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centaurodeldesierto

Wedlaoud

Uno de los mejores viajes que recuerdo fue uno que hicimos en Diciembre del 2006 a Marruecos unos amigos y yo. Tras pasar unos días en Chauen, pasear por la medina, disfrutar del paisaje, comprar algunas cosas y degustar unos sabrosos zumos y batidos, decidimos pasar el último día de nuestro viaje en Wedlaoud, un pueblecito a orillas del Mediterráneo. Al contrario que Chauen no era una zona muy turística, lo cual agradecimos, buscando algo quizás más auténtico, alejado de los circuitos del turisteo. De Wedlaoud me llamó la atención la ausencia de estrellados hoteles y demás complejos, tan habituales en las costas sitas al otro lado del estrecho; sus casitas pintadas en rojo,  como si se hubiese detenido el tiempo. Me dije que quizás hace cincuenta años los pueblos de la costa del sol fueran así: tranquilos, sosegados, aún no contaminados por el aluvión perturbador de visitantes de sol y playa.

Asentado sobre una especie de cala y rodeado por las montañas del Rif, Wedlaoud disponía de una playa agreste por la que paseamos entre risas después de haber disfrutado de un curioso plato elaborado a base de sardinas, aceitunas y mucho picante, del que dio buena cuenta mi amigo Ortega. Al final, cansados, ya cayendo la tarde, y bajo un árbol muerto, pero que milagrosamente seguía en pie, nos sentamos y disfrutamos de la visión del mar mientras el sol se escondía. Cuando se hizo de noche y tras una pequeña aventura en busca de cervezas que resultó un tanto cómica, llegamos al único bar que estaba abierto y cenamos una bandeja de pescado frito variado que nos resultó delicioso. Era ya de noche, las pocas farolas que había permitían ver un bonito cielo con la luna llena como fondo. Al día siguiente cogeríamos en Tánger el ferry de vuelta y pondríamos fin a aquel bonito viaje y algunos decidimos ponerle una guinda con un buen hachís sentados en aquella playa que nos había gustado tanto. De este modo, Ortega, Augusto y yo nos encaminamos allí, mientras el resto se iban a la casa en la que dormíamos. Apenas existía iluminación, no había ningún alma y sólo la luna parecía contemplarnos. Estábamos contentos y entre risas recuerdo que Ortega se sacó la chorra y empezó a mear en dirección a todas partes –hay fotos que lo demuestran-. Tras esto nos sentamos y a punto de encender el pitillo, una luz de una linterna nos cegó. Una voz se dirigió a nosotros en árabe. Cuando la linterna dejó de apuntarnos, pudimos ver que ante nosotros se encontraba un tipo alto con un fusil al hombro. Al ver nuestras caras de desconcierto y de turistas, el tipo farfulló algo, creo recordar que comentó algo en español en plan “Podéis estar aquí” y se dio la vuelta. Nosotros hicimos un tanto de lo mismo y volvimos con los amigos que nos esperaban en casa sin haber encendido aquel pitillo.

Cuestión de circunstancias

De lo que está ocurriendo en Libia me indigna esa actitud mafiosa del hijo de Gadafi. Apoltronado en el sillón, con el dedo aleccionador, amenaza con verter ríos de sangre diciendo que lo ocurrido en Irak o Yugoslavia se quedará en pañales al lado de lo que pueda pasar en Libia. Me desayuno esta mañana con la imagen de Gadafi en una especie de coche, con paraguas incluido, llamando perros a los medios de comunicación. Ambas escenas tienen un punto de patetismo que causaría risa si no fuera por las trágicas circunstancias en las que se desarrollan. Los gritos de libertad de todo un pueblo son engullidos por los obuses y las bombas que el dictador dirige contra su propia población.

