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centaurodeldesierto

El secreto de sus ojos

Si me hubieran dicho hace un tiempo que Juan José Campanella iba a estar llamado a tener en su filmografía una obra maestra –lo que hoy en día está al alcance de unos pocos elegidos-, no lo hubiera creído. Autor de dignas y esforzadas películas como Luna de Avellaneda o El hijo de la novia, su cine siempre me había parecido algo tramposo, tendente a la sensiblería ñoña y fácil, deudor del peor Capra. Sin embargo no se puede decir lo mismo de El secreto de sus ojos, quizás la mejor película de la historia del cine argentino – hasta la excelente Un lugar en el mundo de Adolfo Aristarain se queda atrás-. Todo encaja, todo es perfecto en esta obra que mezcla a la perfección el thriller, el drama y la comedia romántica con unos diálogos chispeantes e ingeniosos, una profundidad en los personajes que da vértigo y unos actores (magistrales Ricardo Darín y Soledad Villamil) en permanente estado de gracia.

La búsqueda del asesino y violador de una joven maestra por parte del atestado de un juzgado será el hilo conductor de un filme que como ya hemos señalado toca muchos palos. Así, no sólo planea la sombra de Hitchcok durante todo el metraje con un manejo de la intriga digno del mejor maestro y que te hace literalmente pegarte al sillón, sino que El secreto de sus ojos tiene ese toque de comedia sofisticada –el toque Lubistch- que se aprecia en una fina ironía desprendida de muchos de los diálogos que se dan entre los a priori burócratas –atención a los escenarios de las oficinas atestados de papeles que parecen extraídos de un cuento de Kafka- de un juzgado. Esto consigue compaginarse con el drama político que vivió Argentina en los años finales de los 70 lo que convierte a esta película en muy especial; ya que merced a un sólido guión que maneja con total naturalidad los flashbacks y con tan sólo un par de pinceladas se nos muestra todo el horror y la brutalidad que supuso la dictadura dirigida por Videla, cuando algunos para ello necesitarían rodar una película entera dedicada al tema y ni aún así lo conseguirían. Así, El secreto de sus ojos es muchas cosas, pero de todas destacaría que es una enorme historia de amor –muy sutil, repleta de un lirismo y una poética nunca subrayada- que recorre tres décadas en los que el miedo, el titubeo, los malentendidos o los avatares políticos impiden reconocer ese fuerte sentimiento que antes que en ningún lado se nota en la mirada, en los ojos.

Tripas

Decía Chomsky cómo hay racismos que han sido superados y otros no. La razón de por qué la discriminación hacia algunos colectivos prácticamente ha desaparecido diría el famoso lingüista y politólogo se debe a barbaries muy sonadas cometidas hacia ellos a lo largo de la historia. El ejemplo más claro serían los judíos. En este sentido el horror que supuso Auschwitz significó el fin de ese sentimiento tan extendido en la mentalidad europea hasta la 2ª Guerra Mundial que era el antisemitismo. Sin embargo, a pesar de que lo que señala Chomsky tiene un gran poso de verdad, no se podría decir lo mismo del pueblo gitano, precisamente porque durante el nazismo también fueron duramente perseguidos en algunos puntos de Europa como los Balcanes o Hungría, siendo conducidos varios miles de ellos a las cámaras de gas por el mero hecho de ser romaníes.

Los recientes sucesos consistentes en poner a los gitanos como causa de muchos de los males que atañen a los países del Viejo Continente, no pueden sino producir a la vez que indignación, desasosiego. Comenzó hace unos tres años en la Italia de Il Cavaliere y de las Mamachicho. Entonces se vio como se expulsaba a miles de personas de sus míseras chabolas, se les reinstalaba y se les sometía a una rigurosa vigilancia policial, mientras que las hordas de Berlusconi y de la enferma Liga Norte aplaudían la acción con el mayor de los entusiasmos. Ahora le ha seguido la Francia dirigida por el siniestro Sarkozy. Puede que sean muchos los analistas que digan que esto no es sino un acto populista para recoger los votos de la extrema derecha gala, cada vez menos liderada por el Frente Nacional; la verdad es que poco importa. El caso es la poca catadura moral del personal, que no duda en reactualizar a Hitler para lograr sus fines. El problema es el racismo; las tripas antes que la razón y la cabeza. Goebbels antes que Rousseau.

