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Cine

Mis películas favoritas (1)

 

Presento a continuación algunas de mis películas favoritas, divididas por géneros. Quizás no sean las películas más buenas del mundo mundial, pero son las que vería una y otra vez, las que me tocan la fibra. Esta lista no es definitiva, ni inamovible, quizás mañana si me preguntaran sería distinta...

Western

Este es uno de mis géneros favoritos. Dicen que es el género por excelencia y que es el único originariamente americano. No sé por qué, pero toda esa mitología creada en torno al nacimiento y forja de los Estados Unidos me fascina.

 Centauros del desierto (The searchers) es mi película favorita. La he visto ya no sé cuantas veces. John Ford nos regaló esta versión particular de La Odisea, con un John Wayne en el mejor papel de su carrera. La historia de Ethan Edwards buscando a su sobrina durante años, es toda una reflexión sobre el racismo, la intolerancia y la soledad. Es una película llena de poesía -nunca subrayada-, perfecta desde el principio hasta el fin.

 

Comedia

Creo que este es el género más difícil de realizar y uno de los que más valoro, cuando está bien hecho. Y es que hacer reír es algo muy serio... Ernest Lubistch, Billy Wilder o Woody Allen, forman parte ya del panteón cinematográfico y sus nombres están indisolublemente unidos a la comedia.

 Primera plana es una de las últimas películas del gran Billy Wilder, además de ser un remake que supera al clásico de Howard Hawks Luna nueva. La película tiene un ritmo trepidante de principio a fin, con unas interpretaciones de Jack Lemmon y Walter Matthau sobresalientes. Crítica corrosiva hacia el periodismo y los medios de información, la carcajada está asegurada.

 

Ciencia Ficción

Me gusta mucho este género en apariencia considerado menor. Afortunadamente en los últimos años se está revisitando todo el cine que la ciencia ficción dejó en los años 50. Y es que joyas como Them!, La invasión de los ladrones de cuerpos o El increíble hombre menguante, tienen una solidez de la que muchas películas de hoy con todos sus efectos especiales carecen.

 Se me ocurren muchas películas por poner aquí, quizás mejores que El planeta de los simios, caso de Bladerunner o Alien. Sin embargo, creo que este film tiene uno de los finales más desoladores que el cine me ha transmitido. La imagen de Charlton Heston gritando "Malditos, malditos", deja los pelos de punta por su brutalidad.

 

Crítica de Gran Torino

 

Gran Torino huele a testamento cinematográfico. Es una película de adioses. Por un lado de adiós  a esos papeles de tipo duro por los que Clint Eastwood será recordado por el gran público.  Por otro, a una cierta idea de Estados Unidos  de fuertes convicciones morales conservadoras basadas en el patriotismo, la propiedad y el orden, de la que Eastwood se reclama heredero, y que progresivamente está siendo fagocitada por su hija natural de consumo, telepredicadores y ética de neón publicitario.

Dicen que Clint Eastwood es el último de los grandes, el último en hacer eso tan fácil de entender, pero tan difícil de definir llamado clasicismo. Gran Torino es una película compleja que no sólo reflexiona sobre el tema del racismo, sino que también habla del otro, visto éste como un igual y de la dificultad que ello conlleva; aparte es un tratado del derecho, sobre la ley y la venganza, sobre la conveniencia o no de tomarse la justicia por la mano. En definitiva, una compleja película para un argumento sencillo, que no simple, una historia de redención -atentos a la escena final- en el que un veterano de la Guerra de Corea de mentalidad racista comienza a trabar amistad con sus vecinos de origen asiático. Como hiciera en Sin Perdón, Mystic River,  Million Dollar Baby o Banderas de nuestros padres, el gran Eastwood vuelve a hablarnos de EEUU; y con su cámara a modo de radiografía disecciona su sociedad y los mitos que la sustentan. Nuevamente acuña otra obra maestra.

