que resuelve los casos a base de patearse las calles. Al parecer esto ha creado escuela y así lo podemos ver en la saga Berlin Noir del escritor escocés Philip Kerr, en la que el detective Bernard Gunther investiga casos en la Alemania nazi. Gunther también es ácido, pero el acabado resulta algo forzado, da la impresión de que éste tiene que soltar un chiste a cada frase. Quizás lo mejor de Berlin Noir y sobre todo de Violetas de Marzo (parte primera de la trilogía), sea lo bien desarrollado que está el contexto histórico. Contrario a ese tipo de novela negra de hombres duros y humor corrosivo, está Galíndez del ya fallecido Manuel Vázquez Montalbán. Galíndez es una novela reflexiva, comprometida, que habla de la memoria histórica, de la necesidad de no olvidar. Basada en hechos reales, en ella se van desgranando algunas de las claves de la misteriosa desaparición en plena Quinta Avenida de Nueva York del que fuera representante del gobierno vasco en el exilio ante Estados Unidos Jesús de Galíndez. En concreto esta novela tiene un primer capítulo magnífico en el que se acerca de una manera muy hermosa a algunas de las esencias del mundo vasco. También de la mano del género policíaco viene una de las grandes decepciones del año, El Padre Brown. Sentía curiosidad por el pequeño sacerdote católico creado por G.K. Chesterton, autor al que grandes como Borges guardaban especial admiración. Bien, tanto El candor del padre Brown como La sagacidad del Padre Brown, como mucho me puede resultar algo distraído, pero para nada un ejemplo de maestría literaria. Las aventuras del padre Brown me resultan previsibles y sin ningún aliento de emoción o intriga.

Fuera ya de la novela negra está una de las mejores lecturas que he tenido este año, Los viajes de Gulliver al que ya dediqué una reseña en este blog. Maravilloso libro que recomiendo a todo el mundo. El siglo de las luces de Alejo Carpentier también me gustó mucho. La historia de cómo las ideas de la revolución francesa desembarcan en el Caribe de la mano de Victor Hughes, me parece deslumbrante. Además el lenguaje barroco usado por Carpentier, más que hacer perder al lector, lo que hace es meterte de lleno en ese mundo en ebullición que fueron las postrimerías del siglo XVIII. También en este año pasado leí tres novelas de Paul Auster: Un hombre en la oscuridad, Brooklyn Follies y El palacio de la luna. El estilo de Auster me gusta, me engancha y sus personajes me resultan totalmente verosímiles. Es un narrador de historias, historias dentro de historias que se entremezclan y que recorren cada una de sus novelas, aunque dichas novelas no tengan porqué ser especialmente buenas. Un hombre en la oscuridad tiene un final que salva por los pelos una novela que se queda coja, Brooklyn Follies es una novela agradable que te deja una sonrisa en la cara y El palacio de la luna, tras un prometedor arranque y un gran desarrollo tiene un final decepcionante. Estos tres libros de Auster me pegaron al sillón, pero ni de lejos se acercan a Leviatán y a El libro de las ilusiones. De Félix J. Palma la novela de ciencia ficción El mapa del tiempo me resultó algo forzada y sobre todo previsible, aunque no por ello habría que desmerecer algunos buenos giros, que los tiene. Chesil Beach es una novelita que se lee rápido, muy poética y muy bien escrita, aunque no una obra maestra como algún publicista ha subrayado. Las decepciones vinieron a finales de año con El gran Gatsby de Scott Fritzgerald y Los herederos de William Golding. El gran Gatsby es una novela fácil de leer, pero a pesar de su corta extensión considero que tiene mucha paja y que lo que quería decir su autor se podría haber hecho a través de un relato. Lo mismo tengo que decir de la novela de Golding Los herederos, novela sobre la que tenía grandes expectativas. Por mi experiencia con la genial El señor de las moscas, sabía que entrar en el autor británico era difícil. Sin embargo, nunca consigo conectar con la banda de neandertales y sus problemas que luchan por sobrevivir con otra banda de homo sapiens. Me aburrió mucho Los herederos.