Veo en la escalofriante Intereconomía como un grupo de hooligans que se hacen pasar por tertulianos hablan de que los que salen perdiendo si se mantienen los campamentos gitanos son los trabajadores. Es lo de siempre, aplicar el divide y vencerás entre el proletariado que paga la crisis que engendraron los banqueros y los amos del capital. Aquí en España la candidata al PP en Cataluña incurre en discursos xenófobos y en dar cuartelillo a las medidas del gobierno de Sarkozy para arañar algunos votos de los pocos que recibe en esta comunidad autónoma. Da miedo.

Llevan más de quinientos años viviendo en Europa, desde que llegaran desde algún punto de la India. A pesar de las barbaridades cometidas sobre ellos en tanto tiempo todavía hay muchos que sueñan con tirarlos al mar.

Entre Zurich y Alicante. Odisea en el Levante.

Mi única propiedad es un Ford Escort de 1997. Cuando lo compré ya había cumplido los diez años. Es de color verde, lleno de bollos y desconchones, sucio por dentro y por fuera... Botellas de plástico, alguna lata, papelitos arrugados, algún cd rayado, suelen acompañarme en mis viajes. Hace tiempo que quería deshacerme de él, ya que su capacidad de dar un  servicio medianamente en condiciones se ha ido al traste (en el último año ha visitado una decena de veces el taller). Sin embargo, los dramáticos y surrealistas acontecimientos que me han ocurrido en las últimas semanas, han acelerado mis propósitos de comprarme un coche nuevo y mandar el Ford al puñetero desguace.

En los últimos tiempos mi cochecito perdía agua, la aguja del motor me indicaba que el vetusto automóvil de los huevos se calentaba con facilidad. Intentaba conducir sin ir muy rápido, dosificando la velocidad, siendo comprensivo con él en las cuestas, evitando en la medida de lo posible cogerlo en las horas más calurosas del día; con constantes miradas rápidas a la aguja del motor que me impedían una tranquila conducción. “Es un coche viejo, son las cosas que le pasan a estas máquinas cuando ya tienen unos añitos. uando pase el verano me pondré a la tarea de un carro nuevo”, me decía a mí mismo.

Desde Marzo llevo planeando mis vacaciones a Islandia. En mitad de la vorágine opositora soñaba con el maravilloso viaje que me esperaba en Agosto a la isla más septentrional de Europa. El vuelo hasta allí no salió muy caro, ya que desde Alicante operaban vuelos directos hasta Rejkjavik por compañías de bajo coste. Esto estaba de puta madre ya que Baza, la localidad en la que resido, está a poco más de dos horas de dicho aeropuerto. Al fin, el día 9 de Agosto llegó, y desde Baza (Granada) nos pusimos en marcha dirección a Alicante, donde cogeríamos el avión que nos llevaría a Islandia. El avión lo cogíamos a las 22.15 y salimos de Baza seis personas y dos coches a las 16.00 para llegar con tiempo al lugar. Todo era alegría. En mi coche, mis dos acompañantes –mi novia y un amigo- y yo reíamos, contábamos anécdotas graciosas y divertidas, hacíamos juegos de palabras… De pronto, miro la aguja del motor y está en rojo. Me doy cuenta de que huele raro y que el Ford echa humo. Paro el coche y abro el capó –no sé por qué todos los que nos quedamos tirados en la carretera hacemos esto cuando la mayoría no tenemos ni puta idea de mecánica-. Estoy nervioso, mis dos acompañantes también. Llevamos el Ford a una gasolinera cercana y desde allí llamo a  Zurich –no a la localidad suiza sino a los de la compañía de seguros-, los cuáles tras sucesivas llamadas –siempre a un 902 que es el número que tienen de asistencia en carretera, lo cuál agrava el coste de mis llamadas- tardan en poner una hora una grúa a mi disposición. Contemplo las caras de abatimiento de mis acompañantes, estoy maldiciéndome -hasta me fumo un cigarro-, miro al reloj, los minutos van pasando en aquella gasolinera perdida de Murcia, unas putas se ponen al otro lado de la carretera a la caza de clientes, la gente para sus coches para repostar mientras nos contempla con signos de interrogación; el Ford no para de echar humo.

