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Trapiello y yo

Os cuento lo que me ha pasado con el escritor Andrés Trapiello, famoso por escribir hace ya unos años un aplaudido libro sobre la actitud de los escritores españoles durante la Guerra Civil, Las armas y las letras. No contento con escribir un ensayo totalmente descontextualizado de lo que fue dicho conflicto situando en un mismo plano a vencedores y vencidos y sin una mísera nota al pie, el señor Trapiello vuelve al mismo tema ahora con una novela, Ayer no más. El País (cómo no el periódico CT –cultura de la Transición- por excelencia) le hace una entrevista al respecto y dice esto sobre la Causa General:

La Causa General se instruyó de manera atropellada y poco fiable. Me gustaría que los historiadores de izquierdas estudiaran la Causa General, que ha sido pasto de los de derechas. Lo que necesitamos es que todos estudien a todos, y todos honren la memoria de los inocentes, y todos reprueben a los criminales de ambos bandos con parecida determinación. Es obvio que hay más saña con los vencidos que con los vencedores, pero el camino del agravio lleva a todo el mundo al mismo sitio: a ninguna parte.

Para el que no lo sepa la CG fue un proceso de investigación impulsado por el franquismo para abordar “los hechos delictivos cometidos en todo el territorio nacional durante la dominación roja”. Es decir, es un examen hecho en 1940 por el bando vencedor sobre la represión en la zona republicana durante la guerra civil. Historiadores como Francisco Espinosa la han estudiado a fondo, poniendo en evidencia cómo el franquismo falseó los datos al comprobar que la realidad no se correspondía con las cifras que estimaban, dando por zanjado el asunto incluso antes de lo previsto y prometiendo publicar lo investigado, cosa que nunca llegó a suceder.

Es normal por tanto que me indignara la aseveración de Trapiello, que se dedica a pontificar a diestro y siniestro sobre la guerra civil y es bastante apreciado entre la cultura oficial y el gafapastismo.

Olvidé el asunto hasta ayer, cuando bicheando por la red vi que en El País (otra vez), Trapiello aparecía en una de esas entrevistas digitales en las que el invitado de turno contesta a lo que los internautas preguntan. Así, adopté el pseudónimo de Bajatierra, en honor al periodista anarquista muerto en Madrid pistola en mano en Marzo de 1939. Tome dicho pseudónimo, como una pequeña venganza, ya que Trapiello despreciaba al anarquista en Las armas y las letras pintándolo poco más, poco menos que como un viejo flipado que se creía que todo era de color de rosa. Aquí está mi pregunta y lo que me contestó Trapiello:

P. Hola Sr. Trapiello. El otro día le leí diciendo que los historiadores de izquierdas deberían echarle un vistazo a la Causa General. No sé si lo sabe, pero historiadores de prestigio como Francisco Espinosa lo han hecho evidenciando su carácter manipulador. ¿Lo ha leído? En caso negativo, le recomiendo modestamente Contra el olvido, La columna de la muerte y/o La justicia de Queipo. Gracias.

R. Tiene mucha razón. Creo que sería una cosa buena que los historiadores se ocuparan de todas las víctimas, porque las víctimas no lo son del franquismo o de la República. Todos sabemos que la Causa General estuvo ignominiosamente instruida y manipulada, y precisamente por eso es necesario el trabajo de historiadores por encima de las ideologías, capaces de decirnos lo que hay de cierto y de falso en esos miles de legajos. Sólo un ejemplo: Felipe Sandoval. tras el trabajo magnífico que hizo con la vida de este anarquista Carlos García Alix llegamos a la conclusión de que el testimonio de Sandoval arrancado por la policía al acabar la guerra y que figura en Causa General fue obtenido bajo tortura... y además todo lo que confesó allí era verdad.

¿De qué demonios me habla Trapiello? Por un momento dudé si había errores de algún tipo en mi pregunta, pero no, creo que se me entiende claro. Es el inefable escritor, gurú de la literatura guerracivilista el que se va por las ramas, para de paso darle una patadita al perro metiéndose con los anarquistas. El caso es que me pregunto si de verdad Trapiello sabe qué es la CG o qué libros de historia al respecto ha leído.

