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centaurodeldesierto

Cloacas

Decía un presidente del gobierno que todos los Estados tienen sus cloacas. Cosa normal, ya que el ejercicio de la realpolitik arrastra todo un oficio de fontanería, y por las tuberías y cañerías y desagües ya se sabe lo que pasa. Lo hemos visto en la reciente crisis del Sahara y a veces lejos de sentir calor por estar nadando entre aguas estancadas; no siente uno  sino escalofríos y un miedo terrible cuando acosa la pregunta que tanto hemos evitado poniéndonos la venda en los ojos: ¿En manos de quién estamos?

Cuando hablo del Estado, pienso en aquella película ochentera protagonizada por Tom Hanks “Esta casa es una ruina” en la que una joven pareja compra una preciosa mansión que luego resulta ser una auténtica chapuza. Y es que las filtraciones de wikileaks, chascarrillos al margen, no son sino la afirmación de lo que todo el mundo sospecha. Que en la gestión de la cosa pública tras las buenas palabras se encuentra el susurro en el oído, tras la afirmación se encuentra la negación y tras unos principios que pueden no gustar, la solución es cambiarlos a lo Groucho Marx por otros. Todos los políticos y sus voceros acusan de irresponsable al fulano de wikileaks, algunos incluso han ido más allá pidiendo su cabeza –y no en sentido figurado precisamente-, y por arte de birlibirloque cancelan sus cuentas y lo detienen por un presunto delito de violación que parece tener más que ver con el deseo de venganza que con el deseo de justicia. Sin embargo, de lo que nadie tacha a Asange es de mentiroso y embustero, de lo falsario de las filtraciones que ha aireado. Lo que provoca pavor es la campaña persecutoria a la que se está sometiendo a este tipo por practicar el sano ejercicio de la libertad de expresión señalando con el dedo y sin mentir. De la que te puede caer encima por tocarle las narices a los poderosos de nuestro mundo.

Abstención y democracia

Llama la atención como tras las elecciones catalanas se disparan sesudos análisis que evitan el primordial: el de la abstención. Y es que más del 40% de los catalanes con derecho a voto ha decidido no echar la papeleta en la urna.

Se podrá hablar del desgaste del tripartito, de la vuelta al poder del catalanismo moderado, del ascenso del PP o de la irrupción en el parlamento del ex presidente del F.C. Barcelona Joan Laporta y su formación independentista. Sin embargo, erraremos en cualquier examen que se precie si no nos preguntamos por qué un porcentaje tan alto de los catalanes han decidido hacer otra cosa antes que votar. No caeré en el error de atribuir esta abstención a un poso antisistema, pero sí que ésta es el síntoma de un desencanto de los partidos políticos y sus mundos. Cada vez menos gente se cree eso de la fiesta de la democracia y demás frases hechas con las que se bombardea al ciudadano cada cuatro años. Ya sea por pasotismo, por hartazgo, por lo manido de los discursos, por apatía; el caso es que el vulgo cada vez se siente menos identificado con esta mascarada a la que llaman democracia.

Ahora que vemos claramente como los gobiernos se mueven al dictado de los mercados independientemente de su color, todo el antes, el durante y el después de unos comicios queda reducido a comparsa mediática, en la que los simpatizantes de tal o cual partido quedan equiparados la mayoría de las veces a hinchas de equipo de fútbol.

Bien haríamos los que no nos identificamos con este compadreo en comenzar a construir alternativas distintas al poder establecido, cosa que entrañaría evidentemente el dejar que la gestión de la política y de la economía cayera en manos de toda la población por igual. De lo contrario, seguirán hablándonos los mercaderes y sus voceros desde sus atrios de mitin y periódico; realizando operaciones de maquillaje para imponer su dictadura de banqueros y tiburones. Es hora de que dejemos la apatía del sofá, el gesto cansado de apretar el mando a distancia y lo sustituyamos por la calle y el monte.

Realpolitik y derechos humanos

Hablaba en cierta ocasión con un amigo mío sobre los malos tiempos para la lírica que vivimos. De pronto éste ante mis continuadas quejas me espetó: -¿Pero acaso te extraña lo que está pasando? –No-contesté-no me extraña nada, me lo espero, pero eso no quita que me indigne.

