Naturaleza, ruralidad y civilización o la invención de la tradición en la búsqueda de una arcadia rural.
Llama mi atención el predicamento que ha alcanzado entre los medios libertarios el libro de Naturaleza, ruralidad y civilización de Félix Rodrigo Mora. No sé si dicho predicamento se debe a cierto deseo por parte de algunos sectores anarquistas de acogerse a tesis novedosas que puedan presentarse sugerentes y/o a la sed de buscar nuevos referentes libertarios. No seré yo el que se oponga al debate sobre el anarquismo o los anarquismos, así como sus fuentes de las que bebe, sino todo lo contrario, todo lo que sirva para estimular este debate siempre y cuando sea constructivo me parece un buen signo para allanar el camino que nos lleve algún día a otro mundo diferente[1]. Sin embargo reconozco que me ha sorprendido el no encontrar ni tan siquiera una velada crítica a Naturaleza, ruralidad y civilización, cuando sus argumentaciones históricas cuanto menos resultan poco afinadas y vagas. En ellas se juega al juego de la imprecisión, de no delimitar correctamente las coordenadas de espacio y tiempo, lo que lleva aparejado el salto sin red, el mezclar nabos con coles y la dificultad añadida de separar el grano de la paja.
Dividiré este artículo en tres partes: una primera en la que haré una referencia a la edad media occidental y al feudalismo, del que si bien en el libro no hay ningún artículo específico, sí es cierto que hay párrafos en los que Rodrigo Mora nos hace llegar su visión del medievo; una segunda en la que incidiré en la herencia de la Revolución Francesa y la ilustración para el mundo libertario y que el autor rechaza de plano; una tercera en la que esbozaré una crítica a dos de los artículos que el libro contiene y en los que se encierra parte de la visión que Rodrigo Mora tiene sobre los últimos doscientos años de historia del Estado español.
I
Es evidente que la visión que tradicionalmente se nos ha pintado de la Edad Media Occidental como una época oscura, valle de lágrimas, dominada por la religión y la ignorancia es un camelo que tiene más de tópico que de verdad. Sin embargo también deberíamos guardarnos de la visión de una especie de arcadia en la que el ser humano vivía en comunión con la naturaleza, en un mundo en el que imperaba la fraternidad y la solidaridad. Tanto una visión como otra provienen del siglo XVIII, la primera de muchos ilustrados y la segunda de algunos revolucionarios franceses como el cura Roux. Qué duda cabe que en la época medieval y moderna las prácticas colectivistas en el mundo rural, aparte del apoyo mutuo, tuvieron mucho que decir, pero los grados de libertad del campesinado podían variar dependiendo del señor que se tuviera, del siglo en el que nos encontráramos (no es lo mismo estar en la Alta que en la Baja Edad Media, ni bajo el feudalismo en la Edad Moderna) y en el caso concreto de la Península Ibérica hasta el siglo XV de los avances, estancamientos y retrocesos de la mal llamada Reconquista.
Para empezar deberíamos tener en cuenta que no todo en la Edad Media y el Antiguo Régimen era comunal y tierras de propios, ni que en toda la Península Ibérica situada bajo la dominación cristiana prevalecía el concejo abierto, ni que éste siempre fuera tan “abierto”. Por el contrario la Edad Media estaba marcada por el modo de producción feudal –de ahí que hable también del Antiguo Régimen-, en el que en una sociedad claramente agrícola, de lenta evolución técnica, el excedente producido por una mayoría de pequeños productores era acaparado por una minoría definida jurídicamente. De este modo existían unas claras diferencias sociales, que van a ir a más a medida que avancemos en el medievo y en la edad moderna. Por otro lado, no habría que olvidar la importancia que va a tener el señorío, por el que los campesinos trabajaban las tierras de un señor y en el caso de los dominios territoriales incluso debiendo de cumplir con trabajos que estaban bajo dominio directo de éste.
