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Narciso Ibañez Serrador. Crónicas del cine español (1)

Me dispongo a comenzar a escribir una serie de artículos sobre el cine español. Dichos artículos no seguirán ningún orden y se escribirán cuando este humilde bloguero pueda. Dentro de estos artículos tengo pensado escribir sobre gente del mundillo del celuloide de por aquí, así como hablar de algunas películas que para bien o para mal me han llamado la atención dentro de nuestro cine "patrio". También dentro de estas Crónicas del cine español escribiré algunas reflexiones generales sobre éste. En la primera entrega de estas “crónicas” comienzo con un artículo sobre uno de los personajes que más inmerecidamente creo que ha sido tratado por el cine de las Españas. Hablo de Narciso Ibañez Serrador, un tipo cuya vertiente cinematográfica, no así la televisiva, ha sido injustamente olvidada.

Cuando se habla de Chicho Ibáñez Serrador enseguida se nos viene a la cabeza el Un, dos, tres…. Sin embargo, más merece la pena recordarlo por su obra cinematográfica, por desgracia bien escasa, ya que ésta se reduce a dos películas: La Residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976). Sabido es que no ha sido el cine español nunca un cine de género y así, aunque se han dado casos de westerns o películas fantásticas, de terror o ciencia-ficción –la mayoría lamentables-, siempre ha sido algo muy marginal, que incluso se ha mirado con cierto aire de desdén. El caso de Ibáñez Serrador no fue una excepción en su momento y probablemente fueran las malas críticas que recibió en su día lo que lo hiciera desertar de la dirección cinematográfica.

Sin embargo, Chicho, como se le conoce popularmente, ya había mostrado su talento con la serie para TVE Historias para no dormir, talento que volvería a renovar con su primer film. La Residencia comienza con un plano que nos va acercando a la casa donde se desarrollarán los hechos: los asesinatos de un grupo de señoritas en un internado de la Provenza francesa. La acción está narrada de una manera soberbia, con altas dosis de morbosidad –una de las principales características de la gran literatura fantástica del XIX-, y poco a poco se va envolviendo al espectador en una atmósfera opresora, donde la rigidez moral que se pretende inculcar a las chicas contrasta con las “perversiones” de estas y de la inflexible directora –complejos de Medea, lesbianismo, sadismo-. Ibáñez Serrador, consigue transmitirnos esa sensación con planos generales de pasillos, puertas que se abren y se cierran, excelentes juegos de luces, y por supuesto una magnífica dirección de actores. Así, bajo la apariencia de un cuento que rinde un cariñoso homenaje a algunos de los grandes autores literarios del terror anglosajón (Poe, Henry James o Shelley), La Residencia es entre otras cosas una magnífica metáfora de la España del momento, de la decadencia de un régimen, que a golpe de imperativos morales y de represión –en este caso sexual- escondía su podredumbre y su inmundicia.

El caso de ¿Quién puede matar a un niño? es todavía una historia más macabra que la de La residencia. Aquí Narciso Ibáñez Serrador, lo que hace es arremeter contra la hipocresía de un mundo que no para de lanzar proclamas en pos de la defensa de la infancia, mientras que a la hora de la verdad, ante cualquier conflicto bélico son precisamente los niños las principales víctimas. ¿Se imaginan que se rebelaran ante tamaña injusticia contra los adultos y decidieran erradicarlos de la faz de la tierra? Pues este es el argumento de la película.

Siguiendo la senda de grupos de niños asesinos de filmes como El pueblo de los malditos –del que Christopher Reeves, malogrado Superman, protagonizaría en los noventa un remake horrible-, la acción de ¿Quién puede matar a un niño? transcurre en una isla imaginaria –Almanzora- del Mediterráneo y, caso extraño en una película de terror, a plena luz del día. De este modo, si en La residencia era una luz artificial y de interior la que predominaba, aquí nos encontramos con una luz natural, fuertemente poderosa y deslumbrante, blanca, que contrasta con la historia terrible y negra que se nos está contando, la de los niños habitantes de una isla que han matado a todos los adultos.

La película contiene algunas escenas impactantes –la escena de la piñata conforma una de las imágenes siempre vivas de servidor desde que era niño-, así como escenas de intenso dramatismo que se mezclan majestuosamente con aspectos de lo más macabro –el padre que cogido de la mano por su hija es llevado a la muerte con la más total resignación es una muestra de que el cine es un arte-.

Lástima, que aquí, debido a un malentendido con el productor, los protagonistas –que eran dos actores ingleses- tengan sustituidas sus voces originales por un doblaje que impide apreciar toda la sutilidad y el desconcierto que Chicho pretendía imprimir a su película, lo que evidentemente viene a incidir en un claro detrimento de ¿Quién puede matar a un niño?

En definitiva, con Narciso Ibáñez Serrador, estamos ante un magnífico director que en sus dos únicas películas ha conseguido sacar a la luz intensas historias de terror, donde lo macabro y lo morboso, lejos de ser artificios y ser usados de la manera más burda, se manejan y conducen de manera lúcida, con lo que sus filmes como los vinos mejoran a medida que pasan los años, más cuando los comparamos con el cine de terror de hoy, donde el grito fácil sustituye a la inteligencia.

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