Finalmente de toda esta anécdota saco siniestras conclusiones. La principal es que en esta democracia vigilada que padecemos, el pasado de la guerra civil se distorsiona continuamente dándole el altavoz a personas que sin llegar a Pío Moa (no seremos tan sumarios), no han pasado en sus lecturas de Jackson y La república y la guerra civil y/o similares, al acercarse al conflicto que empezó en el 36. Es muy fácil a partir de ahí, tras una pátina de simpatía por el republicanismo, caer en el todos fuimos culpables, todos se excedieron, viva la CT. Mientras, el viejo lema “Conocer el pasado, comprender el presente, cambiar el futuro” se va por el desagüe del olvido. En nuestras manos está evitarlo.

Falsarias tesis

Existe una tendencia que empieza a percibirse en las redes sociales que culpa a las concentraciones del 15 M de la victoria aplastante del PP. Según esta incipiente tendencia, dichas concentraciones lejos de concienciar al personal de la necesidad de una democracia más efectiva, lo que han hecho es promover una ideas irreales y utópicas que no han hecho otra cosa que beneficiar a la derecha en las urnas al disgregar el voto de izquierdas. Se escuchan ahora lamentos que expresan el temor a largos tiempos de dominio del Partido Popular, en los que se repetirán aquellos crudos años de la segunda legislatura de Aznar. Sin embargo, bajo esta visión de las cosas se esconde un argumento de lo más triste y falsario. Para empezar el movimiento 15 M nunca ha promovido la abstención, sino que promueve un cambio para que lo que se entiende por democracia -votar cada cuatro años y callar-, sea sustituido por un sistema más participativo y más representativo. Por otra parte como ha señalado Democracia Real Ya, si la supuesta izquierda –entiéndase PSOE- se ha hundido en las elecciones no es por culpa de este movimiento ciudadano, sino por una gestión de la crisis que la aleja muy mucho de lo que emanan sus siglas y que a cada segundo que pasa la acerca más a las doctrinas del neoliberalismo. Es decir, es responsabilidad única del partido dirigido por Zapatero. Finalmente, se está cayendo en el absurdo de la resignación, la abulia y la apatía, puesto que para evitar que el Partido Popular gobierne –ya que por desgracia se ve que su electorado es fiel e inmune a los casos de corrupción que le salpican- según esta tesis, los ciudadanos de izquierdas deben de conformarse con votar a un PSOE, más que por convicción, por temor a una derecha cavernaria, a pesar de que este PSOE sea el partido más sistémico de esta corrompida democracia y en aras de la política de Estado, se sitúe siempre –no es esto nuevo- del lado de los banqueros y no del populacho. Es decir, más de lo mismo: votar y callar; olvidándose de que algo comienza a cambiar en este país, olvidándose de que ya da igual el resultado de las elecciones, que lo importante es que se está saliendo a la calle a anunciar algo nuevo. No es algo triste, es algo ilusionante.

El futuro está en la calle

Me indigna esa legión de impresentables que abarca desde políticos hasta periodistas voceros que creen ver la mano del PSOE y de Rubalcaba detrás del movimiento Democracia Real Ya; son los mismos que creen adivinar similitudes con los días posteriores al 11-M en el 2004. No sé si es un acto de malicia y de clara manipulación, de ignorancia o de todo a la vez, porque la verdad es que resulta absurdo ver ese fantasma y bastante cerril hacer oídos sordos a una ciudadanía que está harta y que demuestra que no es necesario estar bajo las siglas de ningún partido político para salir a la calle. Otra cosa es la instrumentalización que haga cada uno de los grandes partidos en función de sus intereses propios, en cualquier caso enfocada a diluir la protesta, a desviar la atención con debates hueros y si nada de esto funciona aplicar el severo correctivo en forma de jarabe de palo. De todos modos, no hay mal que por bien no venga, ya que son muchos los que cada vez más caen en la cuenta de que el mejor de los mundos posibles, no es sino una dictadura de banqueros, marionetas políticas y clientelas con una delgada pátina de tintura democrática. Dicha tintura democrática se materializa a través del voto, un voto que no sirve para otra cosa que para legitimar un sistema de dudosa representatividad, con dos caras de la misma moneda y que para la inmensa mayoría de los que se dicen nuestros representantes debe ser el instrumento máximo de movilización política. Afortunadamente son los menos los que comparten tal cortedad de miras y una mayoría que crece día a día la que comprende que el futuro no está en las urnas sino en la calle.

