Entre Zurich y Alicante. Odisea en el Levante.
Mi única propiedad es un Ford Escort de 1997. Cuando lo compré ya había cumplido los diez años. Es de color verde, lleno de bollos y desconchones, sucio por dentro y por fuera... Botellas de plástico, alguna lata, papelitos arrugados, algún cd rayado, suelen acompañarme en mis viajes. Hace tiempo que quería deshacerme de él, ya que su capacidad de dar un servicio medianamente en condiciones se ha ido al traste (en el último año ha visitado una decena de veces el taller). Sin embargo, los dramáticos y surrealistas acontecimientos que me han ocurrido en las últimas semanas, han acelerado mis propósitos de comprarme un coche nuevo y mandar el Ford al puñetero desguace.
En los últimos tiempos mi cochecito perdía agua, la aguja del motor me indicaba que el vetusto automóvil de los huevos se calentaba con facilidad. Intentaba conducir sin ir muy rápido, dosificando la velocidad, siendo comprensivo con él en las cuestas, evitando en la medida de lo posible cogerlo en las horas más calurosas del día; con constantes miradas rápidas a la aguja del motor que me impedían una tranquila conducción. “Es un coche viejo, son las cosas que le pasan a estas máquinas cuando ya tienen unos añitos. uando pase el verano me pondré a la tarea de un carro nuevo”, me decía a mí mismo.
Desde Marzo llevo planeando mis vacaciones a Islandia. En mitad de la vorágine opositora soñaba con el maravilloso viaje que me esperaba en Agosto a la isla más septentrional de Europa. El vuelo hasta allí no salió muy caro, ya que desde Alicante operaban vuelos directos hasta Rejkjavik por compañías de bajo coste. Esto estaba de puta madre ya que Baza, la localidad en la que resido, está a poco más de dos horas de dicho aeropuerto. Al fin, el día 9 de Agosto llegó, y desde Baza (Granada) nos pusimos en marcha dirección a Alicante, donde cogeríamos el avión que nos llevaría a Islandia. El avión lo cogíamos a las 22.15 y salimos de Baza seis personas y dos coches a las 16.00 para llegar con tiempo al lugar. Todo era alegría. En mi coche, mis dos acompañantes –mi novia y un amigo- y yo reíamos, contábamos anécdotas graciosas y divertidas, hacíamos juegos de palabras… De pronto, miro la aguja del motor y está en rojo. Me doy cuenta de que huele raro y que el Ford echa humo. Paro el coche y abro el capó –no sé por qué todos los que nos quedamos tirados en la carretera hacemos esto cuando la mayoría no tenemos ni puta idea de mecánica-. Estoy nervioso, mis dos acompañantes también. Llevamos el Ford a una gasolinera cercana y desde allí llamo a Zurich –no a la localidad suiza sino a los de la compañía de seguros-, los cuáles tras sucesivas llamadas –siempre a un 902 que es el número que tienen de asistencia en carretera, lo cuál agrava el coste de mis llamadas- tardan en poner una hora una grúa a mi disposición. Contemplo las caras de abatimiento de mis acompañantes, estoy maldiciéndome -hasta me fumo un cigarro-, miro al reloj, los minutos van pasando en aquella gasolinera perdida de Murcia, unas putas se ponen al otro lado de la carretera a la caza de clientes, la gente para sus coches para repostar mientras nos contempla con signos de interrogación; el Ford no para de echar humo.
Nos llaman por teléfono, es el otro coche que partió de Baza, ya está en Alicante. Nuestro amigo decide bajar a recogernos para no perder el avión, ya que no nos fiamos que el seguro nos ponga a tiempo un taxi. Llega el de la grúa. Se lleva el coche. Al cuarto de hora llega nuestro colega y marchamos a toda pastilla para el aeropuerto. En el camino me llama un agente de Zurich. Le cuento mi situación, me voy al extranjero por dos semanas, no voy a estar en España, llevadme el coche a Baza a la dirección de un taller que conozco… El tipo insiste en que no, que el coche debe de quedarse en ¿Orihuela?, que me debo de preocupar para que alguien me recoja el coche cuando esté reparado. La conversación va subiendo de tono. Vocifero y grito, me pongo de mala hostia, los tacho de sinvergüenzas, de incompetentes. Le corto mientras le insisto que o me llevan el Ford a Baza o me llevan el Ford a Baza. Al minuto me vuelve a llamar. El coche irá a Baza a la dirección que yo le he señalado.
Estoy en Islandia. Al final pudimos coger el avión a tiempo –cierto que con algunas prisas-. La isla es tal y como yo había imaginado, naturaleza salvaje en estado puro. Llamo desde allí al taller de Baza. El mecánico, un hombre que me conoce por mi nombre de las veces que el coche ha ido al médico este año y que se frota las manos cada vez que me ve aparecer, me dice que el Ford lo que tiene es un manguito del radiador reventado y que me lo ha reparado. Que la avería era una tontería vaya. Llamo a un amigo de Baza, le digo que me recoja el coche y que si puede venir a recogernos al aeropuerto a mí y a mis dos acompañantes cuando volvamos de Islandia. Me dice en principio que sí, pero dos o tres días antes de volver a España lo llamo y me dice que no va a poder. Habrá que recurrir al Plan B.