 

Crítica de El luchador (The wrestler)

La verdad es que tenía muchas ganas de ver El luchador (The wrestler), ganadora de la última edición del festival de cine de Venecia. A priori la historia de un tipo que se dedica al pressing catch y más si la interpretaba Mickey Rourke me interesaba, más cuando la crítica no se dividía ante el controvertido director Darren Aronofsky, y todos venían a coincidir en que había forjado una excelente película.
Sus primeros diez minutos me confundieron un poco y tras este inicio, mis temores de que me encontraba ante una película donde predominaba más el experimentalismo visual que una historia bien narrada se fueron disipando, y empecé a notar que El luchador me estaba tocando muy adentro.
El Luchador es la historia de un perdedor que todavía vive recordando sus pasados años de gloria, a los que pone banda sonora con un estilo de música –el heavy metal- que vivió su edad de oro al igual que el protagonista de la película en la década de los ochenta. Al fin, parece, que después de tantos años luchando en rings de tercera categoría, la suerte consiente en concederle una nueva oportunidad de relanzar su carrera. Sin embargo, a la vez, los golpes del destino lo llamarán a intentar poner un poco de orden en su vida y subsanar muchos de los errores pasados, como el de reconciliarse con su hija a la que abandonó.
El protagonista Mickey Rourke está magnífico, haciendo un papel que recuerda quizás a sí mismo. Su pelo sucio, su cara llena de botox y de surcos por donde cruzan sus lágrimas nos habla de que los trenes que pasaron no se supieron o no se quisieron coger. Y sientes lástima, pena, por ese animal herido, y deseas de todo corazón que se aúpe, que se levante, que comience a reconciliarse con la vida. Pero, al estilo de El buscavidas o de esas películas de boxeo en blanco y negro, intuyes en principio, y luego confirmas, que no hay compasión ni piedad para un tipo que siempre vive en el filo de la navaja y que por una especie de inercia siempre llama a la puerta de la mala suerte, para hundirse una y otra vez en el fango del fracaso. Ni tan siquiera cuando una bailarina de strip-tease y prostituta a tiempo parcial (la muy destacable Marisa Tomey), en mitad de tan sórdido ambiente, parece abrir una rendija de luz al protagonista de El Luchador.
En definitiva una gran película de esas para recordar, magistralmente dirigida por Darren Aronofsky, que cámara en mano nos muestra algunas escenas que realmente son para quitarse el sombrero, rematando con un final en el que suena la canción de Guns and Roses Sweet child o’mine que realmente te pone los pelos de punta. Todo ello salpicado de diálogos y frases magistrales que te hacen un nudo en la garganta. Y es que ante frases como “Todo lo que está ahí fuera en la calle me hace daño” o “Sólo quiero que no me odies”, pronunciadas por un Rourke que te habla con el corazón en la mano, sólo queda aplaudir por una película que respira clasicismo por todos lados.

Narciso Ibañez Serrador. Crónicas del cine español (1)

Me dispongo a comenzar a escribir una serie de artículos sobre el cine español. Dichos artículos no seguirán ningún orden y se escribirán cuando este humilde bloguero pueda. Dentro de estos artículos tengo pensado escribir sobre gente del mundillo del celuloide de por aquí, así como hablar de algunas películas que para bien o para mal me han llamado la atención dentro de nuestro cine "patrio". También dentro de estas Crónicas del cine español escribiré algunas reflexiones generales sobre éste. En la primera entrega de estas “crónicas” comienzo con un artículo sobre uno de los personajes que más inmerecidamente creo que ha sido tratado por el cine de las Españas. Hablo de Narciso Ibañez Serrador, un tipo cuya vertiente cinematográfica, no así la televisiva, ha sido injustamente olvidada.

Cuando se habla de Chicho Ibáñez Serrador enseguida se nos viene a la cabeza el Un, dos, tres…. Sin embargo, más merece la pena recordarlo por su obra cinematográfica, por desgracia bien escasa, ya que ésta se reduce a dos películas: La Residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976). Sabido es que no ha sido el cine español nunca un cine de género y así, aunque se han dado casos de westerns o películas fantásticas, de terror o ciencia-ficción –la mayoría lamentables-, siempre ha sido algo muy marginal, que incluso se ha mirado con cierto aire de desdén. El caso de Ibáñez Serrador no fue una excepción en su momento y probablemente fueran las malas críticas que recibió en su día lo que lo hiciera desertar de la dirección cinematográfica.