Invasión USA

Con preocupación oigo el discurso del vengador Obama. En él se congratula de haber acabado con el archienemigo, a través de una operación –Gerónimo- de gráfico título. Le acusa de haber causado un daño irreparable con la muerte de más de tres mil personas y que por tal razón merecía la muerte en un ejercicio digno del mejor Chuck Norris. Me pregunto cómo reaccionaríamos si todo inquilino de la Casa Blanca, causantes ellos de tantos infortunios, muertes y desgracias (en Afganistán, Irak o América Latina), recibieran idéntico tratamiento al despachado Osama Bin Laden.

Imagino cómo se expresarían las autoridades del primer mundo, si tras la muerte del presidente de Estados Unidos en ataque terrorista, se sucedieran festejos por Bagdad, Kandahar, Teherán o Gaza. No valdrían entonces timoratos discursos como los del infame Zapatero, congratulaciones y palmadas en la espalda por haber acabado con una persona que por acción u omisión lleva tantas muertes a sus espaldas. Por el contrario las manifestaciones de repulsas serían enérgicas, considerándose un ataque básico a los derechos humanos; las condenas contra las celebraciones en algunas de las ciudades del tercer mundo unánimes. Quizás entonces se descubriera que ese comando de desarrapados que atacó la Casa Blanca cegados por su mesianismo religioso, conocían las claves para entrar en el palacio del emperador  gracias a haber torturado a unos cuantos agentes de la CIA. Y entonces, todos los grandes líderes clamarían denunciando el mal paso que se estaba dando en materia de derechos inalienables de la persona. La mayoría incluso hablarían de pesadilla, de barbarie, de espanto, de terror… ¿De verdad que nada de esto ha sucedido? Porque aunque nadie haya dicho nada, a mí esos últimos epítetos que me hablan de un mundo más angustioso y carcelario y cada vez menos seguro y menos libre me suenan.

La corte de los milagros

Fue el Partido Nazi quien muy astutamente instauró el día 1 de Mayo como fiesta nacional cuando llegó al poder en Alemania. Lejos de hacerlo por su sensibilidad social, lo hizo para imponerse y diluir las reivindicaciones obreras que tan alto protagonismo habían tenido durante la República de Weimar, vaciando así el contenido de dichas marchas. Más de sesenta y cinco años después de la caída de Hitler y sus secuaces, parece que las cosas en este sentido no han cambiado mucho. No porque parafraseando a Marx el fantasma del comunismo recorra Europa, sino porque ahora que dichas marchas tendrían que tener más sentido que nunca con los tiempos de recortes sociales que vivimos, nuevamente el poder las solapa y las diluye. La Iglesia católica, la primera multinacional, con más de dos mil años de historia, junta en día tan importante a todo su rebaño y por arte de birlibirloque beatifican al reaccionario Juan Pablo II, artífice entre otras cosas del retroceso de la teología de la liberación en América Latina, del fin del proceso renovador que abrió el Concilio Vaticano II, o de entregar el poder de la institución a sectores tan reaccionarios como el Opus Dei. Bajo supuesto milagro que parece más sacado de la manga que otra cosa Karol Wojtyla comienza su elevación a los altares. Todo mientras su rebaño bala incansable, rearmándose y aprovechando la ocasión para hacer gala de su patriotismo con la bandera de turno (roja y gualda por supuesto en el caso de los buenos españoles que han ido a ofrecer su testimonio al beatificado).

Naturaleza, ruralidad y civilización o la invención de la tradición en la búsqueda de una arcadia rural.

 Llama mi atención el predicamento que ha alcanzado entre los medios libertarios el libro de Naturaleza, ruralidad y civilización de Félix Rodrigo Mora. No sé si dicho predicamento se debe a cierto deseo por parte de algunos sectores anarquistas de acogerse a tesis novedosas que puedan presentarse sugerentes y/o a la sed de buscar nuevos referentes libertarios. No seré yo el que se oponga al debate sobre el anarquismo o los anarquismos, así como sus fuentes de las que bebe, sino todo lo contrario, todo lo que sirva para estimular este debate siempre y cuando sea constructivo me parece un buen signo para allanar el camino que nos lleve algún día a otro mundo diferente[1]. Sin embargo reconozco que me ha sorprendido el no encontrar ni tan siquiera una velada crítica a Naturaleza, ruralidad y civilización, cuando sus argumentaciones históricas cuanto menos resultan poco afinadas y vagas. En ellas se juega al juego de la imprecisión, de no delimitar correctamente las coordenadas de espacio y tiempo, lo que lleva aparejado el salto sin red, el mezclar nabos con coles y la dificultad añadida de separar el grano de la paja.

