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centaurodeldesierto

Mi primera vez con la Benemérita

La verdad es que amor por la Benemérita no siento mucho que digamos. No es un rechazo irracional; por el contrario éste se basa en un profundo asqueo hacia su función como brazo ejecutor del Estado. Sin embargo, no pretendo hoy glosar las inmundicias y suciedades de tan patriótico cuerpo, sino más bien, mi primera toma de contacto con ellos. Luego ha habido varias más, quizás todas con un tinte algo absurdo, aunque la primera vez es siempre la primera vez, y eso, eso nunca se olvida.
El primer topetazo con los hijos de Ahumada, fue en mi pueblo. Yo aún estudiaba en el instituto y esperaba al bueno de mi amigo Emilio enfrente de un kiosko. Como el tío se retrasaba compré un litro de cerveza y me dispuse a esperar, mientras bebía. Muy pronto, llegó una pareja de guardias civiles. Uno era panzón y con gafas, de unos treinta y tantos –vamos como para saltar vallas que estaba el tío-; el otro bajito, enclenque, ya cincuentón, también con gafas. Nada más que vi aparecer el Nissan Patrol me dije: “Vienen a por mí”. Sin decir hola ni nada, me pidieron la documentación, me registraron y me sacaron lo que tenía en los bolsillos, únicamente las llaves de mi casa. Como vieron que a pesar de mis pintas era un ciudadano honrado, la pareja se despidió y se marcharon. Sin embargo, al echarme mano a los bolsillos me di cuenta de que los picoletos se habían llevado las llaves de mi casa. Uno de ellos las había dejado sobre el capó del coche. Aún se divisaba el Patrol en la lejanía y yo ni corto ni perezoso salí corriendo detrás del coche, mientras les gritaba que parasen. Así que imaginad la escena, un peludo canijo, vestido de negro desde la cabeza hasta los pies, corriendo y gritando detrás de un coche de la guardia civil para que se detenga. Como no hacían caso a mis gritos y había alcanzado la parte trasera del vehículo, comencé a golpear éste con fuerza. Fue entonces cuando pararon. “Os lleváis mis llaves” les dije, mientras señalaba a éstas que milagrosamente todavía se mantenían en lo alto del capó. El guardia civil sonrió forzado como pensando “Qué espectáculo más lamentable acabamos de dar” y amablemente me las devolvió.
Creí haberme librado de tan particular pareja de guardias civiles, que podría respirar tranquilo… Pero no, me equivoqué. Cualquiera que me conozca sabe que soy noctámbulo por naturaleza, no es que me guste mucho ir de copas, sino que me encanta disfrutar de la noche en mi casa, mientras leo o veo la tele, apretando el mando aleatoriamente. Para mí es un momento de relax. Bien, pues apenas habían pasado dos semanas de lo señalado más arriba, encontrándome yo en uno de mis momentos de descanso nocturno, cuando a eso de las dos de la mañana llaman a la puerta de mi casa. Miro por la mirilla y ¿a quién veo? a la misma pareja que había estado a punto de llevarse mis llaves. ¿Venían a por mí? La verdad es que me asusté un poco. A oscuras me adentré en la habitación de mis padres y comuniqué la noticia a mis progenitores, los cuáles se encontraban en ese momento en el séptimo cielo, mi madre respirando suave y pausadamente, mi padre roncando como un desesperado. Con cara todavía de dormidos mis padres abrieron la puerta y dejaron pasar a la singular pareja, uno alto y rechoncho, el otro enclenque y bajito, ambos con gafas. En esta ocasión no venían a por mí, sino a hacerle unas preguntas a mi hermana, a la cuál hubo que despertar, ya que una amiga suya se había fugado de su casa. Preguntaron a mi hermana y al no hallar respuesta, cortésmente se marcharon. Aquella noche ya no hubo momento de relax, me fui para la cama y como es habitual en mi colega Capi, soñé que unos tipos de uniforme verde, con tricornio y todo me perseguían allá donde iba. A veces eran alto y rechonchos, otras bajitos y enclenques, las más no tenían cara.

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