Es el caso de la actuación del gobierno español frente a la crisis del Sáhara. Me digo que es normal este cinismo bajo el que se desenvuelven las relaciones internacionales, que las palabras de la grimosa Trinidad Jiménez no son sino el cacareo mecánico de una marioneta, que la hipocresía de la que hacen gala los políticos poniéndole una vela a dios y otra al diablo son el pan nuestro de cada día…

Sin embargo, no puedo evitar que cuando escucho a nuestra progre –por no hacer la rima fácil con pobre (de ética se entiende)- ministra de exteriores, se me calienten los nervios; sienta asco físico cuando el gobierno español mira a otro lado. No, no es ese sentimiento de patriotismo, por el que España se descubre como un país de tercera, y que indigna tanto a la derecha, enfrascada como está en su secular relación de amor-odio con Marruecos, nuestro vecino del sur. Sí en cambio es la rabia. La rabia y sus gritos de dolor perdidos en el viento, la rabia de los derechos humanos tan pisoteados…  Después siento miedo. Un miedo que me hace pensar ¿En manos de quién estamos? ¿Hasta dónde llegará el discurso falsario de nuestros gobernantes? ¿Cuánto serían capaces de transigir en cotas de libertad en aras de la seguridad y la economía? Y es entonces cuando caigo en la cuenta de la existencia de ese monstruo frío que se llama Estado. El conflicto del Sáhara no deja de ser una muestra más de la flagrante contradicción entre la existencia de los estados y el bienestar de los seres humanos. Realpolitik frente a derechos humanos. No importa la gente, lo que importa es que el Estado español prospere, y prospera manteniendo ese status quo con Marruecos, callando ante las muertes en el Sahara Occidental. Quizás seamos más prósperos materialmente cierto, quizás sea más seguro no meterse con el vecino magrebí. También seremos más pobres de ética y de corazón igual que nuestra lobotomizada ministra de exteriores.

Vaya semanita

Entre la Iglesia Católica y su jerarquía apostólica, los amigos del G-20, el timorato Zapatero y los delitos contra la falta de libertad de expresión en España, uno ya no sabe para donde mirar ante tanta canalla, y lo peor es que no puede hacer como el avestruz y aislarse, sino que ha de seguir caminando en este mundo de realidad virtual y paraíso neoliberal.

Primero fue el papa con su visita a Barcelona y a Santiago de Compostela, donde el amigo Razinger no tuvo escrúpulos en comparar la España de los años 30 en su decidida apuesta por el laicismo, con la actual, aconfesional, y que se niega a retirar los crucifijos de las escuelas. Y entonces uno no puede dejar de pensar que ojalá existiera gente hoy en día que por lo menos se atreviera a decir aquello de España ha dejado de ser católica, le cerrara el grifo a la Iglesia y les hiciera pagarse a los señores obispos, cardenales y demás caterva sus onerosos gastos. En el anuncio de ZP unos días después de la sacra visita de posponer la ley de libertad religiosa, se advierten claramente globos sonda que manda la Iglesia Católica española y sus poderosos activos económicos y políticos vía Vaticano, para poner coto a tibias intenciones laicistas por parte del ejecutivo español.

Después la semana ha estado amenizada por la cumbre del G20 en Seúl, donde los gerifaltes del capital y sus títeres en forma de gobierno se han reunido para trazar las líneas maestras a seguir en el desmantelamiento definitivo de eso que se llamó el Estado de Bienestar, con un aumento de la plusvalía y una clara conclusión final: los pobres más pobres y los ricos más ricos.

Finalmente tenemos en esta España nuestra que muchos pretenden uniforme y eterna, al señor Otegi sentado en el banquillo de los acusados. No es que el individuo sea de mi simpatía, pero hay que reconocer que se está tensando la cuerda y bajo una supuesta acusación penal, lo que hay es una auténtica persecución política contra él y una izquierda abertzale, sometida a un fuerte debate que por ahora se salda con el quiero y no puedo.

Por cierto, ¿Alguien se acuerda del Sahara? Tras la brutal represión del estado marroquí sobre la población saharaui, el Estado español, artífice del vacío internacional que deja al pueblo saharaui a merced de Marruecos y del sátrapa Mohamed VI, mira a otro lado defendiendo  a través de la rechinante Trinidad Jiménez la realpolitik antes que los derechos humanos. Menos mal que todavía hay gente que se indigna y sale a la calle. Tal y como está la cosa cabría preguntarse: ¿Hasta cuándo?

Capacidad de resistencia

El periódico progre por excelencia, Público, anunciaba hace unos días en su portada que la designación del nuevo ministro de Trabajo Valeriano Gómez significaba un giro a la izquierda en la política laboral del gobierno. Y la verdad es que uno no sabe si reír o llorar ante tan burdo lavado de cara. Paradójicamente este tipo es un alto dignatario de la UGT y él, que hace justo un mes se manifestaba contra la reforma laboral, será el encargado de dirigir su gestión en los próximos meses. Ante la enorme contradicción de llevar a cabo algo con lo que supuestamente estás en contra, el fulano no se despeina ni un momento e incide en que la reforma ya está aprobada –política de hechos consumados- y en la necesidad de retomar el diálogo entre empresarios y sindicatos –entiéndase CCOO y UGT-. Con su argumentación el tal Valeriano Gómez no viene sino a mostrar a las claras lo que su sindicato es: un ente burocrático aliado del Estado que está totalmente alejado de los intereses de los trabajadores y que hizo una huelga general más por justificar su razón de ser que por convencimiento.