Dividiré este artículo en tres partes: una primera en la que haré una referencia a la edad media occidental y al feudalismo, del que si bien en el libro no hay ningún artículo específico, sí es cierto que hay párrafos en los que Rodrigo Mora nos hace llegar su visión del medievo; una segunda en la que incidiré en la herencia de la Revolución Francesa y la ilustración para el mundo libertario y que el autor rechaza de plano; una tercera en la que esbozaré una crítica a dos de los artículos que el libro contiene y en los que se encierra parte de la visión que Rodrigo Mora tiene sobre los últimos doscientos años de historia del Estado español.

 

I

Es evidente que la visión que tradicionalmente se nos ha pintado de la Edad Media Occidental como una época oscura, valle de lágrimas, dominada por la religión y la ignorancia es un camelo que tiene más de tópico que de verdad. Sin embargo también deberíamos guardarnos de la visión de una especie de arcadia en la que el ser humano vivía en comunión con la naturaleza, en un mundo en el que imperaba la fraternidad y la solidaridad. Tanto una visión como otra provienen del siglo XVIII, la primera de muchos ilustrados y la segunda de algunos revolucionarios franceses como el cura Roux. Qué duda cabe que en la época medieval y moderna las prácticas colectivistas en el mundo rural, aparte del apoyo mutuo, tuvieron mucho que decir, pero los grados de libertad del campesinado podían variar dependiendo del señor que se tuviera, del siglo en el que nos encontráramos (no es lo mismo estar en la Alta que en la Baja Edad Media, ni bajo el feudalismo en la Edad Moderna) y en el caso concreto de la Península Ibérica hasta el siglo XV de los avances, estancamientos y retrocesos de la mal llamada Reconquista.

Para empezar deberíamos tener en cuenta que no todo en la Edad Media y el Antiguo Régimen era comunal y tierras de propios, ni que en toda la Península Ibérica situada bajo la dominación cristiana prevalecía el concejo abierto, ni que éste siempre fuera tan “abierto”. Por el contrario la Edad Media estaba marcada por el modo de producción feudal –de ahí que hable también del Antiguo Régimen-, en el que en una sociedad claramente agrícola, de lenta evolución técnica, el excedente producido por una mayoría de pequeños productores era acaparado por una minoría definida jurídicamente. De este modo existían unas claras diferencias sociales, que van a ir a más a medida que avancemos en el medievo y en la edad moderna. Por otro lado, no habría que olvidar la importancia que va a tener el señorío, por el que los campesinos trabajaban las tierras de un señor y en el caso de los dominios territoriales incluso debiendo de cumplir con trabajos que estaban bajo dominio directo de éste.

También habría que discrepar con la visión que pretende darnos Rodrigo Mora en la que se nos presenta una comunidad campesina prácticamente aislada, ajena a deudas y presiones fiscales, por no hablar de la imagen cuasi bucólica de un campesinado de alimentación austera y frugal, pero bien nutrido. Los argumentos que ponen en entredicho esto son:

a)      El campesinado entra en contacto con el “mundo exterior” a través de tres conductos: a) La aristocracia feudal que se encontrará a medio camino entre el aparato estatal y la mayoría de la población; b) la parroquia, desde la que se vehiculaba mucha de la ideología dominante hacia los campesinos; c) Las ferias y mercados, que en algunas ocasiones –caso de la feria de Medina del Campo- van a alcanzar una dimensión extrapeninsular.

b)      Las relaciones sociales durante el feudalismo se definían en términos vagos e imprecisos, lo que podía dar lugar a consecuencias diametralmente opuestas. El señor tenía derecho de bando por lo que podía mandar, obligar y castigar. A efectos reales, esto bien podía significar nada, por lo que se podía tener una existencia más o menos ajena al poder feudal y estatal, o bien podía significar mucho, con un campesinado atosigado a prestaciones y redenciones en especie o dinero.