También habría que discrepar con la visión que pretende darnos Rodrigo Mora en la que se nos presenta una comunidad campesina prácticamente aislada, ajena a deudas y presiones fiscales, por no hablar de la imagen cuasi bucólica de un campesinado de alimentación austera y frugal, pero bien nutrido. Los argumentos que ponen en entredicho esto son:
a) El campesinado entra en contacto con el “mundo exterior” a través de tres conductos: a) La aristocracia feudal que se encontrará a medio camino entre el aparato estatal y la mayoría de la población; b) la parroquia, desde la que se vehiculaba mucha de la ideología dominante hacia los campesinos; c) Las ferias y mercados, que en algunas ocasiones –caso de la feria de Medina del Campo- van a alcanzar una dimensión extrapeninsular.
b) Las relaciones sociales durante el feudalismo se definían en términos vagos e imprecisos, lo que podía dar lugar a consecuencias diametralmente opuestas. El señor tenía derecho de bando por lo que podía mandar, obligar y castigar. A efectos reales, esto bien podía significar nada, por lo que se podía tener una existencia más o menos ajena al poder feudal y estatal, o bien podía significar mucho, con un campesinado atosigado a prestaciones y redenciones en especie o dinero.
c) Los campesinos conocían bien la presión fiscal y el endeudamiento. Todavía en las últimas décadas del Antiguo Régimen se tenían cargas derivadas de los derechos señoriales. Además estaba el diezmo, la décima parte de la cosecha, que se destinaba a la Iglesia y de la que el Estado recibía una cantidad importante.
d) Las declaraciones de algunos cronistas de las postrimerías del siglo XVIII contradicen la imagen de un campesinado bien alimentado. “Los asturianos apenas prueban el vino en su tierra; en Valencia con una torta, chuflas y aguas trabajan los labradores todo el día; casi tan frugal es la comida de los de Cataluña, y los montañeses, aunque no ahorren en la bebida, no visten sino jerga casera, no comen otra carne que la salada, y eso no siempre, y usan con mucho provecho del pan de centeno y cebada; el gazpacho es un sustento casi general y único de los andaluces” [2].
II
Sería erróneo caer en el mito acuñado por la burguesía y que Rodrigo Mora adopta si bien de manera crítica. Esto es, la Revolución Francesa como exclusiva construcción burguesa, con el reforzamiento de la autoridad estatal mediante el ardid Estado-Nación[3]-. La Revolución Francesa supone, y con esto es con lo que creo que deberíamos de quedarnos los anarquistas, la irrupción de las masas populares en las decisiones políticas, influyendo de manera determinante en el devenir de la revolución con muchas de sus propuestas –que se podrían resumir en libertad, igualdad y fraternidad en su máxima expresión-. Además habría que añadir que dicho movimiento popular no es obra exclusiva del pueblo parisino, sino también de gran parte del campesinado francés. Y es que no habría que olvidar que éste participó de manera activa en la Revolución tras todo un siglo XVIII plagado de protestas y que lejos de empeorar su situación tras la toma de la Bastilla sus condiciones de vida mejoraron, dándose un perfil sociológico del campesinado en Francia de corte republicano y laico que se mantiene hasta nuestros días. Por tanto cargar las tintas contra la Revolución Francesa y por extensión contra el resto de las revoluciones del XIX supone una barbaridad ya que se obvia algunas ideas que lanzó la Revolución, que si bien han acompañado al ser humano desde que nació, ésta sistematizó.
En definitiva, el cultivar la razón, el defender la igualdad en todos sus frentes, el rechazar la autoridad y sobre todo el ser dueños de nuestro propio destino son principios del que todo aquel que se dice libertario debería de beber. Es por ello que desde aquí también habría que defender la ilustración –que obviamente Rodrigo Mora también rechaza-, el movimiento intelectual que inspiró a la Revolución Francesa y del que se nutre una buena parte de La Idea[4]. Además, una puntualización: ni todos los ilustrados eran fisiócratas, ni todos eran iguales en sus concepciones: Voltaire, Rousseau y ya no digamos Kant pueden moverse en unos mismos parámetros terminológicos, pero cuando hablan de libertad o del concepto de autoridad, cada uno quiere decir una cosa.
III
Es curiosa la interpretación de Rodrigo Mora con respecto a la historia de los dos últimos siglos de España. En esta visión plantea de modo muy resumido tres tesis:
a) La fuerza que tuvo el carlismo a lo largo del siglo XIX se debe al elemento popular que lo usó para defender la sociedad rural tradicional.
b) La débil mecanización del campo español se debe a que el campesinado opta por un modo de resistencia: el antimaquinismo.
c) El fin definitivo de la sociedad rural popular tradicional es obra del franquismo.