Es evidente que había que salir a la calle el 29-S, que los recortes que estamos sufriendo los trabajadores son inadmisibles, pero sería importante tener claro que muchos de los aparentes defensores de nuestros intereses son falsos compañeros de viaje. Su misión es la desmoralización y la desmovilización. Tras su encontronazo con el gobierno en los últimos meses, prontamente los dos grandes sindicatos volverán a retomar el diálogo social, volviendo al redil, al amiguismo empresarial y a entonar las excelencias de un consenso que jamás podrá existir entre el capital y el trabajo; el currito de la obra decepcionado creerá aún menos en lo que se le vende por sindicalismo buscando si no lo hacía ya el sálvese quién pueda y el gobierno se las prometerá felices de cara a las próximas elecciones creyendo que por poner de director de orquesta al Valeriano Gómez de los cojones se va a atraer a sus bases izquierdistas, imprescindibles si pretende ganar al PP.

Al final, a pesar de que te lo esperas da mucha rabia porque ves cómo bajo el estado que te ha tocado vivir la capacidad de resistencia se va perdiendo a cada segundo que pasa, si no por una cosa por otra. He ahí el quid de la cuestión. He ahí la gran desgracia.

El poder del perro

Libera mi alma de la espada

mi vida de las garras del perro.

 

La novela El poder del perro del estadounidense Don Winslow me ha dejado atónito y ha sido de lo mejor que he leído últimamente. En un lenguaje sucio, sórdido, también muy periodístico, se hace un auténtico descenso a los infiernos durante más de setecientas páginas, para contarnos los intríngulis de un tema tan controvertido como es el tráfico de drogas. Las peripecias de Art Keller, agente de la DEA –la agencia antidrogas estadounidense- en su afán por acabar con el clan de los Barrera en México, servirán a Winslow para hacernos un recorrido desde los años 70 hasta la actualidad de gran parte de la historia actual de América en general y México en particular. Y es que El poder del perro también se puede leer en clave histórica, desvelándonos la importancia que ha tenido y tiene en el Nuevo Mundo el narcotráfico en muchos de los avatares políticos de la región. Así, si queremos saber qué está pasando en México donde la guerra de las drogas ha dejado ya 15.000 muertos en lo que va de año, si queremos entender la preeminencia del PRI en el país durante más de setenta años, si queremos acercarnos a alguna de las pistas del asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosío en 1994, El poder del perro es un excelente libro para aproximarse al tema.

Cuando uno lee esta novela confirma lo que ya sospecha: el doble juego, la hipocresía con la que se procede con un producto como la cocaína que es de los que más beneficios económicos genera, lo que evidentemente conlleva que este dinero sucio salpique por todas partes: financiando operaciones políticas por parte de la CIA apoyando a la contra nicaragüense en los años 80, generando hombres de paja que ocupan el sillón presidencial de países como México, creando enormes complejos hoteleros para blanquear dinero al que los blancos occidentales acceden en masa, apoyando a corrientes ideológicas en el seno de la Iglesia como el Opus Dei frente a la izquierdosa teología de la liberación… Es entonces cuando uno cae en la cuenta con inquietud de lo  cerca que está la limpieza de la inmundicia, el traje pulcro y bien planchado de los asesinatos más sanguinarios, las altisonantes declaraciones políticas en los medios de comunicación de las cloacas del Estado. No, en El poder del perro no hay buenos ni malos y optar por el bando aparentemente bueno –el de la lucha contra el narcotráfico- lleva inevitablemente el romper muchos huevos, pringarlo todo de estiércol, de manera que tu supuesta autoridad moral se diluya como un azucarillo.

La conclusión de El poder del perro es que no hay solución mientras el tráfico de drogas siga siendo ilegal, no esté regulado y por tanto cree unos máximos económicos superlativos que lo enquistan en las altas esferas del poder; pero claro cuando bajo la supuesta guerra al narcotráfico se esconde una guerra contra la subversión como si estuviéramos en un nuevo Vietnam–véase el Plan Colombia-, que a su vez es financiada por los grandes capos de la cocaína, todo se aclara.

Han dicho de la novela de Don Winslow que es El Padrino del siglo XXI. Sin embargo no lo creo así, no sólo porque sea mejor novela, sino porque mientras la obra de Mario Puzo era una radiografía de la mafia y sus conflictos internos, El poder del perro intenta ir más allá señalándonos cómo el dinero del narcotráfico está por todas partes y tiene una gran importancia en el mundo en el que vivimos desde las clases más altas de la sociedad hasta las más bajas. Quizás compararía la novela con esa serie majestuosa de la HBO que ahora mismo estoy disfrutando y que se llama The Wire y que disecciona todos los entresijos de la ciudad norteamericana de Baltimore.