Llama la atención como los gobiernos occidentales han sustentado a dictaduras con tipos de esta calaña al frente. No sólo Berlusconi, de rabiosa actualidad y al que es demasiado evidente sacarle defectos, sino el gobierno británico o el español, que le permitieron incluso algunas excentricidades como montar su jaima de las narices cuando vino por aquí, a la vez que alababan su buen hacer, su aperturismo para permitir las inversiones de las grandes multinacionales energéticas.

Me produce escalofríos esa retórica vacía de los gobiernos europeos y norteamericano, que es un quiero y no puedo, en la que prima la realpolitik y de la que ya tuvimos un adelanto por estos lares con los sucesos del Sahara a finales del año pasado. Me asquea esa democracia de los señores, que eleva el sufragio censitario a escalas planetarias. Me crea urticaria esa falsa burbuja de consumo desmedido, de televisor y confort en la que nos hemos hundido a costa de la humillación y explotación de otros, ese miedo que antepone la seguridad a la libertad, que nos aburguesa y ata con invisibles -y a veces también visibles- cadenas. Me aterra que el ser un gobernante demócrata sea cuestión de circunstancias -de si has nacido a un lado u otro de un charco, un poco más al norte o al sur- y no de convicciones.

Alta velocidad

No fue hace mucho que políticos de todos los colores se congratulaban que España fuera el país después de China con más líneas de alta velocidad. Aquella senda que se abriera con el AVE Madrid-Sevilla parece afianzarse con nuevos trayectos que llegan hasta Valencia y Barcelona y toda provincia o Comunidad Autónoma aguarda ansiosa que por sus dominios pase el tendido de alta velocidad, esperando poder sacar tajada de ello y que sea la varita mágica a pauperizadas economías. Se nos anuncia a bombo y platillo las bondades de este medio de transporte capaz de llevarte en lo que dura un parpadeo a tu destino y de paso se nos vende la necesidad de usar el transporte público.

Sin embargo me pregunto al alcance de cuantos está el uso del AVE, ya que el coste del billete es igual de estratosférico que las velocidades que logra.  No son pocos lo que se esfuerzan en subrayar que gracias a estas líneas el país estará mejor vertebrado, pero esto no me parece más que un bonito escaparate que esconde una decepcionante trastienda. Y es que sólo hay que ver el estado lamentable de algunas carreteras (desde autovías como la A92 hasta nacionales y comarcales), la odisea que puede resultar simplemente trasladarse de Andalucía Occidental a la Oriental (Sevilla-Granada) si en un acto de buenismo optamos por el transporte público.

Fue en el siglo XIX que muchas fortunas se hicieran en torno al ferrocarril, favoreciéndose movimientos especulativos que generaban de un día para otro, enormes flujos de dinero que se repartían entre pocos bolsillos y que dejaban la casa sin barrer. Echando la vista atrás y viendo el estado de muchas comunicaciones e infraestructuras, por donde se mete el tijeretazo y el recorte con la excusa de la crisis, no parece que hayamos cambiado mucho en esto de beneficiarse unos pocos a costa de las líneas de alta velocidad. Y si no que se lo pregunten a una lideresa que bien contenta que está de que el trenecito de las narices se pasee por sus dominios revalorizándolos.

La arena bajo los adoquines

Reconozco que la mayoría de los artículos de este blog destilan un olor a pesimismo. Que a veces me pongo muy pesado con lo de Malos tiempos para la lírica y eslóganes parecidos. No lo niego, veo con negritud el futuro a corto y medio plazo. Sin embargo, para nada invito desde aquí a arrojar la toalla y aguantar con estoicismo que el vendaval pase. Todo lo contrario, a pesar de todo la lucha ha de continuar y, recogiendo las herencias de las batallas pasadas, crear espacios de reflexión y acción contra el orden imperante, defendiendo soluciones colectivas frente a soluciones individuales. No están en boga las ideas de transformación social, aun así es innegable que hay algunas luces que a veces fagocitan a las sombras, demostrando que bajo los adoquines está la arena.