La primera tesis es acertada aunque muy matizable, la segunda y la tercera tesis son erróneas. Pero vayamos por partes:
La primera tesis se recoge en el artículo El pueblo y el carlismo. Un ensayo de interpretación, artículo del que habría que decir lo siguiente:
a) La gente no se levantó contra los franceses en 1808 porque temiera el fin de la sociedad rural popular tradicional, sino porque se oponía al espíritu de conquista que iba unido a la invasión napoleónica.
b) Un sector importante del campesinado va a apoyar al carlismo, pero no sólo no va a instrumentalizar al movimiento, sino que el movimiento los instrumentalizará a ellos en pos de sus intereses, como la carne de cañón para luchar contra el liberalismo, lo que hará que muchos de estos campesinos deserten.
c) Habría que señalar el importante influjo del bajo clero sobre parte del campesinado en España, lo que evidentemente va a influir en su toma de decisiones.
d) Habría que hacer una diferenciación entre las partidas absolutistas y el carlismo que se levanta en armas en 1833-39 y el carlismo que lo hace durante el Sexenio, ya que la tesis de Rodrigo Mora puede ser válida para el primer período, pero no tanto para el segundo en el que ya hay otros movimientos que dicen velar de manera específica y no vaga por los intereses del campesinado, caso del republicanismo federal y del internacionalismo.
e) El carlismo quería la vuelta al Antiguo Régimen y a la unión entre el trono y el altar en toda su extensión. Tenía las ideas claras. Otra cosa es que los que no las tuvieran tanto fueran los liberales y sus espadones, siempre tan temerosos de las aspiraciones populares. La prueba de esto que decimos es que cuando soplan vientos nuevos en el Sexenio (1868-1874) son muchos los liberales moderados que se pasan a las filas del carlismo.
La segunda y tercera tesis quedan recogidas en el primer artículo del libro El antimaquinismo rural y la mecanización de la agricultura. Dividido en dos partes, para justificar estas dos tesis el artículo se convierte en un despropósito plagado de afirmaciones en las que el exceso de purismo y antiurbanismo y la idealización de la sociedad rural de la mitad norte de la Península, ciegan a la interpretación histórica. Las razones para decir esto son las que a continuación se exponen:
a) Es indudable que hubo episodios de inspiración ludista no sólo en el campo sino también en la ciudad, pero más que motivados por una cuestión ideológica, lo estaban por una cuestión socioeconómica: temor al paro y consiguiente falta de ingresos.
b) La burguesía que conformaba el aparato estatal por lo general prefería ser rentista antes que invertir en maquinaria. Prefería no arriesgar. Es más, gran parte era reacia a la industrialización. La prueba de esto es que cuando se instalaron los primeros altos hornos en Andalucía fueron muchos los señoritos que se opusieron temiendo un éxodo rural en masa y la posibilidad de acabar con la tendencia de unos salarios excepcionalmente bajos.
c) El escaso desarrollo de la industria metalúrgica y siderúrgica en España obedecía más a intereses británicos que foráneos lo que repercutió sobre el grado de industrialización.
d) Es falsa la afirmación de que en las zonas de la mitad norte, debido al uso de la tierra, había una mayor solidaridad y aprecio por los bienes inmateriales, mientras que en las zonas de latifundio predominaba un mayor consumo y una mayor circulación del dinero. El mísero salario de los jornaleros apenas daba para cubrir la alimentación, salario que no estaba garantizado todo el año, condenados como estaban al paro estacional. ¿Dónde queda pues el consumo y la circulación monetaria del que habla Rodrigo Mora?
e) El concepto de solidaridad no era ajeno a los campesinos del latifundio, ya que muchos de ellos estaban movidos por el ideal ácrata, cosa que se daba en mucho menor grado en la mitad norte de la Península Ibérica, donde la influencia sobre el campesinado de ideologías sumamente reaccionarias del sindicalismo católico en Castilla y del carlismo en País Vasco y Navarra era mucha durante el primer tercio del siglo XX y la Guerra Civil. Es curioso que sobre este hecho Rodrigo Mora en sus loas a la población rural de estos lugares no haga ningún comentario y pase de puntillas.