En definitiva una obra maestra que con una muy cuidada economía de vocablos –se nota la influencia de Ellroy- y un lenguaje muy directo crea un ambiente de locura en el que muchos estetas –no es mi caso- encontrarán imágenes de gran belleza. El horror, el horror… que diría el coronel Kurtz.

Las monedas de Judas

Escucho en mi puesto de trabajo –una sala de profesores de un viejo instituto público- comentarios sobre la huelga general que sitúan el discurso de los sindicatos como algo anquilosado con un lenguaje propio del siglo XIX. No sé si es la ignorancia que se dedica a reproducir lo que se nos dice por los medios de comunicación, mala fe o las dos cosas. Y es que equiparar el sindicalismo de clase y combativo de hace cien años con el de ahora de salón y perruno sólo es síntoma de no tener ni idea de lo que se está hablando. Es evidente que el capitalismo a lo largo de una centuria ha cambiado en muchas de sus formas; no en cambio en su contenido: esto es la explotación económica del hombre por el hombre, la desigualdad social y la connivencia del Estado y la ley con los sectores más acomodados.

Me causa una honda preocupación la insistencia de los medios de comunicación en criminalizar la huelga general, presentándola como un chantaje de CCOO y UGT, una cosa de tiempos pretéritos y no de este mundo de paraíso neoliberal o como algún dirigente político ha indicado la antítesis a la libertad. No es de extrañar por tanto que un gran número de medios –esos que han proliferado tanto en los últimos años con la TDT y que en cualquier otro país situaríamos en la extrema derecha- llenos de alborozo confirmaran sus propios vaticinios tildando a la huelga de fracaso y hayan lanzado titulares del tipo “Fracaso de la huelga borroka” (La Razón); cuando en realidad, aunque la movilización del 29-S no tuvo un seguimiento masivo en todos los sectores, sí que triunfó en los más productivos, caso de la industria, la construcción o el transporte. Y es que se ha insistido en la canalla que son los piquetes, en el derecho a “trabajar” de los que no quieren hacer huelga. Su supuesto derecho a ser un esquirol es la vía por la que su patrón con la complicidad del Estado y del gobierno arrebata sus derechos a sus compañeros. Las monedas de Judas.

Las excelencias de la empresa privada

Recientemente he tenido el dudoso placer de relacionarme de forma intensa con dos grandes multinacionales: la empresa de seguros suiza Zurich y el gigante hispano de las telecomunicaciones Telefónica. La impresión que he tenido en sendos encuentros ha sido la misma: la de que para ellos no soy más que un número, alguien a quien sacar la pasta a cambio de un pésimo servicio. La dinámica consiste en marearte como cliente, en hacer que te sientas impotente; en horas y horas al teléfono, mientras repites con uno y otro operador robótico tus datos personales y la situación que te ha llevado a requerir los supuestos servicios de la empresa de turno. Predomina un ambiente caótico ya que cada trabajador te repite de manera maquinal un protocolo que cuando termina cae en la improvisación más absoluta, de forma que al final cada cuál te dice lo que le sale de las narices; todo ello aderezado a veces con promesas del tipo “usted no se preocupe que mañana a primera hora…”, que luego se incumplen sin remedio como si las realizara un político. Y es que la calidad del servicio es peor, ya que llama la atención que el operador de una empresa de seguros de carretera por ejemplo no tenga ni puñetera idea de geografía y seas tú, cliente que demanda una ayuda porque el coche se te queda tirado y estás con los nervios de punta, el que le tenga que ilustrar sobre cual es la distancia que media entre un punto y otro.

Lejos de cargar las tintas contra el operador de la empresa -que por lo general es un pobre inmigrante sudamericano que subcontratado mantiene un puesto de trabajo en condiciones más que precarias-, cargo contra toda esa caterva de consejos de administración que como hienas buscan el máximo beneficio sin que tú consumidor les importes un carajo. Esos que jamás darán la cara y que ponen de parachoques del cabreo justificado del cliente al operador, el cuál recibirá un tropel de cursos en los que se le remarcará que debe de actuar como un ente maquinal sin atisbo de humanidad. Esos que aprovechan su situación de virtual monopolio para desde su posición hacerte agachar la cabeza y transigir hasta perder la dignidad. ¿Beneficios desorbitados metiendo la tijera por todos lados y a la vez garantizar un servicio bueno a los consumidores? Por mucho que se gasten en publicidad donde aparecen tíos y tías que sonríen me parece que no. Para que después los oráculos del capitalismo repitan hasta la náusea, como si se tratara de un dogma de fe, las excelencias de la empresa privada.