Nos llaman por teléfono, es el otro coche que partió de Baza, ya está en Alicante. Nuestro amigo decide bajar a recogernos para no perder el avión, ya que no nos fiamos que el seguro nos ponga a tiempo un taxi. Llega el de la grúa. Se lleva el coche. Al cuarto de hora llega nuestro colega y marchamos a toda pastilla para el aeropuerto. En el camino me llama un agente de Zurich. Le cuento mi situación, me voy al extranjero por dos semanas, no voy a estar en España, llevadme el coche a Baza a la dirección de un taller que conozco…  El tipo insiste en que no, que el coche debe de quedarse en ¿Orihuela?, que me debo de preocupar para que alguien me recoja el coche cuando esté reparado. La conversación va subiendo de tono. Vocifero y grito, me pongo de mala hostia, los tacho de sinvergüenzas, de incompetentes. Le corto mientras le insisto que o me llevan el Ford a Baza o me llevan el Ford a Baza. Al minuto me vuelve a llamar. El coche irá a Baza a la dirección que yo le he señalado.

Estoy en Islandia. Al final pudimos coger el avión a tiempo –cierto que con algunas prisas-. La isla es tal y como yo había imaginado, naturaleza salvaje en estado puro. Llamo desde allí al taller de Baza. El mecánico, un hombre que me conoce por mi nombre de las veces que el coche ha ido al médico este año y que se frota las manos cada vez que me ve aparecer, me dice que el Ford lo que tiene es un manguito del radiador reventado y que me lo ha reparado. Que la avería era una tontería vaya. Llamo a un amigo de Baza, le digo que me recoja el coche y que si puede venir a recogernos al aeropuerto a mí y a mis dos acompañantes cuando volvamos de Islandia. Me dice en principio que sí, pero dos o tres días antes de volver a España lo llamo y me dice que no va a poder. Habrá que recurrir al Plan B.

El Plan B consiste en que me vaya hasta Baza en el coche del colega que vino a rescatarnos en aquella gasolinera perdida de Murcia. Allí él me deja, él continúa su camino y yo cojo el Ford –ya reparado- voy hasta Alicante, recojo a mi novia y al amigo que venía con nosotros y nuevamente marchamos hacia Baza. El Plan B supone agotamiento y cansancio, tanto para mí –seiscientos kilómetros, tres trayectos-, como para mis acompañantes condenados a una larga espera en el aeropuerto; pero es lo que en ese momento vemos más viable si tal y como queremos mi novia y yo es estar en Arcos (Cádiz) a partir del domingo día 22 de Agosto para ultimar nuestras vacaciones en nuestra tierra.

El Plan B se pone en marcha. Tras toda una noche en el aeropuerto de Rejkjavik cogemos el avión a las 7 de la mañana del sábado día 19. A las 14 horas llegamos a Alicante. Almorzamos y salgo en el coche en dirección a Baza a las 17:15. A las 19:30 estoy en Baza. Recojo las llaves del coche, compro cervezas y saco unos filetes del congelador de mi casa para la cena. A las 20.00 salgo dirección a Alicante. Si todo va bien todo habrá acabado a las 00.30- 1.00. Voy conduciendo, tras casi dos horas al volante, me siento cansado. Es de noche y calculo que apenas me quedan unos veinte kilómetros para llegar al aeropuerto de Alicante. Tengo ciertas dudas de cuanto tiempo estaremos allí, ya que los móviles nuestros están más que escasos de batería, y mientras nos encontramos y no nos encontramos… Constantemente miro la aguja del motor. Durante todo el camino el Ford se ha ido portando bien, pero de pronto en las inmediaciones de Elche, la aguja se pone en rojo. Paro en un apeadero de la autovía. Una catarata de agua cae del bajo del coche. Estoy en la nada, de noche, con automóviles pasando a toda velocidad, cerca de una huerta de naranjos que adquieren con la luz de la luna llena un carácter fantasmagórico. Miro al móvil. Está rojo de batería. Me asusto. Llamo por teléfono a mi novia con un nudo en la garganta, también su móvil está a punto de irse. Le cuento todo lo que ha pasado, le digo que por favor llame a la asistencia en carretera, que lo gestione ella que está en el aeropuerto, porque con mi móvil no podré hacerlo. Afortunadamente a lo lejos se ve un cartel que me permite indicar el punto en el que estoy.  Las dos horas que siguen son un trasiego de llamadas, grúa, seguro, nuevamente a mi mujer –todo con la batería en rojo-; transporte con el tipo de la grúa –un colombiano muy simpático- hasta Elche y desde allí a la estación de autobuses de la ciudad. Al final, Zurich nos pone un taxi hasta Baza a mí y a mis acompañantes. Llegamos a casa pasadas las 3 de la mañana.