Sin embargo, Chicho, como se le conoce popularmente, ya había mostrado su talento con la serie para TVE Historias para no dormir, talento que volvería a renovar con su primer film. La Residencia comienza con un plano que nos va acercando a la casa donde se desarrollarán los hechos: los asesinatos de un grupo de señoritas en un internado de la Provenza francesa. La acción está narrada de una manera soberbia, con altas dosis de morbosidad –una de las principales características de la gran literatura fantástica del XIX-, y poco a poco se va envolviendo al espectador en una atmósfera opresora, donde la rigidez moral que se pretende inculcar a las chicas contrasta con las “perversiones” de estas y de la inflexible directora –complejos de Medea, lesbianismo, sadismo-. Ibáñez Serrador, consigue transmitirnos esa sensación con planos generales de pasillos, puertas que se abren y se cierran, excelentes juegos de luces, y por supuesto una magnífica dirección de actores. Así, bajo la apariencia de un cuento que rinde un cariñoso homenaje a algunos de los grandes autores literarios del terror anglosajón (Poe, Henry James o Shelley), La Residencia es entre otras cosas una magnífica metáfora de la España del momento, de la decadencia de un régimen, que a golpe de imperativos morales y de represión –en este caso sexual- escondía su podredumbre y su inmundicia.

El caso de ¿Quién puede matar a un niño? es todavía una historia más macabra que la de La residencia. Aquí Narciso Ibáñez Serrador, lo que hace es arremeter contra la hipocresía de un mundo que no para de lanzar proclamas en pos de la defensa de la infancia, mientras que a la hora de la verdad, ante cualquier conflicto bélico son precisamente los niños las principales víctimas. ¿Se imaginan que se rebelaran ante tamaña injusticia contra los adultos y decidieran erradicarlos de la faz de la tierra? Pues este es el argumento de la película.

Siguiendo la senda de grupos de niños asesinos de filmes como El pueblo de los malditos –del que Christopher Reeves, malogrado Superman, protagonizaría en los noventa un remake horrible-, la acción de ¿Quién puede matar a un niño? transcurre en una isla imaginaria –Almanzora- del Mediterráneo y, caso extraño en una película de terror, a plena luz del día. De este modo, si en La residencia era una luz artificial y de interior la que predominaba, aquí nos encontramos con una luz natural, fuertemente poderosa y deslumbrante, blanca, que contrasta con la historia terrible y negra que se nos está contando, la de los niños habitantes de una isla que han matado a todos los adultos.

La película contiene algunas escenas impactantes –la escena de la piñata conforma una de las imágenes siempre vivas de servidor desde que era niño-, así como escenas de intenso dramatismo que se mezclan majestuosamente con aspectos de lo más macabro –el padre que cogido de la mano por su hija es llevado a la muerte con la más total resignación es una muestra de que el cine es un arte-.

Lástima, que aquí, debido a un malentendido con el productor, los protagonistas –que eran dos actores ingleses- tengan sustituidas sus voces originales por un doblaje que impide apreciar toda la sutilidad y el desconcierto que Chicho pretendía imprimir a su película, lo que evidentemente viene a incidir en un claro detrimento de ¿Quién puede matar a un niño?

En definitiva, con Narciso Ibáñez Serrador, estamos ante un magnífico director que en sus dos únicas películas ha conseguido sacar a la luz intensas historias de terror, donde lo macabro y lo morboso, lejos de ser artificios y ser usados de la manera más burda, se manejan y conducen de manera lúcida, con lo que sus filmes como los vinos mejoran a medida que pasan los años, más cuando los comparamos con el cine de terror de hoy, donde el grito fácil sustituye a la inteligencia.

Autocomplacencia y victimismo

 

Sentado frente al televisor vislumbro un pase de modelos en el que todos muy guapos y guapas sonríen, portando con señorío un supuesto glamour. Ante los flashes de los fotógrafos deambula el mundo de la farándula y todo lo que aparece me suena artificial, impostado, una mala imitación de la ya de por sí burda alfombra roja hollywoodiense. Comienza la gala y aparece Carmen Machi haciendo de Aída o Aída haciendo de Carmen Machi, que ya no sé donde radica la diferencia. Sus comentarios no me levantan ni la más mínima sonrisa, presentándose asépticamente envueltos en un progresismo de salón que me rechina, que no me creo. Aun así, Carmen Machi siempre será mejor como presentadora de los Goya que ese excéntrico con ínfulas de cómico llamado Corbacho, al que descubro entre el público con un traje morado más propio de un payaso que de otra cosa. Como era de esperar la autocomplacencia y el victimismo son los dos calificativos que habría que poner a esta gala. El cine español no es un páramo, es un cine maravilloso que necesita nutrirse de subvenciones , ya que por culpa de la piratería cae en picado provocando la miseria de los que viven de él. Es decir, muy pronto, sin apenas pausa, se cae en el gimoteo, en la pataleta de niño chico que reclama lo que es suyo, aunque esto no lo sea, y si para ello ha de recurrir a argumentos demagógicos metiendo de por medio a los grandes del cine autóctono como Azcona o Berlanga como hiciera la directora de la Academia, pues se echa a la batidora que todo vale.