Cuando eran muchos los que gustaban de subrayar la incompatibilidad de los países islámicos con la democracia o el gusto de las gentes de estos lugares a morir por Alá, un clamor popular se levanta ante los atónitos ojos de Occidente y de los sátrapas que dirigen los destinos de estos lugares. En Túnez, en Egipto o en Yemen, la gente sale a la calle pidiendo pan y libertad, exigiendo tener al fin la capacidad de poder decidir sobre los destinos de sus vidas; siempre tan a menudo en manos de marionetas que los democráticos gobiernos de Europa y Norteamérica diseñan. Lo más novedoso de todo esto es algo que ya se había esbozado alguna vez y que aquí se ha afianzado, el uso de internet para realizar la convocatoria de las manifestaciones que empiezan a agitar al mundo árabe. Redes sociales como twitter son usadas por ciudadanos anónimos, que ajenos a consignas de partidos políticos –de hecho éstos han sido desbordados por las circunstancias-, se unen para acabar con el sistema de corrupción y clientelismo que impera en sus países. De momento ya han echado al dictador tunecino, esperemos que el régimen de Mubarak sea la próxima ficha de dominó en caer.

Sin embargo, no quisiera acabar este artículo sin desplazarme del cálido norte de África a la ártica Islandia. Ahora que se ha dado el pistoletazo de salida a la tan laureada reforma de las pensiones y que todos los días nos hablan de dar confianza a los mercados, bueno sería recordar el caso islandés. En esta isla del tamaño de Andalucía y Extremadura juntas, y que tiene poco más de trescientos mil habitantes, la gente cacerola en mano, se ha negado a pagar la deuda que pretendía cobrar el FMI. No contentos con eso, en Islandia se ha nacionalizado la banca, se ha decretado una orden de busca y captura contra algunos banqueros islandeses que originaron el batacazo que hundió al país en 2007 y para colmo se está elaborando una nueva constitución en la que están participando asambleas populares, en un ejercicio de democracia directa más que encomiable.

 

La izquierda y la Nada

Es evidente que hoy los valores de la izquierda están en crisis en un mundo donde cada vez con mayor fuerza todo se compra y se vende. Que aquellas palabras que decían arriba parias de la tierra constituyen un lenguaje jeroglífico para un alto porcentaje de la población. El consumo desmedido, la pasión por acumular cosas, la pérdida de la conciencia de clase o el amor a la propiedad, como un tsunami ha arrasado las ideas de un reparto equitativo de la riqueza, de sentencias que señalan que la propiedad es un robo, de la fortaleza de las salidas colectivas a los problemas de los ciudadanos… A ello evidentemente han contribuido los medios de comunicación, empresas para ganar dinero, que para nada estaban interesadas en discursos que defendían valores que ponían en tela de juicio el sistema capitalista. Y así, hemos llegado a un mundo de eterno presente, siliconado y sin arrugas; pesadilla orwelliana donde la policía del pensamiento nos hace caer en la amnesia histórica y donde la democracia se reduce a quién quieres que te pisotee durante cuatro años con la mejor de sus sonrisas y su traje mejor planchado.

La gente que somos de izquierdas, de manera consciente o interesada, ya no existimos ni para los fachas de toda la vida. Y así, atribuyen en su oratoria reaccionaria determinados continentes a contenidos vacíos y huecos. ¿Socialismo en Zapatero y Rubalcaba? ¿Intenciones de abolir la propiedad privada en Pepinho Blanco y su lamentable cohorte? ¿Feminismo en Leire Pajín y Bibiana Aído? Al final todo se confunde y en un mundo de ignorancia como en el que vivimos, acabamos por establecer falsas analogías entre el socialismo de verdad y el de las siglas. Mientras, la izquierda –por definición anticapitalista- queda arrinconada porque la Nada, igual que en el mundo de Fantasía de La historia interminable, se la está comiendo y nadie sueña con ella.