Evidentemente la posibilidad de llegar el domingo a Arcos se ha ido al garete. Sin embargo, mis padres me comunican que el miércoles van a Granada a llevar a mi hermana que vive allí. Así pues, el miércoles estaremos en nuestro pueblo. El lunes llamo a Zurich. Quiero que me envíen el coche hasta Arcos. Me dicen que no, que es imposible, que primero tienen que saber qué le pasa al coche y si la avería es superior al precio de éste, me lo enviarán, que de lo contrario no. Según Zurich debo de encargarme de ponerme en contacto con el taller de la Ford de Elche (Talleres Crespo) y gestionar el que la grúa me lleve el auto desde el depósito hasta dicho taller. Discuto, intento negociar. Es imposible, insisten. Me dan el número de teléfono de los Talleres Crespo. Me tiro todo el lunes intentando llamar. No me lo cogen. Nuevamente llamo a Zurich –me habían dado un número de teléfono equivocado- y nuevamente vuelvo a insistir para que me lleven el coche a Arcos o en su defecto a Baza. Nuevamente me dicen que es imposible. Consigo finalmente contactar con los talleres Crespo y me dicen que necesitan de mi firma para poder hacer un diagnóstico del coche. “Vivo en Baza” les digo. “Pues necesitamos tu firma” me contesta una voz femenina al teléfono. Finalmente tras unos minutos acordamos que les enviaré un fax con una autorización mía y mi DNI. Sin embargo es muy tarde para hacer eso ya, puesto que el taller cierra y habrá que esperar hasta el día siguiente.

El martes llamo a Zúrich – a todo esto, el número como ya dije más arriba es un 902 y cada vez que llamo se pone una persona distinta, por lo que debo de contar toda la película desde el principio- y les digo que me den el número de la grúa –no me lo habían dado-. Pongo en contacto a los de la grúa con el taller. La compañía de grúas me dice que cuando lleven el coche a los Talleres Crespo me llamarán para decírmelo –todavía estoy esperando-. Mando el fax al dichoso taller de las narices. A las 19:30 recibo una llamada de ellos para decirme que el coche ya está arreglado, que era un manguito del radiador (otra vez) y que son 100 euros. Cabreo monumental, puesto que autoricé la diagnosis no la reparación. Hijosdeputa. Otra vez llamo a los sinvergüenzas del seguro y me dicen que para el día siguiente me gestionaran los medios de transporte necesarios para desplazarme a Elche a recoger mi coche. Discuto brevemente para que me lo traigan a Baza. En estos momentos, tras dos días de mosqueo continuo, irritabilidad constante y nervios de punta, estoy cansado, muy cansado. Opto por un “de acuerdo”. Me aseguran que me llamaran a primera hora de la mañana con todo gestionado, ya que les pido por favor que quiero estar en el jodido taller antes de las 13:00 que es cuando cierra. (Mi idea es ir con el Ford hasta Baza, descansar un poco, y después tirar hasta Arcos). Me hacen toda una ración de promesas de que no he de preocuparme por nada que así será.

