La torre de los siete jorobados. Crónicas del cine español (2).
En mitad de esa España autárquica, negra y miserable de los años cuarenta, la cinematografía española no tenía razones para estar muy contenta. Entre desfiles de la victoria, misas de a diario y el insigne caudillo inaugurando pantanos, el cine de aquella España se hundía en títulos de retórica patriotera y/o de folklóricas adictas a los encantos de sotana y sacristía que imponía el régimen.
Sin embargo de ese páramo cultural bien que se merece recordar la obra de Edgar Neville La torre de los siete jorobados (1944). La propuesta no es sólo un oasis en mitad del desierto por sus méritos cinematográficos -que los tiene- sino también por la originalidad de la temática, insertando uno de los primeros títulos del por desgracia escaso y con frecuencia olvidable cine fantástico en el país. La película se basó en las novelas de folletín de Emilio Carrere, un autor español de los años veinte, y retrata un Madrid castizo y decimonónico en cuyo subsuelo habitan jorobados que tienen perversos planes criminales.
La verdad es que poco se conoce a esta película, aunque bien es cierto que en las listas de los mejores títulos de cine español rara es la vez que no se la menciona. Y es que Neville, que llegó a trabajar en Hollywood, mezcla de manera sabia elementos costumbristas con componentes del cine fantástico inspirados en el expresionismo alemán. Lo más sorprendente es que el resultado no desentona, sino que por el contrario encaja, y en los personajes -interpretados por Antonio Real (Basilio) o Isabel de Pomés (Inés)-, vemos a gente muy real, muy de aquí, sin trampa ni cartón. Además, el director nos muestra que sabe filmar desde el inicio de la película con folclórica incluida hasta el Madrid subterráneo inspirado en El gabinete del Dr. Caligari. Todo ello, con un ritmo muy logrado, merced a un guión correcto y trabajado, en el que la tensión y la trama se mantienen a lo largo de toda la película.
No es una obra maestra, eso ya vendría después con el realismo social de Juan Antonio Bardem y la ironía negra de Berlanga y Ferreri, pero qué duda cabe, en aquellos años de Nodo, Raza y Los últimos de Filipinas, La torre de los siete jorobados, era un descanso, un alivio y un regalo extraño, a aquella España de retórica cuartelera, de bombo y platillo, de mucho ruido y muy, muy, pocas, pocas nueces.
4 comentarios
José Joaquín -
Las comedias de teléfono blanco eran comedias edulcoradísimas (burguesas, que dirían los críticos de teatro marxistas) que se hacían en la Italia fascista. Imagínate las pelis de humor del Paco Martínez Soria o de Lina Morgan, pero todas en la Italia de los años 30, con historias románticas rocanbolescas llenas de conservadurismo y humor tontorrón que robase una carcajada fácil (coño, parece que estoy describiendo un culebrón de hoy día). Se las llamaba de "teléfono blanco" porque en ellas solían aparecer unos hermosos y suntuosos teléfonos blancos en las ricas mansiones de los protagonistas, teléfonos rarísimos que la gente no solía tener en la vida real (imagino que usarían los mismos decorados una y otra vez, de ahí que siempre fuesen ese tipo de teléfono).
Así, al cine de humor romántico-graciosillo fascista se le llamó comedia de "teléfono blanco", y como en España estrenaban dichas películas y también se imitaban (sobre todo durante la guerra, merced de los acuerdos comerciales con las potencias del Eje, salvando Japón en el caso del cine) pues los críticos las llaman así, aunque ya no aparecieran teléfonos blancos.
¿Has visto cuánto conocimiento inútil alberga mi cerebro?
alfonso -
¿Qué son comedias de teléfono blanco?
Jose Joaquín -
La película debió de tener poca repercusión, no por el trabajo de Neville (su paso por Hollywood demuestra que poseía cualidades superiores a la media), sino porque aquellos eran años en los que el cine se aplicaba como un bálsamo sobre un enfermo, con la intención de relajar y hacer olvidar, no de atemorizar. De ahí que las películas que triunfaban eran los cantos a la victoria y la raza o las comedias de "teléfono blanco".
La ideología de aquella España derrotada por los vencedores quedaba bien clara: las patriotadas eran una imitación del cine alemán de corte nazi, y las comedias ñoñas y simples de teléfono blanco eran originarias de Italia.
Y por todo eso, esta es una película que merece ser vista, porque no siguió ni el canon ni buscó la sonrisa fácil.
Pedrin -