Nazis en España
Sentado en el sofá de mi casa veo el digno reportaje de Documentos TV sobre Aribert Haim, el médico del campo de concentración nazi de Mauthausen. Los datos que me ofrece no me suenan extraños, pero por ello no dejan de sobrecogerme, principalmente el hecho de que aquellos que habían hecho realidad el horror nacionalsocialista, una vez cometidos sus crímenes, pasearan con total impunidad por las tierras de las Españas. No era sorprendente, ya que el dictador Francisco Franco se encontraba en sintonía ideológica con estos tipos. Sin embargo, el que tras la muerte del dictador español, los nazis siguieran encontrando en España un paraíso donde refugiarse, no sólo debiera ser motivo de sorpresa, sino también de preocupación y de vergüenza. Y es que el hecho de que adorables viejecitos de negro pasado e infausto recuerdo murieran y sigan muriendo en su cama sin recibir el peso de la justicia, pone en evidencia las carencias democráticas que padece el estado bajo el que vivimos.
La pregunta es por qué. Por qué se ha permitido que después de 1975 asesinos como León Degrelle, Otto Remer o Anton Galler, los tres ya fallecidos, mantuvieran en este país las vidas que rehicieron tras la segunda guerra mundial. La pregunta es por qué todavía en esta España de charanga y pandereta aún se mantiene a criminales nazis en exilios dorados de la Costa del Sol, caso de Wolfgang Jugler. Imagino las argumentaciones de la legión de leguleyos, que sonrientes, pasaran a enumerarnos de carrerilla cual colegial, legislación con mucha tinta vertida sobre el papel, pero sin ningún ápice de justicia. Todo encaminado a mostrarnos las excelencias de nuestro democrático estado español, a que nos sintamos seguros y tranquilos por vivir en una sacrosanta democracia.
El hecho de perseguir a criminales nazis después de 1975 supondría reconocer la perversión ideológica de la dictadura de Franco, supondría revisar lo que la Guerra Civil Española fue -una guerra de exterminio y no una guerra en la que todos fuimos culpables-; y finalmente supondría por tanto hacer una revisión de ese pacto de olvido que fue la transición, pilar básico de nuestro régimen constitucional actual. De este modo, España debería dejar de intentar dejar de tener una idea distorsionada de su historia. Esto nos hace culpables, enajena y confunde. Podemos llegar a ver a amantes de la esvástica como encantadores ancianitos que pasan el merecido invierno de su vida en algún rincón de la costa valenciana o malagueña; y podemos seguir viendo a las víctimas del campo de concentración de Mauthausen como viejos diablos que purgan sus crímenes por y para la eternidad, razón por la que merecen ser olvidados. La realidad supera a la ficción, y ni tan siquiera un mal ácido se atrevería a llegar tan lejos.
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