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centaurodeldesierto

Opinión

Falsarias tesis

Existe una tendencia que empieza a percibirse en las redes sociales que culpa a las concentraciones del 15 M de la victoria aplastante del PP. Según esta incipiente tendencia, dichas concentraciones lejos de concienciar al personal de la necesidad de una democracia más efectiva, lo que han hecho es promover una ideas irreales y utópicas que no han hecho otra cosa que beneficiar a la derecha en las urnas al disgregar el voto de izquierdas. Se escuchan ahora lamentos que expresan el temor a largos tiempos de dominio del Partido Popular, en los que se repetirán aquellos crudos años de la segunda legislatura de Aznar. Sin embargo, bajo esta visión de las cosas se esconde un argumento de lo más triste y falsario. Para empezar el movimiento 15 M nunca ha promovido la abstención, sino que promueve un cambio para que lo que se entiende por democracia -votar cada cuatro años y callar-, sea sustituido por un sistema más participativo y más representativo. Por otra parte como ha señalado Democracia Real Ya, si la supuesta izquierda –entiéndase PSOE- se ha hundido en las elecciones no es por culpa de este movimiento ciudadano, sino por una gestión de la crisis que la aleja muy mucho de lo que emanan sus siglas y que a cada segundo que pasa la acerca más a las doctrinas del neoliberalismo. Es decir, es responsabilidad única del partido dirigido por Zapatero. Finalmente, se está cayendo en el absurdo de la resignación, la abulia y la apatía, puesto que para evitar que el Partido Popular gobierne –ya que por desgracia se ve que su electorado es fiel e inmune a los casos de corrupción que le salpican- según esta tesis, los ciudadanos de izquierdas deben de conformarse con votar a un PSOE, más que por convicción, por temor a una derecha cavernaria, a pesar de que este PSOE sea el partido más sistémico de esta corrompida democracia y en aras de la política de Estado, se sitúe siempre –no es esto nuevo- del lado de los banqueros y no del populacho. Es decir, más de lo mismo: votar y callar; olvidándose de que algo comienza a cambiar en este país, olvidándose de que ya da igual el resultado de las elecciones, que lo importante es que se está saliendo a la calle a anunciar algo nuevo. No es algo triste, es algo ilusionante.

El futuro está en la calle

Me indigna esa legión de impresentables que abarca desde políticos hasta periodistas voceros que creen ver la mano del PSOE y de Rubalcaba detrás del movimiento Democracia Real Ya; son los mismos que creen adivinar similitudes con los días posteriores al 11-M en el 2004. No sé si es un acto de malicia y de clara manipulación, de ignorancia o de todo a la vez, porque la verdad es que resulta absurdo ver ese fantasma y bastante cerril hacer oídos sordos a una ciudadanía que está harta y que demuestra que no es necesario estar bajo las siglas de ningún partido político para salir a la calle. Otra cosa es la instrumentalización que haga cada uno de los grandes partidos en función de sus intereses propios, en cualquier caso enfocada a diluir la protesta, a desviar la atención con debates hueros y si nada de esto funciona aplicar el severo correctivo en forma de jarabe de palo. De todos modos, no hay mal que por bien no venga, ya que son muchos los que cada vez más caen en la cuenta de que el mejor de los mundos posibles, no es sino una dictadura de banqueros, marionetas políticas y clientelas con una delgada pátina de tintura democrática. Dicha tintura democrática se materializa a través del voto, un voto que no sirve para otra cosa que para legitimar un sistema de dudosa representatividad, con dos caras de la misma moneda y que para la inmensa mayoría de los que se dicen nuestros representantes debe ser el instrumento máximo de movilización política. Afortunadamente son los menos los que comparten tal cortedad de miras y una mayoría que crece día a día la que comprende que el futuro no está en las urnas sino en la calle.

Invasión USA

Con preocupación oigo el discurso del vengador Obama. En él se congratula de haber acabado con el archienemigo, a través de una operación –Gerónimo- de gráfico título. Le acusa de haber causado un daño irreparable con la muerte de más de tres mil personas y que por tal razón merecía la muerte en un ejercicio digno del mejor Chuck Norris. Me pregunto cómo reaccionaríamos si todo inquilino de la Casa Blanca, causantes ellos de tantos infortunios, muertes y desgracias (en Afganistán, Irak o América Latina), recibieran idéntico tratamiento al despachado Osama Bin Laden.