c)      Los campesinos conocían bien la presión fiscal y el endeudamiento. Todavía en las últimas décadas del Antiguo Régimen se tenían cargas derivadas de los derechos señoriales. Además estaba el diezmo, la décima parte de la cosecha, que se destinaba a la Iglesia y de la que el Estado recibía una cantidad importante.

d)     Las declaraciones de algunos cronistas de las postrimerías del siglo XVIII contradicen la imagen de un campesinado bien alimentado. “Los asturianos apenas prueban el vino en su tierra; en Valencia con una torta, chuflas y aguas trabajan los labradores todo el día; casi tan frugal es la comida de los de Cataluña, y los montañeses, aunque no ahorren en la bebida, no visten sino jerga casera, no comen otra carne que la salada, y eso no siempre, y usan con mucho provecho del pan de centeno y cebada; el gazpacho es un sustento casi general y único de los andaluces[2].

 

II

 

Sería erróneo caer en el mito acuñado por la burguesía y que Rodrigo Mora adopta si bien de manera crítica. Esto es, la Revolución Francesa como exclusiva construcción burguesa, con el reforzamiento de la autoridad estatal mediante el ardid Estado-Nación[3]-. La Revolución Francesa supone, y con esto es con lo que creo que deberíamos de quedarnos los anarquistas, la irrupción de las masas populares en las decisiones políticas, influyendo de manera determinante en el devenir de la revolución con muchas de sus propuestas –que se podrían resumir en libertad, igualdad y fraternidad en su máxima expresión-. Además habría que añadir que dicho movimiento popular no es obra exclusiva del pueblo parisino, sino también de gran parte del campesinado francés. Y es que no habría que olvidar que éste participó de manera activa en la Revolución tras todo un siglo XVIII plagado de protestas y que lejos de empeorar su situación tras la toma de la Bastilla sus condiciones de vida mejoraron, dándose un perfil sociológico del campesinado en Francia de corte republicano y laico que se mantiene hasta nuestros días. Por tanto cargar las tintas contra la Revolución Francesa y por extensión contra el resto de las revoluciones del XIX supone una barbaridad ya que se obvia algunas ideas que lanzó la Revolución, que si bien han acompañado al ser humano desde que nació, ésta sistematizó.

En definitiva, el cultivar la razón, el defender la igualdad en todos sus frentes, el rechazar la autoridad y sobre todo el ser dueños de nuestro propio destino son principios del que todo aquel que se dice libertario debería de beber. Es por ello que desde aquí también habría que defender la ilustración –que obviamente Rodrigo Mora también rechaza-, el movimiento intelectual que inspiró a la Revolución Francesa y del que se nutre una buena parte de La Idea[4]. Además, una puntualización: ni todos los ilustrados eran fisiócratas, ni todos eran iguales en sus concepciones: Voltaire, Rousseau y ya no digamos Kant pueden moverse en unos mismos parámetros terminológicos, pero cuando hablan de libertad o del concepto de autoridad, cada uno quiere decir una cosa.

 

III

 

Es curiosa la interpretación de Rodrigo Mora con respecto a la historia de los dos últimos siglos de España. En esta visión plantea de modo muy resumido tres tesis:

a) La fuerza que tuvo el carlismo a lo largo del siglo XIX se debe al elemento popular que lo usó para defender la sociedad rural tradicional.

b) La débil mecanización del campo español se debe a que el campesinado opta por un modo de resistencia: el antimaquinismo.

c) El fin definitivo de la sociedad rural popular tradicional es obra del franquismo.

