El Guti
Corpulento, tenía cara de pasmarote y voz cavernosa. Cualquiera que lo viera con su periódico deportivo bajo el brazo, podría pensar que se trataba de un chico de pueblo sencillo, algo rudo pero de buen corazón, que pobre de él estaba a punto de perder su inocencia en la vorágine urbana que es la ciudad de Cádiz (con ironía). No negaré que el careto que arrastraba el tío inspiraba esto, aunque el personaje tenía sus sombras. Entre nosotros la bronca nunca estalló, simplemente hubo tensión aderezada quizás en algún momento por una palabra de más y malas caras. Fue mi primer compañero de piso, e imagino que igual que yo lo tuve que soportar a él, él me tendría que soportar a mí, sobre todo en una época en la que la precariedad marcaba y daba sentido a mi existencia.
Cuando en las primeras clases de la facultad se nos habló de un pueblo de aspecto y cultura rudimentaria, habitantes de las montañas, llamados gutis, que acabaron con la civilización sumeria, no pude evitar ver entre aquellos cavernícolas su rollizo semblante, trajeado a lo Pedro Picapiedra y portando un garrote... A partir de ahí fue el Guti.
No quiero que se me interprete mal. En la elección de dicho apelativo no hay prepotencia por mi parte, ni desdén, ni mucho menos desprecio a la gente que viene de los pueblos a estudiar en la facultad. Yo mismo soy de un pueblo, y por ello me vi obligado a compartir piso con el Guti y su novia.
He dicho que el Guti aparentaba un aspecto de candidez inocente que va a ser mancillada por los pecados de la ciudad, pero como he señalado esto era no más que una apariencia. No era sencillo, sino simple; no era rudo, sino un cabeza cuadrada que no dudaba a veces en desairar a su novia, sin duda una chica mucho más valiosa que él. Entre el Guti y yo nunca hubo una amistad y muy pronto nuestras conversaciones se limitaron a los saludos. A esta cesura entre él y yo contribuyeron sin dudad mis nuevos amigos de aquel entonces, que ya hoy son viejos y muy buenos por cierto. No es que ellos tuvieran la culpa, no me refiero a eso, pero al Guti le molestaba profundamente su presencia y no dudaba en disimularlo con constantes malas caras. Especialmente le caía bastante mal que mis amigos hicieran uso del cuarto de baño cuando urgía necesidad. Como expresó en uno de sus memorables comentarios "A mi casa los amigos vienen cagados y meados". Recuerdo que un fin de semana amigos míos vinieron a verme y para evitar que alguno -que no lo iba a hacer- durmiera en su cama en su ausencia -pues todos los fines de semana marchaba a su amado pueblo- el tipo extendió sus apuntes por ella. De esta manera, opté por hacer de mi habitación el lugar donde prácticamente lo hacía todo, desde recibir visitas hasta comer, desde dormir hasta escuchar música, evitando en lo posible el contacto con el Guti, que sentado en el sofá del salón disfrutaba con su novia de la primera edición de Gran Hermano o del fútbol del que era un gran forofo. Y es que para él el sumum de la literatura universal era el Marca, como ya plasmaría en la frase que pasó a la posteridad: "Yo me compro mi Marca y paso de tó".
No sé que habrá sido del Guti, pero después de diez años no creo que haya cambiado mucho. Me lo imagino trabajando en la empresa de su padre, en su pueblo, casado con su novia, y quizás ya con niños. Me lo imagino yendo del trabajo a casa y de casa al trabajo, quizás haciendo un descanso a eso de las once de la mañana para tomar un café en el bar de al lado; saliendo algunos sábados con la mujer y los niños y con los cuñados para tomar unas cervezas y unas tapitas; reconfortado por la compañía de una esposa con la que se limita a cruzar palabras sobre los hijos; sentado en el sofá, mientras con gesto aburrido pulsa el botón del mando a distancia; emocionándose con los goles y con los fichajes estratosféricos de su Real Madrid; leyendo el Marca y pasando de todo.
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