Mientras leía algunos cuentos de Benedetti recibía las noticias de su muerte. Gran autor, los cuentos recogidos en Geografías  son un ejemplo de literatura comprometida y contra lo que se pudiera pensar no fría, sino llena de vida, cálida, cercana. También dentro del cuento el conjunto de relatos de Woody Allen Pura Anarquía me resultó muy divertido, aunque siempre preferiré al Allen director de cine, el que nos ha dejado obras maestras como Hanna y sus hermanas, Zelig, Annie Hall o Desmontando a Harry.

En lo que se refiere a libros de historia el libro que más me ha gustado, sobre todo en los primeros capítulos es el de Introducción al estudio de la historia de Josep Fontana. En el que abordando diversos temas como la demografía, la agricultura, la industria o el Estado, se hace un repaso histórico que llega hasta nuestros días. Es un libro que como el mismo autor dice en su prólogo pretende estimular el "pensar históricamente" para comprender mejor el mundo en que vivimos. También me gustó mucho La Wehrmacht. Los crímenes del ejército alemán de Wolfram Wette, en el que el historiador no duda en inculpar al ejército alemán de la barbarie nazi, cuando tradicionalmente ha salido indemne, poniéndose la pelota en el tejado de manera exclusiva en las SS. La primera parte del libro es muy interesante, ya que se nos muestra como ideas que pertenecían al ideario  nacionalsocialista como el racismo pseudocientífico o el antibolchevismo estaban profundamente arraigadas en el seno del ejército alemán desde finales de la Gran Guerra e incluso antes. El libro Norte contra Sur del periodista Jesús Hernández me pareció una buena obra de divulgación sobre un tema, la Guerra Civil de los Estados Unidos, sobre el que apenas hay bibliografía en castellano. Precisamente acerca de Estados Unidos y su génesis he leído un poco este año, un tema que me es cada vez más fascinante. Así, el libro de Gore Vidal La invención de una nación y Contrahistoria del liberalismo de Domenico Losurdo trataban sobre esto. Sin embargo, si en el libro de Vidal a pesar de sus críticas se percibe una admiración por los padres fundadores (Washington o Jefferson), en Contrahistoria del liberalismo se muestra como la Revolución Americana y la idea de autogobierno proclamada por los colonos rebeldes no fue sino el establecimiento de una democracia y una libertad para unos pocos, estando un importante sector de la población sometido a la esclavitud. De Noam Chomsky leí una recopilación de artículos, Sobre el anarquismo, en el que el autor estadounidense subraya la importancia de algunas ideas ilustradas en la configuración de la acracia, cosa que también corrobora Cappeletti en su Prehistoria del anarquismo, del que tiene un capítulo dedicado a William Godwin de lo más interesante. En contra de esta tesis se situaría Naturaleza, ruralidad y civilización de Félix Rodrigo Mora. Es un libro un tanto desequilibrado, en el que se idealiza como si fuera una especie de arcadia al mundo rural anterior a la caída del Antiguo Régimen, y que está plagado de aseveraciones que se dicen históricas más que discutibles. También de Juan Gómez Casas leí Sociología del anarquismo hispánico, en el que el autor trata de explicar el porqué del arraigo de las ideas libertarias en la Península Ibérica. Ideología de la conquista en América Latina del chileno Vila Riquelme me pareció un ladrillo de libro, las cosas que dice son interesantes, pero para señalar que América Latina siempre se ha intentado fijar en otros modelos -en concreto el occidental- y propugnar frente a esto el asamblearismo, la democracia horizontal, la igualdad social y el fin del Estado, no es necesario hacer elucubraciones tan sesudas y trascendentes. Finalmente dentro del género periodístico me gustó mucho con todo el bombo que nos dieron el pasado año 23-F La verdad de Francisco Medina. No es un libro de historia y está configurado como si fuera un reportaje, pero me parece que es un libro muy a tener en cuenta si se quiere entender que pasó el 23F. Es un libro que me dio mucho miedo al pensar ¿En manos de quién estamos?