La primera tesis es acertada aunque muy matizable, la segunda y la tercera tesis son erróneas. Pero vayamos por partes:

La primera tesis se recoge en el artículo El pueblo y el carlismo. Un ensayo de interpretación, artículo del que habría que decir lo siguiente:

 a) La gente no se levantó contra los franceses en 1808 porque temiera el fin de la sociedad rural popular tradicional, sino porque se oponía al espíritu de conquista que iba unido a la invasión napoleónica.

b) Un sector importante del campesinado va a apoyar al carlismo, pero no sólo no va a instrumentalizar al movimiento, sino que el movimiento los instrumentalizará a ellos en pos de sus intereses, como la carne de cañón para luchar contra el liberalismo, lo que hará que muchos de estos campesinos deserten.

c) Habría que señalar el importante influjo del bajo clero sobre parte del campesinado en España, lo que evidentemente va a influir en su toma de decisiones.

d) Habría que hacer una diferenciación entre las partidas absolutistas y el carlismo que se levanta en armas en 1833-39 y el carlismo que lo hace durante el Sexenio, ya que la tesis de Rodrigo Mora puede ser válida para el primer período, pero no tanto para el segundo en el que ya hay otros movimientos que dicen velar de manera específica y no vaga por los intereses del campesinado, caso del republicanismo federal y del internacionalismo.

e) El carlismo quería la vuelta al Antiguo Régimen y a la unión entre el trono y el altar en toda su extensión. Tenía las ideas claras. Otra cosa es que los que no las tuvieran tanto fueran los liberales y sus espadones, siempre tan temerosos de las aspiraciones populares. La prueba de esto que decimos es que cuando soplan vientos nuevos en el Sexenio (1868-1874) son muchos los liberales moderados que se pasan a las filas del carlismo.

La segunda y tercera tesis quedan recogidas en el primer artículo del libro El antimaquinismo rural y la mecanización de la agricultura. Dividido en dos partes, para justificar estas dos tesis el artículo se convierte en un despropósito plagado de afirmaciones en las que el exceso de purismo y antiurbanismo y la idealización de la sociedad rural de la mitad norte de la Península, ciegan a la interpretación histórica. Las razones para decir esto son las que a continuación se exponen:

a) Es indudable que hubo episodios de inspiración ludista no sólo en el campo sino también en la ciudad, pero más que motivados por una cuestión ideológica, lo estaban por una cuestión socioeconómica: temor al paro y consiguiente falta de ingresos.

b) La burguesía que conformaba el aparato estatal por lo general prefería ser rentista antes que invertir en maquinaria. Prefería no arriesgar. Es más, gran parte era reacia a la industrialización. La prueba de esto es que cuando se instalaron los primeros altos hornos en Andalucía fueron muchos los señoritos que se opusieron temiendo un éxodo rural en masa y la posibilidad de acabar con la tendencia de unos salarios excepcionalmente bajos.

c) El escaso desarrollo de la industria metalúrgica y siderúrgica en España obedecía más a intereses británicos que foráneos lo que repercutió sobre el grado de industrialización.

d) Es falsa la afirmación de que en las zonas de la mitad norte, debido al uso de la tierra, había una mayor solidaridad y aprecio por los bienes inmateriales, mientras que en las zonas de latifundio predominaba un mayor consumo y una mayor circulación del dinero. El mísero salario de los jornaleros apenas daba para cubrir la alimentación, salario que no estaba garantizado todo el año, condenados como estaban al paro estacional. ¿Dónde queda pues el consumo y la circulación monetaria del que habla Rodrigo Mora?

e) El concepto de solidaridad no era ajeno a los campesinos del latifundio, ya que muchos de ellos estaban movidos por el ideal ácrata, cosa que se daba en mucho menor grado en la mitad norte de la Península Ibérica, donde la influencia sobre el campesinado de ideologías sumamente reaccionarias del sindicalismo católico en Castilla y del carlismo en País Vasco y Navarra era mucha durante el primer tercio del siglo XX y la Guerra Civil. Es curioso que sobre este hecho Rodrigo Mora en sus loas a la población rural de estos lugares no haga ningún comentario y pase de puntillas.

f) No se puede limitar en un exceso de antiurbanismo e imaginación del pasado la población famélica y hambrienta a las áreas industriales. En el siglo XIX y en épocas tan tardías como el episodio de gripe de 1918-20 tuvieron una gran incidencia las epidemias catastróficas, muestra de una población con importantes desequilibrios en la dieta, tanto en la ciudad como en el campo.

g) El franquismo dio la puntilla a una cultura de nítida y clara consciencia democrática y/o revolucionaria que se había ido fraguando en sus luchas en todo el estado desde los tiempos de la Guerra de Independencia.