Los libros leídos en el 2010

Aunque un poco tarde, me dispongo a comentar los libros leídos en este año pasado del 2010. Ha sido un año fructífero en el que el volumen de lecturas ha sido bastante alto en comparación con otros años. Básicamente las lecturas, con alguna excepción han girado sobre tres vértices: el cuento, la novela negra y la historia.

Si en el año 2009 el género del cuento lo aparqué mucho, no puedo decir lo mismo del año 2010. El cuento siempre ha sido un género literario que me ha gustado mucho y que de manera modesta incluso he practicado alguna vez. Particularmente siempre he sentido predilección por el cuento fantástico clásico. Me refiero a autores como Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne, Sheridan Le Fanu, el alemán E.T.A. Hoffmann o Lovecraft , ante cuyas historias siempre me gusta volver. En este sentido fue un placer leer la colección que sacó El País de cuentos fantásticos y de terror a principios del año pasado, en la que aparte de los autores mencionados me encontré con muy gratas sorpresas, caso del cuento El invitado de Drácula de Bram Stoker, El clan de los parricidas de Ambrose Bierce y sobre todo los cuentos de Horacio Quiroga –El almohadón de plumas o La insolación-, que me pareció un auténtico maestro para saber extraer el terror de lo cotidiano. También dentro de esa colección hubo sus decepciones en los cuentos de Emilia Pardo Bazán o en los cuentos de Washington Irving extraídos de sus Leyendas de la Alhambra, que me parecieron bastante insulsos. Dentro del género fantástico, pero ya fuera de la colección editada por el periódico de Prisa leí con interés algunos cuentos de Cortázar, al que hasta entonces nunca había leído. He de admitir que tiene algunos cuentos magistrales –La noche boca arriba creo que es el cuento que más me ha gustado de los que he leído este año- y que es un maestro en el ejercicio de la escritura y en cómo hacer que te adentres en sus relatos. Sé que es un escritor laureado, considerado uno de los grandes cuentistas de la historia de la literatura, pero quizás por las expectativas que me habían creado esperaba más. No soy para nada un erudito de la literatura, jamás he leído un libro de crítica literaria y desde aquí doy mi opinión como mero lector; en ese sentido deben de tomarse mis palabras. Creo que algunos autores han querido emular a Cortázar en esa cotidianeidad, de la que éste sabía sacar punta y así, me encuentro con cuentos muy bien escritos pero que luego no dicen nada y carecen de argumento. Ese fue el caso de Roberto Bolaño y sus Llamadas telefónicas y el de Juan Bonilla y El estadio de mármol. De este último había leído algunos volúmenes suyos de cuentos como Minifundios, El que apaga la luz y La noche del Skylab, en los que había encontrado una voz bastante original, no exenta de ironía, con una notable capacidad para sorprender al lector. Sin embargo a excepción de Vitíligo, El estadio de mármol me aburrió bastante, teniendo más de prosa poética que de relato; muy bien escrito eso sí, pero sin la tensión necesaria para que te emocione. Si Llamadas telefónicas de Bolaño me pasó bastante inadvertido, no puedo decir lo mismo de La literatura nazi en América, libro configurado a modo de pequeña enciclopedia ficticia sobre autores americanos del siglo XX de extrema derecha. Es una obra inclasificable, que se lee con mucho interés, casi de seguido, y que tiene un último cuento –a partir del que el autor escribiría su novela Nocturno de Chile- que tiene un punto de angustia y zozobra, que nos hace ver muy a las claras que el malogrado escritor era una voz con una imaginación y un talento al alcance de muy pocos. Finalmente dentro del cuento leí una de las primeras obras del nobelizado Vargas Llosa, Los jefes, cuyo estilo seco y realista creo que le debe mucho al gran escritor mexicano Juan Rulfo, aunque sin la brillantez de éste.