 

Los viajes de Gulliver

Recientemente he tenido el impagable placer de disfrutar de la lectura de Los Viajes de Gulliver, del irlandés Jonathan Swift. Desde hacía tiempo, tenía mucha curiosidad por leer el libro, sobre todo porque sabía que su protagonista, Lemuel Gulliver, no se había reducido a viajar al país de los enanos y al país de los gigantes, sino que por contra había realizado más viajes, de los que yo sabía poco o nada.

Los Viajes de Gulliver narra las peripecias de Lemuel Gulliver, un médico de la marina, que sufre a lo largo de su carrera, una serie de naufragios, que lo llevarán a conocer extraños lugares como Liliput (el país de los enanos), Brobdingnag (el país de los gigantes), Laputa (el país de los científicos) y el país de los caballos u houyhnms. Escrito en la primera mitad del siglo XVIII, los Viajes de Gulliver constituyen un precedente claro de la ilustración y tuvieron su influencia en personajes como Voltaire o William Godwin. Por tanto, lejos de ser un libro de literatura infantil y juvenil, o simplemente de aventuras -género en el que se le suele encajonar- la obra de Swift tiene un alto componente satírico contra la política de su tiempo.  Por boca de Gulliver vamos conociendo las costumbres de los distintos pueblos, cosa que Swift aprovecha para poner en evidencia la bajeza moral de las instituciones británicas. Swift no deja títere con cabeza y no duda en lanzar sus dardos contra la corrupción, la tiranía, los políticos, los abogados, las leyes,... Pero cometeríamos un error si sólo redujéramos a sátira política los viajes de Gulliver, ya que el autor nos está proponiendo un nuevo tipo de moral. Moral a la que añadiría las luces de la ilustración el filósofo Kant y su papel transformador el ruso Bakunin.

En este mismo sentido, sorprende que siendo el viaje a Liliput el viaje más conocido de esta obra, sea quizás el de menor calidad literaria y que por el contrario, el de mayor calidad literaria, el del país de los caballos, sea el viaje menos conocido. Éste es el último viaje del protagonista y muestra algo que hemos sospechado a lo largo de todo el libro: que Swift no sólo tiene  atributos literarios y es un agudo observador de su tiempo, sino que también tiene una gran calidad humana que lo convierte en un ser de especial sensibilidad. Al describirnos el país de los houyhnms, no sólo se nos está hablando del amor a los animales y a la naturaleza, sino también de la fuerza del amor, de la belleza, de la razón y de la virtud, y cuán alejado está el ser humano de estos principios merced a una sociedad corrompida y podrida. Y es que como diría el rey de los gigantes a Gulliver: "Has hecho un panegírico admirabilísimo de tu país. Has demostrado claramente que la ignorancia, la holgazanería y el vicio son los ingredientes necesarios para poder ser legislador; que las leyes las explican, interpretan y aplican mejor aquellos cuyo interés y aptitudes radican en tergiversarlas, embarullarlas y eludirlas. Advierto en vosotros algunos trazos de una constitución que originalmente pudo ser aceptable, pero que se encuentran medio borrados, y el resto completamente desdibujados y emborronados por la corrupción. De todo lo que has dicho no parece que sea necesario ningún talento para la consecución de cargo alguno entre vosotros, y mucho menos que los hombres se ennoblezcan por la virtud, que los sacerdotes asciendan por su devoción y erudición, los soldados por su integridad, los parlamentarios por su amor a la patria y los consejeros por su sabiduría."