Sin embargo aparece un destello en la negrura de la tediosa noche de “nuestro cine”. Se llaman Muchachada Nui y son de Albacete. Son los únicos que me hacen reír con su humor surrealista y absurdo. Luego me emocionan las palabras al recoger sus premios de esa niña llamada Nerea Camacho  y la de los chicos de El truco del manco. Me creo lo que me dicen, sé que me hablan con el corazón en la mano y que no me están mintiendo. No veo el juego de artificios, ni el discurso aprendido y vomitado para la ocasión que sí veo en Penélope Cruz por ejemplo. Vuelvo a aburrirme, vuelvo a bostezar. Al menos queda el consuelo de que la película que se lleva los mejores premios es una película sentida, comprometida, bien hecha y muy terrible. Me refiero a Camino de Javier Fesser poniendo el dedo en la llaga contra esa panda de fariseos de esa turbia secta llamada Opus Dei, capaces de ensañarse con el más débil si eso sirve a sus intereses. Vuelvo a aburrirme, vuelvo a bostezar. Lo penoso prima sobre lo ingenioso. Basta ya. Con un leve movimiento de mi dedo la gala de los Goya ha terminado para mí este año. El televisor se apaga y yo descanso.

 

V de vendetta




Al fin una buena
adaptación de un cómic de Alan Moore. Tras la entretenida From Hell o la infame
Constantine, V de Vendetta se presenta como una película sólida cuyo mérito
reside en ser una copia fiel de la novela gráfica que desarrollara el británico
Alan Moore traumatizado por un tatcherismo que en los ochenta presentaba un
modelo político fuertemente autoritario, acompañado de neoliberalismo en lo
económico, en lo que sería un precedente de estos tiempos en los que vivimos.
Entiéndase,
cuando vemos V for Vendetta no estamos ante una película original en absoluto.
A nivel formal los planos muchas veces están calcados del cómic y cuando se
pretenden innovadores se adivina cierta torpeza por parte del director (¿mero
hombre de paja de los Wachowski?). Sin duda, lo que honra a este film es eso
precisamente, el hecho de que quienes se han encargado de idearlo, montarlo y/o
dirigirlo, no hayan manoseado la historia de Moore hasta hacerla volar en
pedazos, el hecho de que no hayan querido aportar nada personal como masturbaciones
mentales que se pretenden profundas disquisiciones filosóficas o interminables
escenas de acción (y si no recuerden Matrix Reload o Matrix Revolutions y
suspirarán de alivio). A pesar de todo, no nos llevemos a engaños, V for
Vendetta es un producto hollywoodiense hecho para llenar las salas de cine y
para hacer saltar la máquina registradora con beneficios que el común de los
mortales jamás soñaríamos. De este modo, las referencias explícitamente
políticas que en el cómic se hacen reivindicando el anarquismo, son omitidas,
cayéndose en lo incorrecto dentro del orden, y por tanto en lo sistémico, por
mucho Parlamento inglés que salga ardiendo. V for Vendetta no es una película
antisistema y quizá esa sea la gran diferencia con respecto a la novela
gráfica, ya que aquí los Wachowski no proponen la anarquía como alternativa. En
cambio, sí se podría decir que es crítica con los excesos de un sistema que
muchos personalizan en el siniestro personaje que acaba de abandonar la Casa
Blanca George W. Bush. V de Vendetta habla de los difusos límites de la palabra
terrorismo, tras el cuál muchos se amparan para lanzar políticas represivas; de
la búsqueda del Estado por arrogarse el monopolio de la violencia; de la
necesidad que hay de que la ciudadanía salga a pisar las calles y se burle del
amo bajo la máscara de un payaso; de la urgencia de una memoria histórica sin
la cuál el ser humano queda relegado a un títere regido por los placeres del
bajo vientre. De tono épico (sin duda lo mejor de la historia original y que
Hollywood afortunadamente ha respetado sin menospreciar o exagerar), V de
Vendetta se presenta como una buena película para despertar del sueño complaciente
en el que nos vemos sumidos en este mundo nuestro cada vez más virtual de los
colores y los olores.