Dentro de la novela negra, acabé por leer todos los libros de Philip Kerr de la serie Berlín Noir y protagonizados por su detective Bernard Gunther. La habilidad de Kerr reside en hacer de Gunther un personaje muy real –aunque el lector no deje de escapar una sonrisa ante la enésima vez en la que el detective sale ileso de los atolladeros en los que se mete-, pero sobre todo a la hora de trazar el contexto histórico del III Reich y la inmediata posguerra en el que se mueve el personaje. No obstante, Kerr no consigue aprehender la realidad latinoamericana y muy especialmente la Cuba prerrevolucionaria en la que acaba por insertar a Gunther. Asesinato en el Comité Central de Vázquez Montalbán, me pareció una obra clarividente de lo que le acabaría por ocurrir al Partido Comunista cuando comenzara su andadura en la democracia española –no hay que olvidar que la obra se escribió a finales de los setenta-. Cronista excepcional de la transición, los libros de Vázquez Montalbán y su detective Pepe Carvalho serán fundamentales para los historiadores que se quieran acercar a aquella época de la historia de España. La mejor novela negra que he leído este año pasado y de la que ya edité una reseña en el blog ha sido sin duda El poder del perro, que trata sobre el mundo de la droga en México y la frontera con Estados Unidos. También leí dentro del género tres novelitas de la francesa Fred Vargas (Que se levanten los muertos, El hombre de los círculos azules y Huye rápido, vete lejos), fácilmente digeribles y muy bien redactadas, sorprendiéndome muy gratamente. Para terminar con la novela negra a finales de año, leí del islandés Arnaldur Indridason El hombre del lago, que me pareció una novela al igual que Islandia, fría.

En lo que se refiere a libros de historia, lo primero que leí en el 2010 fue el libro Fermín Salvochea (1842-1907): Historia de un internacionalista, editado en Cádiz y dirigido por mi buen amigo José Manuel Mato, en el que se hace un acercamiento al anarquista gaditano a través de su contexto histórico e ideológico. También leí el clásico de Gabriel Jackson La República y la Guerra Civil, obra escrita en los sesenta y pionera en su tiempo ya que contradecía con mucho rigor todos los mitos elaborados por el franquismo sobre dicho período. Es una obra honesta, pero que presenta un profundo desconocimiento sobre qué es el anarquismo, movimiento de gran importancia en la época de la república y la guerra civil, cayendo en los lugares comunes que presenta a los anarquistas como una mezcla de bandoleros románticos y terroristas combinado con una pátina de ingenuidad. Con interés leí en el verano del 2010 Historia de la Unión Soviética de Carlos Taibo, en el que se subrayaba lo alejado que estaba del socialismo y sus principios del experimento soviético. Finalmente, este año he leído sobre todo libros de historia relacionados con el nazismo. Me llamó particularmente la atención Nazismo y revisionismo histórico de Pier Paolo Poggio, donde el autor hace una aguda crítica sobre el fantasma revisionista que no hace sino minimizar los crímenes nazis y cómo dicho fenómeno se instala en la vida política de muchos países europeos caso de Alemania e Italia. También de Sergio Bologna me pareció muy sugerente Nazismo y clase obrera, donde el autor señalaba los mecanismos que usaron los nazis para adentrarse en los barrios obreros y la contestación de las formaciones proletarias al nacionalsocialismo antes y durante el III Reich.

Por último también leí algunas cosas infumables como el voluminoso Mason y Dixon de Thomas Pynchon y del que apenas entendí nada; algo de novela histórica con la prosa decimonónica de Víctor Hugo –ya nadie escribe así- y su obra sobre la revuelta de La Vendée El noventa y tres; algo que aspira a ser novela histórica caso de Los pilares de la tierra del afamado Ken Follett –a pesar de todo me gustó y me enganchó el libro-; la maravillosa obra satírica de George Orwell Rebelión en la granja y que sin duda habría de ser un libro de obligada lectura en las escuelas; una novela insulsa de Paul Auster (La música del azar); un canto a la naturaleza y a la vida con Regreso a la tierra de Jim Harrison; algo de novela victoriana a caballo entre la aventura y la ciencia ficción: el Ella de Haggard; un escueto librito muy didáctico sobre el mercado y la globalización de José Luis Sampedro.