 

 

Sesión de negro

Hoy llueve sobre el panel de la ventana, intensas gotas de agua pesa y gorda se esparcen por todo el cristal, impidiendo mirar a través de él los rojizos campos castellanos en los que se respira otoño. Papá ha muerto. Hay mucha gente en la casa, todos ellos vestidos de ceremonioso negro. Lloran. Lloran, beben y se van. Sobre todo hay mujeres, amigas de mi madre o vecinas suyas, que al fin y al cabo es lo mismo. Algunas lanzan espantosos lamentos, exagerados, y abrazan a mi madre blanca y joven, enferma en estas jornadas de luto. Papá ha muerto, pero los campos siguen igual. Mamá y las mujeres lloran, pero los campos siguen igual.

En los hombres es diferente, ninguno cede a que en sus ojos castaños y negros sobresalga una lágrima o una emoción. Todos hablan en voz baja. Seres endurecidos todos ellos, curtida la piel por el esfuerzo físico que supone trabajar en esos campos de trigo de una España profunda que se quema. En algunos de esos hombres de rostro anónimo chispas de fuego salen de sus ojos –a pesar de que afuera en la calle llueve- y sonrisas furtivas afloran en sus secos y desgarrados labios –a pesar de que esto es un velatorio vestido de negro-.

De pronto los ligeros murmullos y los lamentos que rompían el silencio cesan. Lleva un sombrero de ala ancha totalmente negro y un gran vestido que le cubre los pies y que está lleno de barro en los faldillos. Está empapado por la lluvia y su cara que es más pálida que la de mi difunto padre gotea como si de una esponja se tratara. Me sonríe y me da unas palmaditas en la cabeza, me abraza y me dice que lo siente. Sonríe a todo el mundo, los saluda con un hola y se acerca a mi madre, tan blanca y tan buena, y con voz ronca como si le faltara el aliento dice:

-Te acompaño en el sentimiento Manuela, lo siento mucho.

Se escucha un rayo y el cielo tiembla. Por las mejillas de mi madre resbalan las lágrimas.

 

-Papá ¿Qué es el cielo?

-Lo que tenemos arriba.

-Pues mamá dice que allí vive un hombre que lo vigila todo. El señor cura se lo ha contado.

-¿Eso es lo que dice mamá?

-Sí, eso dice.

Mi hermano Manolito es el más gracioso. No sabe hablar y aún se tambalea cuando intenta andar. Se va apoyando en la pared y a veces cae de culo sobre el enorme pañal que madre le ha hecho. ¡Aúpa! ¡Arriba, no es nada! La verdad que es el que más pena me da, pero también es al que más envidio. Después de todo se le ve tan feliz… Como siempre. Sonríe, grita y llora, pero sin entender nada de lo que está pasando. Desearía volver a tener su edad para no pensar más en esta muerte que me está mordiendo. Afuera sigue lloviendo sobre los maduros campos de trigo recién sembrado. El cielo está vomitando. A pesar de todo la cosecha será pobre.

 

“Ay, Anita, Anita ¿Y tú ahora me abandonas? ¿Por qué cierras tus ojos como si fueras a dormir y no vuelves a despertar? La fiebre te tragó y nadie pudo hacer nada, ni tan siquiera yo. Entonces vino la muerte, la muerte tuya que era mi muerte, que es mi muerte porque tú y yo somos uno. Sí, ahora lo comprendo. Ahora que todos mis vecinos me rodean y lloran al ver mi cuerpo ceniciento y amarillo. Lo comprendo todo, pero no te encuentro Anita, no te encuentro en ningún sitio, porque todo lo que mis ojos extinguidos ven, es tan elevado para mí que no lo entiendo. Estoy llegando a un punto que no sé si esto es real o es mentira, o si esto es el purgatorio o el infierno. Es más ni tan siquiera sé si pienso… Estoy demasiado confuso y empiezo a olvidarlo todo y todo se me mezcla. Recordaba tantas cosas… como que una vez a causa de unas fiebres fallecí y tuve una mujer bella a la que no amé y que fue la madre de mis dos hijos y que el más pequeño se llamaba Manolito. Manolito es el más gracioso. No sabe hablar y aún se tambalea cuando intenta andar. Se va apoyando en la pared y a veces cae de culo sobre el enorme pañal. ¡Aúpa! ¡Arriba, no es nada! La verdad que es el que más pena me da, pero también es al que más envidio. Después de todo se le ve tan feliz… Como siempre. Sonríe, grita y llora, pero sin entender nada de lo que está pasando. Desearía volver a tener su edad para no pensar más en esta muerte que me está mordiendo. Pero ahora que estoy conviviendo con las larvas eso es lo único que siento, el mordisco de éstas punzando mi carne.