f) No se puede limitar en un exceso de antiurbanismo e imaginación del pasado la población famélica y hambrienta a las áreas industriales. En el siglo XIX y en épocas tan tardías como el episodio de gripe de 1918-20 tuvieron una gran incidencia las epidemias catastróficas, muestra de una población con importantes desequilibrios en la dieta, tanto en la ciudad como en el campo.
g) El franquismo dio la puntilla a una cultura de nítida y clara consciencia democrática y/o revolucionaria que se había ido fraguando en sus luchas en todo el estado desde los tiempos de la Guerra de Independencia.
h) Las desamortizaciones fueron las que pusieron fin, no sin resistencia, al modo de vida tradicional de los campesinos. Por otro lado, tanto el intento de finiquitar el sistema señorial del Antiguo Régimen en 1811 como la propuesta de algunos liberales como Florez Estrada durante el Trienio Liberal en 1820-23, pretendían un reparto más justo de la tierra, cosa que evidentemente ni la desamortización de Mendizábal ni la de Madoz intentaron.
i) Argumentar que el maquis es el último ejemplo de resistencia del mundo rural al fuego industrializador es por un lado obviar que existió una guerrilla urbana y por otro olvidar que la guerrilla suele darse en los montes por una cuestión práctica y no ideológica, además de diluir el carácter antifascista del maquis.
j) No debería verse en un exceso de purismo una maldad intrínseca en las misiones pedagógicas de la II República adjudicándoles la intención de desnaturalizar a la población rural. Eran más bien, el intento sincero del regeneracionismo de alfabetizar a las gentes.
k) No se puede marcar un antes y un después en el éxodo rural con el franquismo, ya que la movilización del campo a la ciudad siempre se ha dado por la falta de expectativas en los lugares de origen, y al igual que ciudades como Bilbao, Madrid o Barcelona se nutrieron de gentes de las zonas rurales a fines del XIX y primer tercio del XX, también lo hicieron durante el franquismo. Atribuir como hace Rodrigo Mora la marcha a la ciudad y el abandono de los pueblos a la maldad interior (¡¡¡¡) de personas sedientas de consumir en la urbe constituye un flaco favor y homenaje a todos aquellos emigrantes, de los que muchos somos orgullosos descendientes, que se fueron buscando una vida mejor para ellos y los suyos.
En conclusión y ya a modo de cierre podemos estar de acuerdo en que la ciudad tal y como la concebimos hoy es un monstruo propio del capitalismo, en que deberíamos de aprender mucho del mundo campesino al que normalmente se le ha tratado de manera ignominiosa, en el ecocidio al que el sistema nos está llevando, en las nuevas tecnologías al servicio del Poder y del control ciudadano… pero por favor, si queremos hacer un análisis riguroso que nos sirva de cara al futuro no nos dejemos arrastrar por fobias antitecnológicas, -ya que la tecnología no tiene porqué ser mala en sí misma-, ni por la crítica visceral a la ciudad diciendo entre otras cosas que las ciudades son feas –lo cual es una opinión muy personal, pero no un hecho- o que la masa urbana nunca ha creado cultura. Bien estaría en defensa de nuestros argumentos dejar de recurrir a la invención de la tradición. No hagamos que el árbol nos impida ver el bosque.
[1] Creo que puede haber quien diga que te contradices, pues aunque afirmas que no te opones al debate entre anarquismos, apuntas claramente al comunismo libertario como objetivo. La postura es legítima, pero quizá pueda interpretarse como que no eres tan “abierto” de mente como pretendes.
[2] . Citado por Fontana, Josep “La época del liberalismo” Editorial Crítica/Marcial Pons 2007, página 23.
[3] Al respecto es curioso como Rodrigo Mora usa el concepto de Nación, habla de autodeterminación de los pueblos o acepta la idea de España, Galicia, Euskal Herria o Paises Catalanes como entidades nacionales.
[4] Léase al respectopor ejemplo Sánchez, Elena “Kant y Bakunin” Revista Germinal Nº 1.