El Plan B consiste en que me vaya hasta Baza en el coche del colega que vino a rescatarnos en aquella gasolinera perdida de Murcia. Allí él me deja, él continúa su camino y yo cojo el Ford –ya reparado- voy hasta Alicante, recojo a mi novia y al amigo que venía con nosotros y nuevamente marchamos hacia Baza. El Plan B supone agotamiento y cansancio, tanto para mí –seiscientos kilómetros, tres trayectos-, como para mis acompañantes condenados a una larga espera en el aeropuerto; pero es lo que en ese momento vemos más viable si tal y como queremos mi novia y yo es estar en Arcos (Cádiz) a partir del domingo día 22 de Agosto para ultimar nuestras vacaciones en nuestra tierra.
El Plan B se pone en marcha. Tras toda una noche en el aeropuerto de Rejkjavik cogemos el avión a las 7 de la mañana del sábado día 19. A las 14 horas llegamos a Alicante. Almorzamos y salgo en el coche en dirección a Baza a las 17:15. A las 19:30 estoy en Baza. Recojo las llaves del coche, compro cervezas y saco unos filetes del congelador de mi casa para la cena. A las 20.00 salgo dirección a Alicante. Si todo va bien todo habrá acabado a las 00.30- 1.00. Voy conduciendo, tras casi dos horas al volante, me siento cansado. Es de noche y calculo que apenas me quedan unos veinte kilómetros para llegar al aeropuerto de Alicante. Tengo ciertas dudas de cuanto tiempo estaremos allí, ya que los móviles nuestros están más que escasos de batería, y mientras nos encontramos y no nos encontramos… Constantemente miro la aguja del motor. Durante todo el camino el Ford se ha ido portando bien, pero de pronto en las inmediaciones de Elche, la aguja se pone en rojo. Paro en un apeadero de la autovía. Una catarata de agua cae del bajo del coche. Estoy en la nada, de noche, con automóviles pasando a toda velocidad, cerca de una huerta de naranjos que adquieren con la luz de la luna llena un carácter fantasmagórico. Miro al móvil. Está rojo de batería. Me asusto. Llamo por teléfono a mi novia con un nudo en la garganta, también su móvil está a punto de irse. Le cuento todo lo que ha pasado, le digo que por favor llame a la asistencia en carretera, que lo gestione ella que está en el aeropuerto, porque con mi móvil no podré hacerlo. Afortunadamente a lo lejos se ve un cartel que me permite indicar el punto en el que estoy. Las dos horas que siguen son un trasiego de llamadas, grúa, seguro, nuevamente a mi mujer –todo con la batería en rojo-; transporte con el tipo de la grúa –un colombiano muy simpático- hasta Elche y desde allí a la estación de autobuses de la ciudad. Al final, Zurich nos pone un taxi hasta Baza a mí y a mis acompañantes. Llegamos a casa pasadas las 3 de la mañana.
Evidentemente la posibilidad de llegar el domingo a Arcos se ha ido al garete. Sin embargo, mis padres me comunican que el miércoles van a Granada a llevar a mi hermana que vive allí. Así pues, el miércoles estaremos en nuestro pueblo. El lunes llamo a Zurich. Quiero que me envíen el coche hasta Arcos. Me dicen que no, que es imposible, que primero tienen que saber qué le pasa al coche y si la avería es superior al precio de éste, me lo enviarán, que de lo contrario no. Según Zurich debo de encargarme de ponerme en contacto con el taller de la Ford de Elche (Talleres Crespo) y gestionar el que la grúa me lleve el auto desde el depósito hasta dicho taller. Discuto, intento negociar. Es imposible, insisten. Me dan el número de teléfono de los Talleres Crespo. Me tiro todo el lunes intentando llamar. No me lo cogen. Nuevamente llamo a Zurich –me habían dado un número de teléfono equivocado- y nuevamente vuelvo a insistir para que me lleven el coche a Arcos o en su defecto a Baza. Nuevamente me dicen que es imposible. Consigo finalmente contactar con los talleres Crespo y me dicen que necesitan de mi firma para poder hacer un diagnóstico del coche. “Vivo en Baza” les digo. “Pues necesitamos tu firma” me contesta una voz femenina al teléfono. Finalmente tras unos minutos acordamos que les enviaré un fax con una autorización mía y mi DNI. Sin embargo es muy tarde para hacer eso ya, puesto que el taller cierra y habrá que esperar hasta el día siguiente.