Al día siguiente son casi las 10 y todavía no me han llamado. Telefoneo otra vez a los mamones del seguro y a su puto 902. Cuento la película desde el principio. Me pondrán un coche de alquiler me dicen, aunque debo de cumplir tres requisitos: a) Tener más de 25 años. Sí. b) Carné de conducir con más de dos años. Sí. c) Tarjeta de crédito. No (Tuve un problema con una tarjeta de crédito que me dejo tirado en Islandia porque ya había caducado y el banco no me había dicho nada). Tras media hora de gestiones, Zurich me llama y me da la siguiente solución: La única casa de coches de alquiler que opera sin tarjeta de crédito es Hertz, pero Hertz está en Granada. O sea, me llevan en taxi a Granada, allí cojo el coche y lo dejo en el aeropuerto de Alicante (¡Otra vez nooooo!), allí pido un taxi y que éste me lleve a los Talleres Crespo de Elche. Es una solución absurda lo sé, pero desde su cortedad de miras suiza, los cabrones de Zúrich sólo aceptan esta opción, a pesar de que les digo que Granada está en dirección contraria a Elche.

Cuando llego a los talleres Crespo en Elche tras todo un día en carretera con un sol de justicia son las 18:00. Allí me aborda el jefe, al que de un rápido vistazo identifico como un pirata. Es el típico tío que no para de hablar y que te pone la cara muy cerca, mientras no para de hacer aspavientos. No me gusta una mierda. Le digo que han sido unos sinvergüenzas ya que yo autoricé la diagnosis y no la reparación. Me da unas excusas en su jerga de mecánico de tres al cuarto. Quiero pagar e irme. Mi novia me llama a todo esto. La pobre mía está muy preocupada. Le digo que si por mí fuera la recogía en Baza y tirábamos para Arcos. Me dice que al día siguiente jueves 26 nos vayamos. Tiene razón y es lo más sensato.

Salgo del taller pitando y el coche parece portarse bien. Sin embargo, nada más entrar en Andalucía y tras haber dejado atrás la provincia de Alicante y Murcia, algo empieza a no ir bien. La aguja del motor otra vez se pone en rojo. Paro en un desvío –el primero que veo- y otra vez la catarata de agua en el bajo del Ford. Ciego de rabia, le doy puñetazos, golpeo con ira su capó, su techo y maldigo mi suerte. Llamo a Zurich y cuento la historia del Ford Escort por enésima vez. Adivino una risa contenida en la voz femenina situada al otro lado del teléfono. Esta vez sí me podrán llevar el coche a mi casa. A la media hora, ya atardece, aparece el gruísta. Con él marcho a mi domicilio, y mientras nos enfrascamos en una discusión sobre cuantos habitantes tiene Baza y con el rabillo del ojo observo que en su móvil tiene de portada la bandera franquista, miro atrás a ese viejo trasto que tantos disgustos me ha dado este mes. Abollado, con un faro sujeto con tirantas, por un momento percibo algo de vida humana en él, diciéndome que está cansado, muy cansado, suplicando que éste sea su último viaje, que lo lleve al desguace. Cuando llego a casa son pasadas las 22:00. Abrazo y beso a mi mujer, que suspira de alivio cuando me ve tras casi once horas de carretera. Ella no da crédito a lo que ha pasado, yo tampoco.

 

PD: El jueves por la mañana día 27 de Agosto salimos en dirección a Arcos. Los medios que utilizamos fueron el tren y el autobús.

Crónica y contracrónica de un Mundial

Y el Mundial terminó… Atrás quedó el gol de Iniesta y el cabezazo de Puyol, la deslumbrante selección que hundió al gran equipo alemán comandado por Schweistiger, el genial partido por el tercer y cuarto puesto o el juego mezquino de Holanda en la final.

La TDT es un páramo en el que se conjugan cadenas absurdas con cadenas fascistas como la escalofriante Intereconomía y ante esto, si quieres acompañarte del murmullo del televisor, lo único que se puede ver es el fútbol, deporte al que me he reenganchado este último año. Imagino que también habrá influido la fiebre opositora en la que he estado inmerso hasta hace unos pocos días; reducido tu cerebro al nivel de blandi-blu, un poco de encefalograma plano inofensivo plasmado en tipos en calzones dándole patadas a un balón no está mal.