 

-Anita te tengo miedo.

-¿Por qué?

-Porque te están saliendo dos bultos en el pecho.

-¿Pero qué dices sinvergüenza?

-Cállese abuelo, que ya he visto como se queda usted mirándome últimamente.

-¿Cómo te atreves a hablarme así?

-Es la verdad. Anda márchese.

-¡Zorra!

-Andrés esto se llaman pechos.

-¿Y para qué sirven?

-Pues…

-¿Me los enseñas?

-Yo a ti te enseño lo que tú quieras.

 

“Olvido y ya mis recuerdos se convierten en niebla. Aún así sé que una vez, la única vez, estuve enamorado de mi propia prima y recuerdo cuando me enseñó sus pechos, tan dulces, tan sabrosos. Ella reía, con una risa fresca como el agua de una jofaina por la mañana, y yo la besaba igual que se besan los novios al otro lado del río. Exploraba entre sus pechos de carne tibia y entre sus pezones alargados por la excitación, mientras ella reía, reía y reía. Creo que no he visto nada más bonito en mi vida.”

 

-¿Te gustan?

-Sí, mucho.

-Las tengo desde hace ya tiempo.

-Son muy bonitas. Creo que no he visto nada así en mi vida.

-A mí me gustan.

-¿Y para qué sirven?

-Pues…

-Me llaman. ¿No oyes las voces?

-Ese es el abuelo que está celoso.

-Ahora vengo.

-Yo te espero aquí en el cobertizo.

 

Estoy cansado, lo he descubierto. Cansado de este odioso velatorio, cansado del luto que guardan estos hombres y mujeres en siniestra procesión, y todavía me acuerdo de ti, Anita. El recuerdo tuyo, que aspiraba hacía tan sólo unos meses, me parece cada día más y más lejano, porque ahora estás muerta, la fiebre te tragó y me dejó huérfano, me quitó un pedazo de alma que ahora no encuentro y todo por tu culpa, o mejor dicho por la fiebre, o mejor dicho por la muerte, porque la muerte tiene los ojos verdes, y cuando mira con sus órbitas enfurecidas hace fallecer hasta al más gigante. ¡Qué triste me supo!

 

“Estoy cansado, lo he descubierto. Cansado de este odioso velatorio, cansado del luto que guardan estos hombres y mujeres en siniestra procesión, y es que todavía me acuerdo de ti, Anita. El recuerdo tuyo, que aspiraba hacía tan sólo unos meses, me parece cada día más y más lejano, porque ahora estás muerta, la fiebre te tragó y me dejó huérfano, me quitó un pedazo de alma que ahora no encuentro y todo por tu culpa, o mejor dicho por la fiebre, o mejor dicho por la muerte, porque la muerte tiene los ojos verdes, y cuando mira con sus cóncavas de fuego enfurecido hace morir hasta al más gigante. ¡Qué triste me supo todo!

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-Anita, Anita ya vengo.