El martes llamo a Zúrich – a todo esto, el número como ya dije más arriba es un 902 y cada vez que llamo se pone una persona distinta, por lo que debo de contar toda la película desde el principio- y les digo que me den el número de la grúa –no me lo habían dado-. Pongo en contacto a los de la grúa con el taller. La compañía de grúas me dice que cuando lleven el coche a los Talleres Crespo me llamarán para decírmelo –todavía estoy esperando-. Mando el fax al dichoso taller de las narices. A las 19:30 recibo una llamada de ellos para decirme que el coche ya está arreglado, que era un manguito del radiador (otra vez) y que son 100 euros. Cabreo monumental, puesto que autoricé la diagnosis no la reparación. Hijosdeputa. Otra vez llamo a los sinvergüenzas del seguro y me dicen que para el día siguiente me gestionaran los medios de transporte necesarios para desplazarme a Elche a recoger mi coche. Discuto brevemente para que me lo traigan a Baza. En estos momentos, tras dos días de mosqueo continuo, irritabilidad constante y nervios de punta, estoy cansado, muy cansado. Opto por un “de acuerdo”. Me aseguran que me llamaran a primera hora de la mañana con todo gestionado, ya que les pido por favor que quiero estar en el jodido taller antes de las 13:00 que es cuando cierra. (Mi idea es ir con el Ford hasta Baza, descansar un poco, y después tirar hasta Arcos). Me hacen toda una ración de promesas de que no he de preocuparme por nada que así será.
Al día siguiente son casi las 10 y todavía no me han llamado. Telefoneo otra vez a los mamones del seguro y a su puto 902. Cuento la película desde el principio. Me pondrán un coche de alquiler me dicen, aunque debo de cumplir tres requisitos: a) Tener más de 25 años. Sí. b) Carné de conducir con más de dos años. Sí. c) Tarjeta de crédito. No (Tuve un problema con una tarjeta de crédito que me dejo tirado en Islandia porque ya había caducado y el banco no me había dicho nada). Tras media hora de gestiones, Zurich me llama y me da la siguiente solución: La única casa de coches de alquiler que opera sin tarjeta de crédito es Hertz, pero Hertz está en Granada. O sea, me llevan en taxi a Granada, allí cojo el coche y lo dejo en el aeropuerto de Alicante (¡Otra vez nooooo!), allí pido un taxi y que éste me lleve a los Talleres Crespo de Elche. Es una solución absurda lo sé, pero desde su cortedad de miras suiza, los cabrones de Zúrich sólo aceptan esta opción, a pesar de que les digo que Granada está en dirección contraria a Elche.
Cuando llego a los talleres Crespo en Elche tras todo un día en carretera con un sol de justicia son las 18:00. Allí me aborda el jefe, al que de un rápido vistazo identifico como un pirata. Es el típico tío que no para de hablar y que te pone la cara muy cerca, mientras no para de hacer aspavientos. No me gusta una mierda. Le digo que han sido unos sinvergüenzas ya que yo autoricé la diagnosis y no la reparación. Me da unas excusas en su jerga de mecánico de tres al cuarto. Quiero pagar e irme. Mi novia me llama a todo esto. La pobre mía está muy preocupada. Le digo que si por mí fuera la recogía en Baza y tirábamos para Arcos. Me dice que al día siguiente jueves 26 nos vayamos. Tiene razón y es lo más sensato.
Salgo del taller pitando y el coche parece portarse bien. Sin embargo, nada más entrar en Andalucía y tras haber dejado atrás la provincia de Alicante y Murcia, algo empieza a no ir bien. La aguja del motor otra vez se pone en rojo. Paro en un desvío –el primero que veo- y otra vez la catarata de agua en el bajo del Ford. Ciego de rabia, le doy puñetazos, golpeo con ira su capó, su techo y maldigo mi suerte. Llamo a Zurich y cuento la historia del Ford Escort por enésima vez. Adivino una risa contenida en la voz femenina situada al otro lado del teléfono. Esta vez sí me podrán llevar el coche a mi casa. A la media hora, ya atardece, aparece el gruísta. Con él marcho a mi domicilio, y mientras nos enfrascamos en una discusión sobre cuantos habitantes tiene Baza y con el rabillo del ojo observo que en su móvil tiene de portada la bandera franquista, miro atrás a ese viejo trasto que tantos disgustos me ha dado este mes. Abollado, con un faro sujeto con tirantas, por un momento percibo algo de vida humana en él, diciéndome que está cansado, muy cansado, suplicando que éste sea su último viaje, que lo lleve al desguace. Cuando llego a casa son pasadas las 22:00. Abrazo y beso a mi mujer, que suspira de alivio cuando me ve tras casi once horas de carretera. Ella no da crédito a lo que ha pasado, yo tampoco.
PD: El jueves por la mañana día 27 de Agosto salimos en dirección a Arcos. Los medios que utilizamos fueron el tren y el autobús.
3 comentarios
MariÁngeles -
Ana Mari -
Pedrin -