Imagino cómo se expresarían las autoridades del primer mundo, si tras la muerte del presidente de Estados Unidos en ataque terrorista, se sucedieran festejos por Bagdad, Kandahar, Teherán o Gaza. No valdrían entonces timoratos discursos como los del infame Zapatero, congratulaciones y palmadas en la espalda por haber acabado con una persona que por acción u omisión lleva tantas muertes a sus espaldas. Por el contrario las manifestaciones de repulsas serían enérgicas, considerándose un ataque básico a los derechos humanos; las condenas contra las celebraciones en algunas de las ciudades del tercer mundo unánimes. Quizás entonces se descubriera que ese comando de desarrapados que atacó la Casa Blanca cegados por su mesianismo religioso, conocían las claves para entrar en el palacio del emperador  gracias a haber torturado a unos cuantos agentes de la CIA. Y entonces, todos los grandes líderes clamarían denunciando el mal paso que se estaba dando en materia de derechos inalienables de la persona. La mayoría incluso hablarían de pesadilla, de barbarie, de espanto, de terror… ¿De verdad que nada de esto ha sucedido? Porque aunque nadie haya dicho nada, a mí esos últimos epítetos que me hablan de un mundo más angustioso y carcelario y cada vez menos seguro y menos libre me suenan.

La corte de los milagros

Fue el Partido Nazi quien muy astutamente instauró el día 1 de Mayo como fiesta nacional cuando llegó al poder en Alemania. Lejos de hacerlo por su sensibilidad social, lo hizo para imponerse y diluir las reivindicaciones obreras que tan alto protagonismo habían tenido durante la República de Weimar, vaciando así el contenido de dichas marchas. Más de sesenta y cinco años después de la caída de Hitler y sus secuaces, parece que las cosas en este sentido no han cambiado mucho. No porque parafraseando a Marx el fantasma del comunismo recorra Europa, sino porque ahora que dichas marchas tendrían que tener más sentido que nunca con los tiempos de recortes sociales que vivimos, nuevamente el poder las solapa y las diluye. La Iglesia católica, la primera multinacional, con más de dos mil años de historia, junta en día tan importante a todo su rebaño y por arte de birlibirloque beatifican al reaccionario Juan Pablo II, artífice entre otras cosas del retroceso de la teología de la liberación en América Latina, del fin del proceso renovador que abrió el Concilio Vaticano II, o de entregar el poder de la institución a sectores tan reaccionarios como el Opus Dei. Bajo supuesto milagro que parece más sacado de la manga que otra cosa Karol Wojtyla comienza su elevación a los altares. Todo mientras su rebaño bala incansable, rearmándose y aprovechando la ocasión para hacer gala de su patriotismo con la bandera de turno (roja y gualda por supuesto en el caso de los buenos españoles que han ido a ofrecer su testimonio al beatificado).

El enemigo de mi enemigo no es mi amigo

Existe una tendencia entre algunos sectores de la izquierda anticapitalista a la conspiparanoia. No la culpo. Muchas han sido las desinformaciones, tergiversaciones y manipulaciones a las que nos ha sometido y somete el poder político y económico, haciendo suyo aquella frase de Goebbels que decía que una mentira repetida mil veces acaba convirtiéndose en verdad; muchos los secretos de estado –Pearl Harbour o el estallido del Maine por poner los ejemplos más sonados- que se han aireado cuando el paso del tiempo señalaba las nulas consecuencias de renunciar al bulo. Sin embargo, bueno sería no sacar los pies del tiesto y que el árbol nos impidiera ver el bosque. Lo digo porque en los últimos días ante la crisis libia, cuando intento reorganizar un poco dicha situación, acudiendo a páginas de contrainformación que merecen mi respeto mucho más que cualquier mass media, me encuentro con artículos que señalan que toda esta rebelión no es más que una maniobra de Estados Unidos y Occidente para echar a Gadafi del poder, que los rebeldes libios reciben armas desde Europa, que no son sino mercenarios y que todo se reduce a una guerra comercial entre Estados Unidos y Europa contra el eje chino-ruso, no teniendo las revueltas de Túnez y Egipto y del mundo árabe en general nada que ver con el país que gobierna Gadafi desde hace cuarenta y dos años.