h) Las desamortizaciones fueron las que pusieron fin, no sin resistencia, al modo de vida tradicional de los campesinos. Por otro lado, tanto el intento de finiquitar el sistema señorial del Antiguo Régimen en 1811 como la propuesta de algunos liberales como Florez Estrada durante el Trienio Liberal en 1820-23, pretendían un reparto más justo de la tierra, cosa que evidentemente ni la desamortización de Mendizábal ni la de Madoz intentaron.

i) Argumentar que el maquis es el último ejemplo de resistencia del mundo rural al fuego industrializador es por un lado obviar que existió una guerrilla urbana y por otro olvidar que la guerrilla suele darse en los montes por una cuestión práctica y no ideológica, además de diluir el carácter antifascista del maquis.

j) No debería verse en un exceso de purismo una maldad intrínseca en las misiones pedagógicas de la II República adjudicándoles la intención de desnaturalizar a la población rural. Eran más bien, el intento sincero del regeneracionismo de alfabetizar a las gentes.

 k) No se puede marcar un antes y un después en el éxodo rural con el franquismo, ya que la movilización del campo a la ciudad siempre se ha dado por la falta de expectativas en los lugares de origen, y al igual que ciudades como Bilbao, Madrid o Barcelona se nutrieron de gentes de las zonas rurales a fines del XIX y primer tercio del XX, también lo hicieron durante el franquismo. Atribuir como hace Rodrigo Mora la marcha a la ciudad y el abandono de los pueblos a la maldad interior (¡¡¡¡) de personas sedientas de consumir en la urbe constituye un flaco favor y homenaje a todos aquellos emigrantes, de los que muchos somos orgullosos descendientes, que se fueron buscando una vida mejor para ellos y los suyos.

 

En conclusión y ya a modo de cierre podemos estar de acuerdo en que la ciudad tal y como la concebimos hoy es un monstruo propio del capitalismo, en que deberíamos de aprender mucho del mundo campesino al que normalmente se le ha tratado de manera ignominiosa, en el ecocidio al que el sistema nos está llevando, en las nuevas tecnologías al servicio del Poder y del control ciudadano… pero por favor, si queremos hacer un análisis riguroso que nos sirva de cara al futuro no nos dejemos arrastrar por fobias antitecnológicas, -ya que la tecnología no tiene porqué ser mala en sí misma-, ni por la crítica visceral a la ciudad diciendo entre otras cosas que las ciudades son feas –lo cual es una opinión muy personal, pero no un hecho- o que la masa urbana nunca ha creado cultura. Bien estaría en defensa de nuestros argumentos dejar de recurrir a la invención de la tradición. No hagamos que el árbol nos impida ver el bosque.



[1]              Creo que puede haber quien diga que te contradices, pues aunque afirmas que no te opones al debate entre anarquismos, apuntas claramente al comunismo libertario como objetivo. La postura es legítima, pero quizá pueda interpretarse como que no eres tan “abierto” de mente como pretendes.

[2]              . Citado por Fontana, Josep “La época del liberalismo” Editorial Crítica/Marcial Pons 2007, página 23.

[3]              Al respecto es curioso como Rodrigo Mora usa el concepto de Nación, habla de autodeterminación de los pueblos o acepta la idea de España, Galicia, Euskal Herria o Paises Catalanes como entidades nacionales.

[4]              Léase al respectopor ejemplo Sánchez, Elena “Kant y Bakunin” Revista Germinal Nº 1.

El enemigo de mi enemigo no es mi amigo

Existe una tendencia entre algunos sectores de la izquierda anticapitalista a la conspiparanoia. No la culpo. Muchas han sido las desinformaciones, tergiversaciones y manipulaciones a las que nos ha sometido y somete el poder político y económico, haciendo suyo aquella frase de Goebbels que decía que una mentira repetida mil veces acaba convirtiéndose en verdad; muchos los secretos de estado –Pearl Harbour o el estallido del Maine por poner los ejemplos más sonados- que se han aireado cuando el paso del tiempo señalaba las nulas consecuencias de renunciar al bulo. Sin embargo, bueno sería no sacar los pies del tiesto y que el árbol nos impidiera ver el bosque. Lo digo porque en los últimos días ante la crisis libia, cuando intento reorganizar un poco dicha situación, acudiendo a páginas de contrainformación que merecen mi respeto mucho más que cualquier mass media, me encuentro con artículos que señalan que toda esta rebelión no es más que una maniobra de Estados Unidos y Occidente para echar a Gadafi del poder, que los rebeldes libios reciben armas desde Europa, que no son sino mercenarios y que todo se reduce a una guerra comercial entre Estados Unidos y Europa contra el eje chino-ruso, no teniendo las revueltas de Túnez y Egipto y del mundo árabe en general nada que ver con el país que gobierna Gadafi desde hace cuarenta y dos años.