 

Tus suspiros de orgasmo, me dejaron sin aliento, en cuanto vi a mi hermano encima de ti. La verticalidad duele ¿verdad? Lo mismo dice mi madre, que un día se lo oí hablando queda con mi tía. Me dejaste hundido, herido, mientras susurrabas palabras inconexas al oído de mi hermano, palabras perdidas y ahora gemías y llorabas, porque la verticalidad duele. Anita, tú ya no reías, al menos yo no lo veía, pero supe que en el fondo te reías de mí, de mi hermano, de todo y juré mientras os observaba entre la maleza que algún día serías mía, mía para siempre y es por ello que aguardo contemplando los campos castellanos de trigo requemado, a las mujeres y hombres de luto y a la de los ojos color pantano.

 

Tus suspiros de orgasmo, me dejaron sin aliento, en cuanto vi a mi hermano encima de ti. La verticalidad duele ¿verdad? Lo mismo dice mi madre, que un día se lo oí hablando queda con mi tía. Me dejaste hundido, herido, igual que una Biblia a los ojos de un ateo, mientras susurrabas palabras inconexas al oído de mi hermano, palabras perdidas y ahora gemías y llorabas, porque la verticalidad duele. Anita, tú ya no reías, al menos yo no lo veía, pero supe que en el fondo te reías de mí, de mi hermano, de todo y juré mientras os observaba entre la maleza que algún día serías mía, mía para siempre y es por ello que aguardo contemplando como una piedra más los campos castellanos de trigo requemado, a las mujeres y hombres de luto y a la de los ojos color pantano.

 

-Hola.

-¿Qué haces aquí sentada entre la hierba?

-Espero a tu hermano

-¿Por qué estás con las tetas fuera?

-Se las estaba enseñando a tu hermano.

-Son muy bonitas.

-Lo sé. ¿Pero qué haces?

-Te las toco.

-¿Pero qué haces?

-Te las beso.

-¿Pero qué haces?

-Te desnudo.

-¿Pero qué haces?

-Te hurgo entre las piernas.

-¿Pero qué haces?

-Nada.

 

La verdad, debo confesarlo, es que cuando os vi a mi hermano y a ti, tan pegados y con un diálogo tan ahogado, sentí como un puñal me segaba el pecho, pero he de decir también que mi sexo se abrió como un capullo al alba y, excitado, me entraron ganas de participar con los dos y me puse mojado.

 

La verdad, debo confesarlo, es que cuando os vi a mi hermano y a ti, tan pegados y con un diálogo tan ahogado, sentí como un puñal me segaba el pecho, pero he de decir también que mi sexo se abrió como un capullo al alba y, excitado, me entraron ganas de participar con los dos y me puse mojado.

 

-Mamá ¿por qué lloras?

-Hijo mío abrázame.

-¿Por qué?

-Calla. La prima Anita ha muerto. La fiebre se la tragó.

 

-Ya eres mayor hijo mío.

-Lo sé padre.

-Y eres el único hijo soltero que me queda.

-Lo sé padre.

-Te he buscado esposa.

-Madre ya me lo ha dicho.

-Bien, pues no se hable más. Te casarás con Manuela dentro de un mes. Sus padres están de acuerdo. Es una buena muchacha y estoy seguro que con el tiempo sentirás cariño hacia ella.

-Pero…

-No quiero peros. He hablado y así se hará.

-Está bien padre, usted manda.

 

No sé por qué en mis sueños siempre te imaginé de blanco. Yo te esperaba en el altar y entonces tú venías con el velo mecido por el viento. Estabas guapísima. En tu cara se veía una alegría que contagiaba a mi corazón y, mientras el cura murmuraba sus palabras de piedra, tú y yo nos mirábamos con luz deseosos de probar nuestras carnes. Luego repicaban las campanas y la gente gritaba, pero nosotros ya no estábamos allí. Envueltos en una burbuja yo recorría mis labios por tu piel tibia.