Hace cosa de semana y media recibía un enlace con un artículo de Fidel Castro alimentando dicha teoría de la conspiración. Fue el primer síntoma, porque después me he encontrado con un aluvión de información en este sentido por distintas páginas de la red y ello me parece preocupante. Y es que no habría que caer en la sentencia de El enemigo de mi enemigo es mi amigo, porque si Gadafi tuvo en sus inicios un toque panarabista, teñido de izquierdismo con jóvenes europeos haciendo prácticas de guerrilla allí y rematado con un férreo discurso antiamericano, no habría que olvidar que ha tenido a su pueblo metido en cintura desde 1969 por mucho que hable de democracia directa en su libro verde de las narices y que de un tiempo a esta parte se ha convertido en otro excéntrico sátrapa más que alimenta el primer mundo.

No es que sea muy versado en el tema, pero hasta lo que yo sé de geopolítica, Libia limita por este y por oeste con los países donde las revueltas árabes han tenido más fuerza, Túnez y Egipto. No entiendo el afán que puede tener Estados Unidos y Occidente en general en reconfigurar el tablero energético con Libia, ya que ésta hace unos años que volvió al redil y las relaciones con países como Italia, España, Gran Bretaña o Francia eran excelentes y el discurso antiamericano hacía ya mucho tiempo que se había silenciado. Por último, si como dicen algunas informaciones los rebeldes estuvieran recibiendo armamento desde Europa no se estaría dando ese avance abrumador de Gadafi y los suyos de los últimos días.

Dicho todo esto, me inclino a pensar que en un país tan importante por sus recursos energéticos como Libia, los países occidentales en general están jugando a contemporizar a ver qué pasa, o quizás empiecen a intervenir cuando las fuerzas rebeldes estén en clara regresión y desmoralizadas, para que el proceso de derrocamiento de Gadafi lo marquen las agendas de los países ricos y no el pueblo libio que ya ha demostrado su capacidad de autogestión en el suelo rebelde que grita desesperado por derrocar al tirano.

Dejando a la bestia crecer

Llama la atención que cuando hablas sobre esa cosa tan siniestra denominada TDT con todos los canales de extrema derecha que la acompañan, muchos zanjen la cuestión con un simple “Yo no veo la tele” o “Yo no veo eso”. El hecho de que la tele se vaya convirtiendo cada vez más en una especie de piano en el salón que no toca nadie, no significa que no sea preocupante lo que aparece por ésta. Ya no por el grado de idiotez, en el que los que pululan por la caja tonta compiten por ver quién está más cerca de la ameba en la escala evolutiva, sino por la ideología tan funesta que se está vendiendo a través de canales que ahora nos podemos tomar como un chiste cutre y de mal gusto, pero que en el futuro podría convertirse en opinión general, con todo lo de aciago que ello conllevaría. A estas ideologías de España negra, van unidos unos valores ultramontanos que se creían perdidos y que lejos de eso se retoman y se venden como opinión en contra de lo establecido, no políticamente correcta. No habría que dejarse engañar por esta gente ya que son los mismos de siempre, los galgos terribles que diría Neruda, los amantes del orden establecido que el mundo de consumo desmedido, que rechaza la inteligencia y aúpa la estupidez, ha acabado alimentando.

Así es normal que en un mundo donde el pensamiento crítico se reduce a criticar al vecino, se paseen por la TDT conspiranoias sobre el 11M, el esperpéntico Blas Piñar acompañado por jovencitos, curas opusinos que sienten nostalgia de la censura, ilustres contertulios que comparan el III Reich con la España actual o critican Avatar por su anti humanismo… Muchos dirán que esto es libertad de expresión, pero el hueco de esta gente cada vez es más grande y el de la sensatez más pequeño. Acomodados en el sofá de nuestras casas la capacidad de resistencia se pierde entre toneladas de confort mientras la bestia crece.