Decía Carlos Boyero recientemente que el mejor cine que se ha podido ver en estas semanas de julio es el mundial. Y es que tras una insufrible primera fase con alguna honrosa excepción, a partir de la fase de octavos se ha podido disfrutar de buen fútbol, con algunos partidos memorables como el España-Alemania y el Alemania-Uruguay; con un equipo, que es el que se ha llevado la copa, rebosante de talento, digno merecedor del campeonato por su juego y que entra en mi imaginario de selecciones míticas junto a la Francia del 98, la Dinamarca de los hermanos Laudrup o la República Checa subcampeona inmerecida de la Eurocopa del 96.

 

Se advertirá que en ello no hay ningún tipo de chauvinismo, ni de nacionalismo españolista. Me jode cuando suena la puñetera Marcha Real y Sergio Ramos mira al cielo con cara de sentido, los comentarios de hincha de camiseta de tirantas llena de manchas, sofá y cerveza de Camacho o la presencia del inefable Manolo el del Bombo. Se puede entender que para mucha gente el seguir a la selección española durante este mes ha sido como un paréntesis en sus vidas de hipotecas, paro y letras del coche, que ha supuesto un alivio frente al día a día ver los cambios de juego de Xabi Alonso o los regates de Iniesta. En un mundo en el que prima el individualismo y la atomización del personal en compartimentos estanco, el espejismo de sentirse parte de algo, que por una vez es positivo, une. Sin embargo, es sólo eso, un espejismo. Llama mi atención el uso en los acontecimientos deportivos de palabras como nosotros o nuestro, la utilización de la primera persona del plural, cuando en realidad los que han ganado el mundial es una plantilla de veintidós tíos y su entrenador y no cuarenta y siete millones de personas que vivimos en todo el estado español.

Por otro lado, me molesta el uso político que se hace del deporte en general y del fútbol en particular. Los maliciosos medios de comunicación aprovechan para insuflarnos de la correspondiente dosis de patriotismo con su uso del lenguaje, la constante venta de la monarquía y sus simpáticos holgazanes y un bombardeo constante en los noticiarios que cae en anécdotas que rayan la estupidez. Los perversos políticos y todo el aparataje estatal actúan según su convenio y mientras la gente mira a Sudáfrica se aprovecha para dar pistoletazo de salida a la Reforma Laboral o fallar contra el Estatut con un Tribunal Constitucional que no produce sino vergüenza ajena.

Ahora que afloran banderitas de España por todos los lugares sería bueno apelar a los intereses de clase y como el nacionalismo lo único que hace es dirimirlos y diluirlos. De seguro que mucha gente habrá sacado la rojigualda como el que saca la bufanda del Madrid o del Betis, que ni mucho menos el que ha apostado el trapito en cuestión en su ventana es un facha –de hecho el que únicamente se ondee la bandera para el fútbol irrita al facherío-; pero esto trae una contrapartida que es la normalización de un símbolo que durante mucho tiempo sólo ha sido un reflejo de los “buenos españoles” y que en definitiva no hace sino sepultar la memoria histórica de todo un pueblo.

Son muchos los sesudos contertulios que pretenden demostrar con las manifestaciones de apoyo a la selección lo calado que está el sentimiento nacional entre los habitantes de este estado nuestro y cómo las aspiraciones de catalanes o de vascos no son sino entelequias de cuatro gatos. Si el sentir español cada día está más enraizado en los jóvenes no es una consecuencia del fútbol, sino de un Estado cuyos tentáculos cada vez llegan a más sitios y de esa tele que reina en todos los salones de nuestras casas que borra el pasado para que no haya futuro.

Con esto del mundial ha habido de todo, incluso quiénes han querido solucionar de un plumazo los graves problemas económicos por los que atraviesa el país. Que al fin España saldrá de ese pozo en el que está sumida desde hace tanto tiempo, que por fin saldrá a flote la autoestima, que se pondrá coto al derrotismo que se arrastra… En definitiva que esto lo arreglamos entre todos, pero que por supuesto hay que ajustar el cinturón. No sé, yo me acuerdo de Grecia que ganó la Eurocopa en el 2004. ¿Qué dirán ahora los pobres helenos?