 

No sé por qué en mis sueños siempre te imaginé de blanco. Yo te esperaba en el altar y entonces tú venías con el velo mecido por el viento. Estabas guapísima. En tu cara se veía una alegría que contagiaba a mi corazón y, mientras el cura murmuraba sus palabras de piedra, tú y yo nos mirábamos con luz deseosos de probar nuestras carnes. Luego repicaban las campanas y la gente gritaba, pero nosotros ya no estábamos allí. Envueltos en una burbuja yo recorría mis labios por tu piel tibia.

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-¿Estás nerviosa?

-Mucho.

-Tranquila, mírame a los ojos.

-Me da vergüenza.

-No es malo lo que vamos a hacer.

-Pero, no sé, me siento sucia.

-Es algo normal. La gente que se casa lo hace y tú y yo nos acabamos de casar.

-De acuerdo. Pero no me mires

-Al menos levanta la cabeza y mírame a los ojos.

-No, por favor. Hazlo rápido y no me mires.

 

-Me casé con una mujer a la que nunca quise, pues yo sólo amé a una. A ti Anita.

 

-Me casé con una mujer a la que nunca quise, pues yo sólo amé a una. A ti Anita.

 

Todos siguen llorando, mientras miro a través de la ventana, contemplando la bóveda azul que ante mis ojos se abre. La lluvia de hace un rato ya ha cesado y ahora todo se cubre de ese color anaranjado y de hojarasca que tiene el otoño. Las gotas de lluvia que cayeran sobre el panel de la ventana se han secado y el sol comienza a salir de entre las nubes que lo tenían oculto, allá en el lejano horizonte. Sigo contemplando, mirando a izquierda y derecha, apoyado sobre el alféizar y dirigiendo mis ojos hacia la tapia del cementerio. Allí están los cipreses que se mecen por el lento vaivén al que son sometidos por la dulce brisa que cae sobre el pueblo. Aspiro, y el olor a tierra mojada que se desprende de los latidos del lodazal, penetra en mis pulmones. Pienso hacia atrás, hacia el presente, pero no hacia el futuro, porque el futuro, lo sé, ya no existe en mí, porque he muerto. Todos, a pesar de que en sus caras de surco habitan abundantes lágrimas, comienzan a esbozar una sonrisa. Mi madre, que ya no es mi madre, me abraza, y saliéndose de su recato habitual, me besa en la boca. La aparto suavemente y con una dosis de duda, pero también con cierto temor, me miro en el espejo. El espejo devuelve el reflejo de mi padre. Doblo el cuello hacia la izquierda, hacia donde se encuentra el cadáver que ha motivado este velatorio, esta sesión de negro. Allí, pálido, yace el cuerpo inerte de un niño de diez años.

El reloj

Imaginen una gran ciudad con edificios de protección oficial en las afueras, un piso estrecho, pequeño, que sólo a ratos se hace cómodo. Allí vive el Sr. Remanto, un hombrecillo gris, que come comida congelada y sopa de bote, mientras entre bostezo y bostezo ve la televisión. Trabaja como oficinista desde hace tantos años que ya no sabría contarlos, y aunque es cierto que muchos lo podrían considerar un empleado modélico en el sentido de que siempre llega puntual, siempre sonríe al resto de sus compañeros con actitud servicial y siempre es el último en abandonar su puesto cuando a la caída de la tarde acaba la jornada, por otra parte nunca ha destacado en su trabajo y permanece en el mismo puesto desde el día en que llegó: en una gran sala dominada por un enorme reloj, con cien oficinistas más, sentado en torno a una estrecha mesa de aglomerado, con espacio para una máquina de escribir, un teléfono de ruedecilla y un taco de los papeles amarillentos con el membrete azul típico del departamento de contabilidad demográfica. Hombre silencioso y tímido, su relación con los demás compañeros jamás ha pasado de las conversaciones triviales alrededor de la máquina de café, pasando inadvertido para la mayoría de éstos. Sin embargo hoy todo va a cambiar, todo va a comenzar a ser distinto, porque no hará ni diez minutos que han llamado a nuestro protagonista a la planta de arriba. Allí el Gran Jefe lo espera.

