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centaurodeldesierto

Crítica de Gran Torino

 

Gran Torino huele a testamento cinematográfico. Es una película de adioses. Por un lado de adiós  a esos papeles de tipo duro por los que Clint Eastwood será recordado por el gran público.  Por otro, a una cierta idea de Estados Unidos  de fuertes convicciones morales conservadoras basadas en el patriotismo, la propiedad y el orden, de la que Eastwood se reclama heredero, y que progresivamente está siendo fagocitada por su hija natural de consumo, telepredicadores y ética de neón publicitario.

Dicen que Clint Eastwood es el último de los grandes, el último en hacer eso tan fácil de entender, pero tan difícil de definir llamado clasicismo. Gran Torino es una película compleja que no sólo reflexiona sobre el tema del racismo, sino que también habla del otro, visto éste como un igual y de la dificultad que ello conlleva; aparte es un tratado del derecho, sobre la ley y la venganza, sobre la conveniencia o no de tomarse la justicia por la mano. En definitiva, una compleja película para un argumento sencillo, que no simple, una historia de redención -atentos a la escena final- en el que un veterano de la Guerra de Corea de mentalidad racista comienza a trabar amistad con sus vecinos de origen asiático. Como hiciera en Sin Perdón, Mystic River,  Million Dollar Baby o Banderas de nuestros padres, el gran Eastwood vuelve a hablarnos de EEUU; y con su cámara a modo de radiografía disecciona su sociedad y los mitos que la sustentan. Nuevamente acuña otra obra maestra.

 

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