22 comentarios
Anonimo -
Si esta es la historia que tú te crees, tienes un grave problema.
ultimo aldeano -
creo que gente como tu sobra por aqui,sientes un gran rencor-envidia hacia el señor mora y sus frikis seguidores,y ademas se nota mucho,amigo,que o bien no has leido a mora o no lo has entendido
ann no, onnnnnnn -
orni -
Anónimo -
Otro claro ejemplo de proponer que un autor dice algo y asi criticarle... cuando no ha dicho nada de eso en absoluto! Por lo menos leerle en su totalidad, no solo un articulo, pro que lo que parece decir en un lugar esta en relacion con lo que expone enm otro y que lo matiza y enriquece, y dice en realidad lo contrario. SEria como acusar a Jesucristo de pederasta por la frase "dejad que los niños se acerquen a mi", o de violento por el suceso del templo expulsando a los cambistas... Seria absurdo! ja ja ja LA informacion es global, no solo debe criticarse una parte aislada, descontextualizada.
Ann -
La idealización primitivista de Mora es una estupidez solemne"
Alguno se ha quedado con el catecismo del padre Astete y la Historia Oficial Franquista y de izqierdas-de-toda-la-vida y no sabe salirse de ahi...
Ann -
No lo idealiza, pero obviamente esta enfocado su interes -como modelo a seguir y trabajar-, en lo que de bueno tenia aquel mundo rural, explicandolo y resaltandolo.
Y van ustedes y se quedan con que lo idealiza! ¿Como es asi si no duda en señalar que tenia aspectos nefastos y nada aprovechables?
Ann -
En mi pequeña experiencia personal de vivir en el campo (en mi juventud-final de años setenta)solo encontré gente muy reccionaria, de metalidad retrógrada y franquista. "
Efectivamente, es muy pequeña.
Y ese ya no es el rural del cuento, ese ya es un rural destruido por el franquismo y la industrializacion agraria.
Ann -
Aparte de a saber quien era ese buen hombre, pues suena a que del pueblo llano debia tener una idea absolutamente distorsionada y prejuiciosa.
andres -
andres -
Ann -
Estas criticas tan poco fundamentadas dan bastante lastima por que impide acercarse al tema con racionalidad y aprovechar lo qu ede mucho bueno tiene. En fin, asi nos ira, con semejantes talibanadas intransigentes
campotravés -
Durante la edad media el control político fue el religioso, que era el único y el mismo, el rey lo era por la gracia de dios, y el religioso de turno el comisario político de la zona. Las formas asamblearias primitivas siempre estuvieron sometidas al poder feudal y religioso hasta el triunfo de la revolución francesa. idealizar al agrarismo, el carlismo, es tan idiota como idealizar el estado o la ciudad moderna.
Alberto -
- Revolución francesa. Guerra civil en La vendée. Más de cien mil muertos. Los jacobinos arrasan con todo. Así traen ellos la libertad. Llega Napoleón. Intenta conquistar Europa. ¿El resultado? En torno a 2.500.000 de militares muertos en toda Europa y de 1 a 3 millones de civiles muertos también en Europa y las colonias. ¿Libertad? Si, sobre todo libertad para el crecimiento de los ejércitos para que pudieran competir con Inglaterra, país que ya se había industrializado y ya contaba con un ejército poderoso.
- Carlismo. La teoría de Félix tiene mucho sentido. Los liberales jacobinos estaban zumbados y querían arrasar con todo. Sin embargo, en la península existían unas características rurales que no se dieron en otros países europeos como podían ser el comunal y el Concejo. Los carlistas se dieron cuenta de que no podían acabar con esas formas de vida centenarias de la noche a la mañana. Unos años más tarde, Joaquín Costa se dio cuenta de lo mismo. ¿Por qué aquí el ejército no aumentó como en Francia? ¿Por qué aquí no se aprobó el código civil hasta 1889 cuando en Francia se aprobó en 1804? Creo que el mundo rural no ha de ser idealizado pero no se puede negar que tenía muchos elementos positivos. De no ser así, la gente se hubiera ido corriendo a las ciudades y a las fábricas a partir de 1814. Sin embargo, esto no ocurrió. En 1936 todavía existía una gran población rural, en torno a un 50 - 60 %.