Hace cosa de semana y media recibía un enlace con un artículo de Fidel Castro alimentando dicha teoría de la conspiración. Fue el primer síntoma, porque después me he encontrado con un aluvión de información en este sentido por distintas páginas de la red y ello me parece preocupante. Y es que no habría que caer en la sentencia de El enemigo de mi enemigo es mi amigo, porque si Gadafi tuvo en sus inicios un toque panarabista, teñido de izquierdismo con jóvenes europeos haciendo prácticas de guerrilla allí y rematado con un férreo discurso antiamericano, no habría que olvidar que ha tenido a su pueblo metido en cintura desde 1969 por mucho que hable de democracia directa en su libro verde de las narices y que de un tiempo a esta parte se ha convertido en otro excéntrico sátrapa más que alimenta el primer mundo.

No es que sea muy versado en el tema, pero hasta lo que yo sé de geopolítica, Libia limita por este y por oeste con los países donde las revueltas árabes han tenido más fuerza, Túnez y Egipto. No entiendo el afán que puede tener Estados Unidos y Occidente en general en reconfigurar el tablero energético con Libia, ya que ésta hace unos años que volvió al redil y las relaciones con países como Italia, España, Gran Bretaña o Francia eran excelentes y el discurso antiamericano hacía ya mucho tiempo que se había silenciado. Por último, si como dicen algunas informaciones los rebeldes estuvieran recibiendo armamento desde Europa no se estaría dando ese avance abrumador de Gadafi y los suyos de los últimos días.

Dicho todo esto, me inclino a pensar que en un país tan importante por sus recursos energéticos como Libia, los países occidentales en general están jugando a contemporizar a ver qué pasa, o quizás empiecen a intervenir cuando las fuerzas rebeldes estén en clara regresión y desmoralizadas, para que el proceso de derrocamiento de Gadafi lo marquen las agendas de los países ricos y no el pueblo libio que ya ha demostrado su capacidad de autogestión en el suelo rebelde que grita desesperado por derrocar al tirano.

Dejando a la bestia crecer

Llama la atención que cuando hablas sobre esa cosa tan siniestra denominada TDT con todos los canales de extrema derecha que la acompañan, muchos zanjen la cuestión con un simple “Yo no veo la tele” o “Yo no veo eso”. El hecho de que la tele se vaya convirtiendo cada vez más en una especie de piano en el salón que no toca nadie, no significa que no sea preocupante lo que aparece por ésta. Ya no por el grado de idiotez, en el que los que pululan por la caja tonta compiten por ver quién está más cerca de la ameba en la escala evolutiva, sino por la ideología tan funesta que se está vendiendo a través de canales que ahora nos podemos tomar como un chiste cutre y de mal gusto, pero que en el futuro podría convertirse en opinión general, con todo lo de aciago que ello conllevaría. A estas ideologías de España negra, van unidos unos valores ultramontanos que se creían perdidos y que lejos de eso se retoman y se venden como opinión en contra de lo establecido, no políticamente correcta. No habría que dejarse engañar por esta gente ya que son los mismos de siempre, los galgos terribles que diría Neruda, los amantes del orden establecido que el mundo de consumo desmedido, que rechaza la inteligencia y aúpa la estupidez, ha acabado alimentando.

Así es normal que en un mundo donde el pensamiento crítico se reduce a criticar al vecino, se paseen por la TDT conspiranoias sobre el 11M, el esperpéntico Blas Piñar acompañado por jovencitos, curas opusinos que sienten nostalgia de la censura, ilustres contertulios que comparan el III Reich con la España actual o critican Avatar por su anti humanismo… Muchos dirán que esto es libertad de expresión, pero el hueco de esta gente cada vez es más grande y el de la sensatez más pequeño. Acomodados en el sofá de nuestras casas la capacidad de resistencia se pierde entre toneladas de confort mientras la bestia crece.