Por desgracia a esto del fútbol siempre le suele acompañar la caspa, Manolo Escobar cantando que viva España, el hincha de turno disfrazado de torero y haciendo pases con el capote, o los que sobre sus enfebrecidas cabezas sitúan el ilustre tricornio. Y es que cuando pensamos en lo que representa a la piel de toro ¿qué queda? ¿Los lugares comunes de la charanga y la pandereta? ¿El cine de barrio y el rollo cañí? Al final, lo único que representa a esto que llaman España es “la roja”, que aunque parezca un gigantesco símbolo tiene los pies de barro, afortunadamente. Por cierto… no puedo reprimir una sonrisa cuando escucho a los amigos de la España negra declamar contra el apelativo de la selección asustados al ver el fantasma de Marx por todas partes, aunque ay! esto del mundo del fútbol de alto standing por desgracia de rojo tiene poco y la faltriquera y el sonido de la caja registradora es lo que manda.

Sueños de fútbol

Siempre me acuerdo de él sobre todo en estas fechas de calor. Lo recuerdo con sus calzonas de rayas o azul marino, según el verano, y su torso desnudo, sus chanclas de andar por casa; con su café solo de sobremesa y sus brazos anudados a la espalda con un sempiterno cigarrillo en la mano. Trabajador infatigable desde su infancia, emigrante en Alemania como muchos otros españoles en los sesenta, las tardes de estío eran para mi abuelo un lapso de tranquilidad en la que se regocijaba con el deporte ante el televisor. Yo, niño, disfrutaba en su compañía de sus alegrías y de sus cabreos antológicos que siempre duraban tan poco.

 

Con él viví el espectáculo que era Induráin en la montaña y en la contrarreloj de los cinco tours que ganó, sus titánicos duelos con Rominger, los partidos de Arantxa Sánchez Vicario en Roland Garrós, el codazo de Tassotti a Luis Enrique o aquella maravillosa Dinamarca que con gol de Jensen y Vilfort ganó a Alemania en la Eurocopa del 92. Mis primeros recuerdos futboleros siempre estarán asociados a mi abuelo. El Madrid era el club de sus amores y todavía me acuerdo de cómo celebraba los goles de Hugo Sánchez y Butragueño, cómo se enfadaba porque Clemente no convocaba a Michel para la selección, cómo criticaba a Prosinecki nada más tocar la pelota o cómo se exasperaba cuando no se atacaba y los jugadores se relamían con el balón en el centro del campo para finalmente dársela al portero. En su compañía me acuerdo de aquella mítica final del Español en la copa de la UEFA, del gol que le metió Juanito del Betis a Busquets padre previa cantada, de cómo celebramos el penalti que tiró a las nubes Roberto Baggio y le dio el título a Brasil en el mundial de Estados Unidos, del invencible Milán de Sachi…

 

Ahora que España ha llegado a la final del campeonato del mundo de fútbol, evoco a mi abuelo al que una enfermedad se lo llevó hace ya años demasiado joven. Cuánto hubiera disfrutado con esta selección que juega tocando el cielo.

No estamos en el mismo barco

Hoy he visto como una cola enorme rodeaba toda la manzana de un edificio del INEM. Un buen amigo mío, desesperado, me dice que no sabe qué hacer con la crisis, que no ve salida. Los trabajadores del metro de Madrid son tratados como una panda de delincuentes irresponsables. Me descubro envuelto en conversaciones en las que oigo el defender los planes de ajuste, en los que se denuncia al prójimo ladrón que intenta recoger alguna migaja de este sálvese quién pueda (críticas al PER, al fulano que tiene un pequeño negocio y no lo declara, al que chanchullea para tener una beca…).

 

Escuchaba el otro día a Susan George, activista antiglobalización, comparar la situación actual  con los años 30, años de crisis y de peligrosa deriva totalitaria que culminaría con la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo y por desgracia (sniff) en nuestros días se carece de un movimiento obrero organizado que amenace con echar por tierra los sueños del capital.

 

En unos momentos en los que ver el telediario o leer el periódico cada día me produce más hastío y más asco, pienso que no queda otra, que debemos de unirnos todos los trabajadores para luchar contra este pésimo orden mundial, que no nos lleva sino a nuestra propia destrucción, y su legión de acólitos (politiqueo corrupto, tiburones banqueros y propagandistas que se tildan de periodistas). La salida no es en estos días de mundial de fútbol, un poquito más de nacionalismo y cohesión social, sino internacionalismo proletario y guerra de clases. No todos estamos en el mismo barco por mucho que se nos invite a que nos pongamos el cinturón en un acto de patriotismo.