- No se puede negar la evidencia. Uno de los objetivos del franquismo era la industrialización del país. Y para ello necesitaba mano de obra. Mano de obra que sacó de los pueblos. La gente se fue por voluntad a las ciudades. Pero no sin antes haber sido manipuladas culturalmente. Y una de las razones del éxodo fue la búsqueda de bienestar material. En los años sesenta en los pueblos ya la vida tampoco era fácil. La historia no es un antes y un después. En mi pueblo en el siglo XVIII no cabía ni un sólo árbol más. Ahora cuesta imaginarse aquello. Los pueblos han ido a peor desde el siglo XIV. Pero lo que no hay que confundir: no eran ningún paraíso. Era una vida posible. Y a partir sobre todo de ese siglo, pues a remolque siempre, pagando impuestos, hasta el XIX en especia, pero pagando siempre a las élites mandantes. Ellos no fueron libres, sólo que tenían una libertad posible. Tomaban sus decisiones en asamblea y las tierras y bienes de producción eran comunales. Tampoco es difícil de imaginar. En un pueblo, no se necesita ningún Estado. Sólo gentes que sepan cuidar de sí mismas y que sepan convivir con los otros.
- La gente de los años setenta en los pueblos ya no tenía nada que ver. La gente ha cambiado mucho. Ahora hay envidias, odio, avaricia, egoísmo. Todo ello gracias al dinero y a la propiedad privada, elementos que se repudiaban en los pueblos antes precisamente por eso.
Un saludo.
teresa -
Dave -
Sara -
Yo,teniendo muy escasos conocimientos de Historia,y sin haberle leido concienzudamente, también me ha parecido (intuitivamente) que idealiza el mudo rural.
Luis -
Brown -
Sólo matizaría, cuando se habla de la Francia revolucionaria y post-revolucionaria (en concreto, las líneas 11-17 del apartado II), esa idea del campesinado francés que participa de y se implica en el espíritu republicano y laicista por el que tan famosos se hicieron los parisinos. En general, el oeste de Francia se hizo famoso por dar lugar a una serie de brotes guerrilleros (la "chouannerie", cuyos "chouans" serían predecesores de los carlistas españoles) especialmente reseñables en la Bretaña y que durarían más de diez años, pero la región de la Vendée se lleva la palma, al haber llegado a crear un ejército regular que se enfrentó a la Guardia Nacional en verdaderas batallas campales, muy sangrientas -todavía hoy, por cierto, se usa símbolo de la Vendée el corazón con la cruz de los contrarrevolucionarios-. Esto, que no ocurrió en París ni en casi ninguna de las grandes ciudades, es un antecedente de la contraposición entre parisinos y "provincianos" que explica el alzamiento de la commune de París de 1871, junto con la humillación a la que Prusia/Alemania había sometido a la capital y quería seguir sometiendo. La III república, de hecho, había sido proclamada sólo por una mayoría de diputados del eje del Sena (París-Rouen-Le Havre) y estuvo a punto de ser abolida por un restablecimiento de la monarquía desde el principio, pues la mayoría de diputados "provincianos" eran monárquicos, bonapartistas o republicanos ambiguos. Lo impidieron, primero, la falta de acuerdo entre las dos ramas que se disputaban el trono y, después, la agitación social.
Alfonso -
Dave -
Reconozco que la energía eléctrica,gas,agua corriente y frigorífico son necesarios,aunque cuanto menos aparatos,menos será el gasto que se haga de éstos.
En cuanto al modelo productivo ,hay que dejar claro a cual se quiere pertenecer.Si se quiere pertenecer a un modelo productivo de más apertura democrática para consumir lo mismo,es absurdo pensar que se vaya a avanzar hacia algún lado que no sea el ya conocido y,si por el contrario se quiere ir hacia otro modelo de más libertad,ésta tendrá que dejar algo por el camino,yo no veo otra salida,puesto que cuanto más aparatos se tienen,más se necesitan.
Dave -
Para acabar,termino diciendo que la tecnología puede ser tan buena como la tradición,pero si alguna de estas dos se convierte en el leitmotiv de nuestra vida,es preocupante.En este momento es la primera la que gana la batalla,por eso es necesario combatirla hasta reducirla a su utilidad,no a una deidad que todo lo puede hacer o conseguir.