Cuando las aguas vuelven a su cauce

Y las aguas volvieron a su cauce… Tras el enfado formal que se viene arrastrando desde verano, eso que llaman los sindicatos mayoritarios, han vuelto a sentarse con el gobierno y con la patronal para sellar un nuevo acuerdo sobre las pensiones. Atrás quedaron esos lejanos tambores de guerra que parecían anunciar una nueva huelga general y Toxo y Méndez, muy ufanos ellos, han vuelto a dar un paso más en el recorte de los derechos de los trabajadores y su desmovilización.

Sin embargo, bueno sería advertir la encrucijada en la que se encuentran estos tipos y todo el ente burocrático que los acompaña. Son muchas las bajadas de pantalones que llevan haciendo CCOO y UGT desde los Pactos de la Moncloa, por lo que no han hecho sino tirarse tierra encima, volviéndose cada vez más dependientes de Papá Estado. Y claro está, bajo las faldas calientes de mamá se está muy bien, entre subvenciones, restaurantes, y curso de formación, con maletín para acá y maletín para allá; olvidándose que realmente estos sindicatos tendrán alguna legitimidad hasta el día que los trabajadores dejen de apoyarlos y ya muchos no vean la necesidad de sindicarse si no se va a repartir trigo. Bueno, ese día está llegando, y ya no faltan voces desde la derecha que tergiversando el discurso claman por la irrelevancia de los sindicatos, cuando CCOO y UGT no son los únicos que hay, por la poca necesidad que hay de contar con ellos. Pienso: Si cada vez se criminaliza más el derecho a huelga, si a los trabajadores se les dice continuamente aquello de Dios aprieta pero no ahoga, si muchos caen en la trampa de creerse que CCOO y UGT es el único ¿modelo de sindicalismo? No hace falta ser muy tonto para adivinar por donde vendrán los palos.

Controladores

La situación ocurrida en los días del puente de Diciembre con los controladores aéreos pone de manifiesto una situación muy siniestra. Se ha abierto la veda para criminalizar el derecho a huelga y a los trabajadores que emplean medidas legítimas como el sabotaje y se ha procedido a la militarización del espacio aéreo decretando el estado de alarma.

Reconozco que siento urticaria hacia el sindicato de controladores y sus repeinados jefes; que el USCAN jamás se ha caracterizado por su solidaridad con otro tipo de trabajadores y que siempre ha barrido para lo suyo, pero como dice el refrán lo cortés no quita lo valiente y el hecho de su vomitivo amarillismo no significa que sus protestas y reivindicaciones no sean legítimas. Se ha producido un ninguneo y un linchamiento de estos trabajadores propio del circo romano, arrojándolos a las fieras del silencio informativo y apareciendo en su lugar desamparados viajeros que se quedan en tierra y bulos que nos presentan a los controladores como grandes vividores enriquecidos a costa de los bolsillos de los pobres contribuyentes. Normal en estos tiempos de oscuridad, se oyen tambores de guerra en las trincheras de la reacción y los voceros del poder claman por abrir diligencias judiciales contra todas esas huelgas salvajes que demasiado poco a poco se están produciendo en España y que conectan la deserción masiva de los controladores con por ejemplo la ocurrida hace unos meses en el metro de Madrid y que dejó el subterráneo sin servicios mínimos.

Me produce escalofríos cuando aparece ese aciago personaje llamado Pepe Blanco y antepone el derecho a huelga con el derecho de la gente a tomarse sus días de vacaciones. ¿Me quieren decir los cuervos de Intereconomía dónde está ahí el socialismo?