Cuestión de circunstancias

De lo que está ocurriendo en Libia me indigna esa actitud mafiosa del hijo de Gadafi. Apoltronado en el sillón, con el dedo aleccionador, amenaza con verter ríos de sangre diciendo que lo ocurrido en Irak o Yugoslavia se quedará en pañales al lado de lo que pueda pasar en Libia. Me desayuno esta mañana con la imagen de Gadafi en una especie de coche, con paraguas incluido, llamando perros a los medios de comunicación. Ambas escenas tienen un punto de patetismo que causaría risa si no fuera por las trágicas circunstancias en las que se desarrollan. Los gritos de libertad de todo un pueblo son engullidos por los obuses y las bombas que el dictador dirige contra su propia población.

Llama la atención como los gobiernos occidentales han sustentado a dictaduras con tipos de esta calaña al frente. No sólo Berlusconi, de rabiosa actualidad y al que es demasiado evidente sacarle defectos, sino el gobierno británico o el español, que le permitieron incluso algunas excentricidades como montar su jaima de las narices cuando vino por aquí, a la vez que alababan su buen hacer, su aperturismo para permitir las inversiones de las grandes multinacionales energéticas.

Me produce escalofríos esa retórica vacía de los gobiernos europeos y norteamericano, que es un quiero y no puedo, en la que prima la realpolitik y de la que ya tuvimos un adelanto por estos lares con los sucesos del Sahara a finales del año pasado. Me asquea esa democracia de los señores, que eleva el sufragio censitario a escalas planetarias. Me crea urticaria esa falsa burbuja de consumo desmedido, de televisor y confort en la que nos hemos hundido a costa de la humillación y explotación de otros, ese miedo que antepone la seguridad a la libertad, que nos aburguesa y ata con invisibles -y a veces también visibles- cadenas. Me aterra que el ser un gobernante demócrata sea cuestión de circunstancias -de si has nacido a un lado u otro de un charco, un poco más al norte o al sur- y no de convicciones.

Alta velocidad

No fue hace mucho que políticos de todos los colores se congratulaban que España fuera el país después de China con más líneas de alta velocidad. Aquella senda que se abriera con el AVE Madrid-Sevilla parece afianzarse con nuevos trayectos que llegan hasta Valencia y Barcelona y toda provincia o Comunidad Autónoma aguarda ansiosa que por sus dominios pase el tendido de alta velocidad, esperando poder sacar tajada de ello y que sea la varita mágica a pauperizadas economías. Se nos anuncia a bombo y platillo las bondades de este medio de transporte capaz de llevarte en lo que dura un parpadeo a tu destino y de paso se nos vende la necesidad de usar el transporte público.

Sin embargo me pregunto al alcance de cuantos está el uso del AVE, ya que el coste del billete es igual de estratosférico que las velocidades que logra.  No son pocos lo que se esfuerzan en subrayar que gracias a estas líneas el país estará mejor vertebrado, pero esto no me parece más que un bonito escaparate que esconde una decepcionante trastienda. Y es que sólo hay que ver el estado lamentable de algunas carreteras (desde autovías como la A92 hasta nacionales y comarcales), la odisea que puede resultar simplemente trasladarse de Andalucía Occidental a la Oriental (Sevilla-Granada) si en un acto de buenismo optamos por el transporte público.

Fue en el siglo XIX que muchas fortunas se hicieran en torno al ferrocarril, favoreciéndose movimientos especulativos que generaban de un día para otro, enormes flujos de dinero que se repartían entre pocos bolsillos y que dejaban la casa sin barrer. Echando la vista atrás y viendo el estado de muchas comunicaciones e infraestructuras, por donde se mete el tijeretazo y el recorte con la excusa de la crisis, no parece que hayamos cambiado mucho en esto de beneficiarse unos pocos a costa de las líneas de alta velocidad. Y si no que se lo pregunten a una lideresa que bien contenta que está de que el trenecito de las narices se pasee por sus dominios revalorizándolos.