Esa misma mañana se levantó a su hora de siempre. Su señora roncaba de espaldas a él y con cuidado para no despertarla se calzó sus zapatillas y aún adormilado se dirigió al cuarto de baño. Se miró al espejo y al ver su reflejo le invadió una sensación extraña, como si aquel tipo que veía con el pelo revuelto y el pijama gastado fuera otro, una tercera persona. Sin dar mucha importancia a aquello se dirigió a la cocina y al abrir la nevera para coger la leche y prepararse el primer café del día, de pronto decidió alterar esa pequeña rutina, ese hacer de todos las mañanas y entonces recordó que la noche anterior tuvo un vago pensamiento sobre ello, sobre su reiterativa vida, que se vio interrumpido por los gritos de euforia de una chica que había ganado un coche en un concurso de la tele.

Rápido, bajó al economato de su calle y compró zumos, huevos y pan recién hecho. Después de desayunar prendió su primer cigarrillo del día mientras miraba por la ventana, en lugar de hacerlo en el coche camino del trabajo como siempre había sido, coche que se negó a coger aquella mañana, eligiendo el metro como medio de transporte.

Este había sido el primer día desde que llevaba trabajando en la oficina que había llegado tarde. Tan sólo un escaso cuarto de hora, pero el tiempo suficiente para que el bedel del edificio lo mirara con cara de cierta sorpresa cuando lo vio aparecer. Sus compañeros por su parte apenas repararon en su tardanza y cuando entró en la oficina, apenas cesó el traqueteo de las máquinas de escribir, tan sólo alguno que otro levantó un momento la cabeza e hizo una mueca que se asemejaba a un saludo.

La puerta del despacho del Gran Jefe se abre. La secretaria le anuncia que ya puede entrar. El Sr. Remanto sólo ha visto al Gran Jefe un par de veces en su vida. Nunca se pasa por la planta baja donde él trabaja, permaneciendo siempre en su despacho en la planta de arriba. El Gran Jefe es un tipo corpulento con cabeza pequeña y manos grandes y gordas, ni viejo ni joven. Habla serio, falsamente condescendiente y en algún momento adopta un tono de ofendido. Nuestro protagonista aguanta el rapapolvo como puede, contesta educadamente, pero nervioso y balbuceante, y promete que nunca más volverá a ocurrir. Inventa una excusa tonta sobre la marcha, con apenas un hilo de voz comenta que sí, que conoce las normas perfectamente, pero que las cosas a nivel personal no le están yendo muy bien y que por eso hoy ha mirado el reloj. El Gran Jefe con aire paternal le pregunta si necesita algo, que si puede hacer alguna cosa que esté en su mano que no dude en recurrir a él, pero que ya sabe de sobra que una de las principales normas de la casa es que sólo hay un reloj, un enorme reloj que domina toda la sala donde trabaja y que mirarlo es una señal de poca atención en el trabajo, y en última instancia de no considerar éste ni importante ni interesante, que en caso de reincidir podría significar la apertura de un expediente o incluso el despido. Al final tras un fuerte apretón de manos el Gran Jefe se permite hasta bromear un poco.

Cuando la puerta del despacho del Gran Jefe se cierra tras de él, el Sr. Remanto comienza a descender por las escaleras que llevan a la planta baja. Allí un enorme reloj domina una fría sala donde un montón de oficinistas teclean sus máquinas de escribir o atienden alguna llamada telefónica. De pronto un fogonazo, una luz como un relámpago. El vago pensamiento interrumpido por los gritos de una histérica concursante, el reflejo de otro en el espejo o sustituir el café de por las mañanas, fumar el cigarrillo mientras se mira por la ventana, no coger el coche o llegar tarde a la oficina… sólo es el principio del camino. Con decisión, el Sr. Remanto agarra una silla y la pone justo enfrente del reloj. Se sienta y lo mira fijamente.