Sentirse vivo

La vorágine de las oposiciones me ha impedido. En un estado de concentración y de tensión, en el que te juegas tanto, tu cerebro queda en un estado latente que sólo reacciona ante una serie de números que van del 1 al 72 y que no son otros que los del temario de las oposiciones. Poco a poco, casi sin darte cuenta tus temas de conversación se van acotando y sólo hablas del curro y del puñetero examen, cuando no te encierras en prolongados silencios. Tu cara va adquiriendo un color amarillento propio de la luz del flexo y la expresión de tu jeta invita al cachondeo continuo, tal es la cara de pardillo que se te queda. Babeante y ante el páramo que supone la TDT, la evasión la consigues siguiendo el Mundial de fútbol, aunque el partido de turno resulte insoportable y la retransmisión sea de lo más casposa.

 

De pronto a través de la caja tonta uno ve la luz… Un recorrido eléctrico que te traspasa desde la cabeza hasta los dedos de los pies. No es un pase genial de Messi, ni tampoco la belleza de las mujeres florero de la Sexta, ni mucho menos los discursos manidos de los políticos. No, la huelga del metro de Madrid consigue emocionarme, las palabras de los trabajadores que le han echado huevos al asunto y se han negado a los servicios mínimos me tocan la fibra, el conseguir paralizar una ciudad de cinco millones de habitantes unos currelas me arranca los aplausos, el que el peso de las reivindicaciones no lo tengan los sindicatos amarillos me abre un destello de esperanza, las declaraciones de la grimosa Esperanza Aguirre y su esperpéntico consejero de Transportes me cabrean y me hacen insultar al televisor. Enseguida caigo en la cuenta. Sigo estando vivo.

Nada es lo que parece

Ahora que todo el mundo mira hacia el mundial de Sudáfrica, sería conveniente recordar que hasta no hace mucho tiempo existió allí el régimen del apartheid, régimen racista que condenaba a la marginalidad a la población negra. También sería conveniente recordar como la prensa en general trataba al ya nonagenario y de aura casi mítica Nelson Mandela, al que tachaba de terrorista. Digo esto porque no me resisto a establecer un paralelismo entre la Sudáfrica del apartheid y el estado de Israel, estado que nos hace recordar que la impunidad todavía sigue existiendo y todavía se mantiene, por muy demócratas que nos creamos.

 

Mientras la ONU y eso tan etéreo que se llama comunidad internacional, plantean sanciones a los pequeños carniceros de Irán y Corea del Norte, el mundo de la banca, del estado y del capital calla y mira al otro lado ante los continuos desmanes de Israel al pueblo palestino. Ironías de la historia, como una reactualización de la pesadilla hitleriana, se crean campos de concentración en la franja de Gaza y se obra con total despotismo por parte del estado sionista-terrorista. Los verdugos se visten de víctimas y no dudan en atacar a una flota de barcos con ayuda humanitaria, muertos mediante, acusándolos de terrorismo y de colaborar con Hamás. Es el apelativo favorito de los amantes del orden establecido, del status quo, terrorismo. Todo aquello que atente contra sus parámetros con los que diseñan el orden mundial va acompañado de tan siniestro término. Curioso, porque los pasajeros de la Flota de la Libertad iban sin armas y sus víctimas eran tropas de élite del ejército israelí. Curioso, porque fue gente de esos verdugos vinculados a Al Qaeda, como ha dicho el embajador de Israel en España en unas declaraciones sonrojantes, los que cayeron bajo las fuerzas de los disparos.

 

En estos días en los que nada es lo que parece, en los que el surrealismo y lo grotesco se ha apoderado de las relaciones internacionales en el mundo, me pregunto como es posible que todavía el gobierno no haya ni hablado con los tres cooperantes españoles. Quizás porque prefiera más el beneficio que saca exportando armas a Israel que el oficio de gobernar a sus conciudadanos. Nos lo demuestran todos los días con llamadas a la clase trabajadora a apretarse el cinturón y reuniones de empresa con los amos del mundo, las víctimas del Club Billderberg.